Siempre
supo que no encajaba del todo en ningún lugar. Estaba tan acostumbrado a caerse
que conocía perfectamente la geografía del duro suelo que le servía de colchón
y compañía. Y allí, en aquella frialdad las horas pasaban con la lentitud del
gota a gota de una botella de suero. Un perro callejero más, sin puerta a la
que ladrar. A su alrededor como siempre las miradas conmiserativas que
toleraban su extravagancia, las voces correctas que aplacaban su ignorancia, el
populus en todo su esplendor. Es sencillo vivir pegado a la superficie que
todos pisan, basta con esquivar zapatos, casi nadie presta a tención al lugar
por dónde camina. Esas miradas se reservan para seguir atentamente todo
programa de salsa rosa, el reality show de moda o la última serie de Netflix.
Vivir de esa manera es como ser un buscavidas del top manta sin productos que
ofrecer ni trato de favor político. Al fin y al cabo la única frontera que él
se atrevió a cruzar ilegalmente fue la frontera del conformismo, y esa acción
no se perdona en estos tiempos.
Dibujaba
planos en su mente, escribía mentalmente, caminaba hablando en voz alta,
observaba, ante todo observaba. Observar es un ejercicio más complicado de lo
que parece, especialmente en una era en la que todos miran pero nadie observa.
Tal vez por eso era tan silencioso, aquellos que miran gritan por todo y suelen
hacerlo a todo volumen. Pero incluso el silencio y la observación tienen fecha
de caducidad, un día recordó que antes tenía voz, también recordó aquel viejo
libro sobre Zaratustra que solía leer antes de aprender a caminar pegado a la
tierra. Recordó sus desiertos, todas sus transformaciones, revisó cada
cicatriz, especialmente las quemaduras de su lucha contra el dragón. Y así, el
camello que se arrodilla ante su carga, da paso al león que busca libertad con
todo su espíritu, y de él nace el nuevo comienzo del niño que decide que ya es
hora de levantarse y gritar con todas sus fuerzas ¡YO QUIERO !. Desde ese
preciso instante comenzó su persecución, el miedo de los esclavos felices del
“Yo Debo”, el látigo de su servidumbre buscando sus espaldas. Pero estaba fuera
de su alcance, él había completado todos sus ciclos. Nada podía dañarle, las cadenas
de sus perseguidores limitaban sus propios movimientos. Se alzó sobre los
cimientos de su libertad y una vez más grito con fuerza ¡YO QUIERO! Esta vez su voz encontró eco, miles, millones
de voces como las suyas comenzaron a gritar a su alrededor ¡YO QUIERO! Y por
fin tras muchos años de silencio comenzaba la sinfonía del tal vez un Nuevo
Mundo.