El calendario del desencanto
comienza con algoritmos
que salen al paso
en procesiones de recelos
con sigilosos antifaces.
Es curiosa la necesidad
que siente la inseguridad
de embozarse como cualquier forajido,
un espectro trasnochado
o incluso maquillarse una sonrisa
que disimule el incomodo crujir
de los dientes apretados
para sentirse más segura.
Es difícil comprender a quien
se acerca con disimulos
condenados de antemano
a sorprender la continuidad
de tantas sombras urbanas.
El amor se escribe cada día,
y no es más cierto
cuando llega con gula de palabras
que al fin y al cabo no significan
mucho más que las intenciones
y nunca fueron agradables
los empachos sintácticos
sin mayor intención
que la de regalarnos los oídos.
Cuando llega la ocasión
es mejor salir del paso con almax
que padecer los rigores
de una indigestión gramatical.
Tal vez sea mejor cambiar la hora
y sustituir las pilas gastadas,
sacar brillo a las manecillas inclementes
de la vida antes que detenerse
ante melancolías innecesarias.
Nunca tuve buena voz
para cantarle
saetas al pasado.
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