jueves, 2 de mayo de 2019


Recuerdo aquellos tiempos en que mi infancia deshojaba margaritas.
Platero era aún pequeño, peludo, suave; Blancanieves no era feminista;
Don quijote no había traicionado a Rocinante con un coche oficial.
Entonces la lluvia era húmeda y el arte estaba a salvo en sus museos.
Después llegó la revolución de las zapatillas de andar por casa,
las boinas sin rabito y la nueva guerra de los mundos sin  H.G Wells.
El ciudadano Kane abandonó la churrería del barrio y se pasó a Starbucks.
Caperucita se esconde del lobo en todas las elecciones,
su abuela se operó los pechos en la seguridad social
y la dentadura postiza en un dentista de pago.
Ahora Pedro llega siempre con el lobo en avión privado, sus
gritos como siempre parecen no asustar a nadie.
El Flautista de Hamelin se mudó a Galapagar con su ejército de ratas,
y la parienta le toca la flauta para sobrevivir.
Vivimos en la era de la banca pública, en San Martin sacrificamos al cerdito
hucha y esparcimos jamones de barro por todo el territorio.
Bailamos en pelotas alrededor de nuestro rey desnudo,
pero los langostinos se los siguen comiendo ellos.
¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza! Recitan los cuervos
que leen viejos libros mientras esquivan perdigones.

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