Entré en mi tugurio favorito, como cada noche. Las
mismas caras aburridas sobre posa-vasos de conversaciones con sabor a lo de
siempre, copas llenas de personas vacías flotando sobre el hielo de una de
tantas noches de invierno. En la calle asfalto escarchado de silencio y sombras
huidizas con los bolsillos llenos por sus manos rotas. Encendí mi décimo
cigarrillo a sabiendas de que estaba prohibido, tal vez era mi única manera de
desafiar con papel de fumar y tabaco barato todos los decretos de ley
destinados a encarcelarme con promesas de libertad.
¡Pepe, pónme un cubata!
Me incliné sobre mi copa, mientras dejaba que los
minutos se disolvieran a mi alrededor, no buscaba nada, hace tiempo que sé que
no queda nada por encontrar, que no existen las promesas, si no la decisión, y
yo estaba decidido:
Decidido a tomar mi copa, a cambiar mi microcosmos,
decidido a tomar una decisión, a buscar una decisión que tomar. De repente
comprendí que ni esa opción tenía, saque mi pistola, la apoye sobre mi cabeza y
sonó un disparo, mi copa se tiño de rojo por la herida superficial sobre mi
sien derecha.
¡Mierda, ni para pegarme un tiro valgo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.