jueves, 26 de julio de 2018


Nací en un pequeño pueblo del que pasé el resto de mi vida intentando escapar. No se me ocurre mejor comienzo para un relato o un alegato, la verdad es que no tengo muy claro si no tiene un poco de ambas verdades. Pero la verdad es que todas mis peripecias desde entonces dan para escribir un libro que no tengo la menor intención de escribir, en primer lugar porque nadie es profeta en su tierra y en segundo lugar porque existen tierras donde tienen la mala costumbre de crucificar a sus profetas y no estoy por la labor de hacerle la competencia a Jesús de Nazaret aunque compartamos nombre. Tampoco me gustaría que alguien piense que hay cierta dosis de mala leche en mis intenciones ya que puedo afirmar con cierta satisfacción que me críe con pura de leche de vaca recién ordeñada que vendían mis vecinos, incluso teníamos churrero a domicilio entre otros avances tecnológicos.
Puede que alguien considere ingratitud mi siguiente afirmación pero es cierto que a pesar de todas esas comodidades y alguna más que prefiero omitir, mi primer impulso desde que tuve uso de razón y comencé a aplicarlo en mayor o menor medida fue el de salir de allí corriendo más rápido que Forrest Gump en aquella escena tan divertida que todos podemos recordar en la que a medida que intentaba correr más rápido huyendo de los matones en bicicleta todo el armazón metálico de sus piernas se deshacía en el camino liberándolo del lastre que le impedía huir a mayor velocidad. Y desde entonces al igual que nuestro simpático Forrest yo tampoco paré de correr lo más lejos posible. Igual que Forrest me gustan los bombones y opino que tonto es el que hace tonterías, otro motivo para no volver. O tal vez se deba a algo más profundo y al igual que Machado opino que no hay camino, se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve la senda que no se ha de volver a pisar. Decidan ustedes…

martes, 24 de julio de 2018


Hoy me desperté con un pensamiento recurrente:
“La vida es como ceniza entre los dedos del tiempo”.
Debe ser la edad pero no puedo evitar imaginar
el final de la existencia como colillas arrugadas
y aplastadas en un enorme cenicero social.
Amarillos sus filtros con manchas de nicotina.
También habanos medio consumidos por la extravagancia.
En el fondo todos somos fumadores,
pero no todos consumimos la misma marca que nos consume.
Tal vez somos iguales ante el oxigeno que nos alimenta
mientras oxida nuestra vida, extraña paradoja.
Me gusta el oxigeno mezclado con tabaco.
Somos bailarines con nudo corredizo en torno a nuestras gargantas
cigarrillos medio consumidos esperando su turno
vasos medio llenos y medio vacíos.
Yo prefiero ser habano, son más exclusivos que los cigarrillos
formados de a veinte en la misma cajetilla
Su sabor es más placentero y se alarga la fumada.
Una vez fui cigarrillo pero detesto las marcas comerciales.