Una mañana más frente a ese campo de batalla que es la
vida, dos pasos y uno de tantos silencios necesarios. Un arbusto coqueteando
con una palmera desnuda sobre un mar de asfalto en mal estado. Sombras furtivas
con prisas por llegar a un lugar al que no merece la pena llegar, el claxon de
un coche ante mí, otro conductor con derecho al atropello con o sin licencia.
Qué saben ellos de mi silencio ensimismado. Que saben de mi realidad. Fueron
esos mismos, con distinta cara y circunstancias los que me llevaron hacia el
monte, ese monte pelado plagado de cruces en las que ellos sin saberlo también
cuelgan.
Tantas muecas hipócritas fingiendo ante mi lucha,
tantas sonrisas condescendientes enmascarando un no me importa pero disfruto.
Tantas piedras y salivazos sobre el rostro en el camino que te endurece, y por
fin hoy comprendes demasiado tarde que dejaste de importarme desde el instante
en que comprendí que jamás te importé. Miro mis viejas sandalias, gastadas por
la dureza del claustro y sus habitantes. Tal vez si hubieses usado menos
discursos prefabricados para intentar convencerme con palabras de aquello que
desmentían tus acciones, para dedicar algo de tiempo a comprenderme no
estaríamos enfrentados.
Te duelen mis palabras lo sé, te duelen tanto como me
dolieron tus silencios fingidos y hoy por fin te devuelvo cada silencio, cada
piedra, cada salivazo, cada indiferencia. Te devuelvo la fe que me quitaste al
ensombrecer su realidad con tu auto complacencia libre de toda crítica, y tu
paja en ojo ajeno, te devuelvo también tus golpes en la otra mejilla. Pero no
es venganza devolver lo que otros te ofrecieron, no es venganza devolver
aquello que no quieres conservar. También devuelvo los malos recuerdos al
olvido que siempre pertenecieron y devuelvo las ofensas a sus ofensores, porque
no quiero conservar lo malo que otros me dieron.
Yo lo llamo desapego con desgana, esa misma desgana
que siempre practicaste para conmigo. Es cierto, conseguiste crucificarme y lo
hiciste sin saber que cada clavo sobre mi carne sedienta de respuestas era también
un clavo sobre la tuya, muerta mucho antes de lograses asesinarme. Que al
matarme también morías tú. No podías saber que al matar a un hombre bueno matas
lo bueno que hay en ti. Y hoy por fin estamos todos muertos sin derecho a
descansar en paz
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