Contaba los minutos que le
separaban del adiós que nadie quiso darle mientras los motores encendidos
entonaban en su sonar la obertura de un nuevo comienzo, la noche era más oscura
que nunca y la sala de embarque del aeropuerto se abría como una inmensa
despedida. A su alrededor pululaban los que serían compañeros de viaje formando
una fila para ser engullidos de manera ordenada por el vientre del 777 que en
pocos minutos despegaría dejando atrás aquel mundo gastado para él, a aquellas
personas que un día dejaron de ser cercanas, o tal vez (en el fondo siempre lo
supo) nunca lo fueron. Un nudo en la garganta y demasiados desengaños en el
equipaje; éste no era uno de tantos viajes, ahora tenía la clara certeza de que
ya no había hogar o lugar al que regresar, que nunca lo hubo más allá de sus
intentos de aferrarse a los vestigios de un pasado y un entorno familiar. Sólos
nacemos pensó, y sólos moriremos, el camino de la vida es en el fondo un
desierto particular para todos y cada uno de nosotros.
El 777 comenzó a tomar
velocidad y distancia del suelo, y mientras las luces se alejaban y
empequeñecían entendió que nada sería igual, que todo era diferente desde ese
mismo instante. Se acomodó en su asiento dando la espalda al pasado y dejándose
llevar sin mirar hacia atrás.
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