Considero que estoy en paz con Dios y con la vida,
por eso ahora puedo tomar cerveza en un confesionario.
Ver el futbol por matar las horas, caminar por las calles
sin pedir excusas, cruzar la vida sin pedir permiso.
Escribirle aullidos a la luna o hacer el amor con un
cigarrillo
entre los labios y una copa de tequila medio llena.
Reírme de quien lleva “su virtud” maloliente en los
sobacos.
No pretendo escribir poemas rancios con olor a lo de
siempre,
tan solo versos impregnados de mi mismo y mi propia
circunstancia,
aunque no siempre me guste el sabor de sus palabras.
En el fondo escribir es algo parecido a sacar la basura a
la calle.
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