Ernesto abrió los ojos; el traqueteo lo había
despertado de su sueño, o eso pensaba hasta el momento, ¿dónde estaba? Él
recordaba perfectamente haberse lavado los dientes, haber puesto el despertador
en hora y por supuesto haberse metido en la cama; recordaba incluso sus
pensamientos antes de cerrar los ojos, ¿dónde estaba?...empezó por mirar a su
alrededor; estaba sentado en una butaca muy parecida a las que suelen usarse en
trenes, autobuses o aviones; la butaca
al lado de la suya estaba vacía pero, a pesar de las penumbras, Ernesto pudo
distinguir más siluetas sentadas delante y detrás suyo; todos iban en silencio
y mirando por la ventanilla. ¡La ventanilla, claro! Esa podría ser la
confirmación, el argumento para demostrar la realidad; a través de ella podría
ver algo más; pero nada, fuera estaba oscuro y apenas se distinguían sombras
indescifrables.
-
Calma,
calma, estoy soñando, sólo es eso.
Estaba en algún tipo de autobús, eso seguro;
de vez en cuando el vehículo se detenía para dejar bajar o subir algún pasajero.
La cuestión era ¿hacia dónde viajaba, qué destino tenía, y cómo narices había
llegado a él? Estoy soñando, estás soñando, Ernesto; sin embargo estaba
vestido, llevaba unos tejanos que reconocía como suyos, una camisa de cuadros
que apenas usaba, pero también suya y a su lado descansaba su vieja zamarra de
piel, su favorita, la que usaba casi siempre, estoy soñando o…¿seré sonámbulo?.
El vehículo se detuvo y una vez más salieron
dos o tres personas, ¡qué raro!, juraría que no había entrado nadie; sin
embargo, el asiento que había justo delante de él ahora estaba ocupado. Era un
autobús, eso estaba claro, podía distinguir al conductor y el panel de luces al
lado del volante; a lo largo del pasillo se veían cabezas reclinadas o rectas,
mirando a su alrededor, como él mismo hacía, pero nadie intentaba levantarse,
él mismo sentía una extraña modorra además de la curiosidad que le asaltaba con
continuas preguntas; la verdad es que se estaba cómodo y calentito, en fin ya
se despertaría de este extraño sueño para ir al trabajo; mañana le esperaba una
jornada dura, tenía que visitar dos obras en construcción (Ernesto era
arquitecto) y por la tarde tenía una cita con dos nuevos clientes para empezar un
nuevo proyecto, además tenía una cita con Clara; por fin parecía que iban a
hacer las paces tras dos semanas de tensión por un absurdo mal entendido. Clara
era buena chica pero un poco celosa a veces y muy cabezota; pero él la adoraba.
Un frenazo repentino. Hasta ahora el
conductor manejaba el vehículo de una forma muy suave.
-
¡Usted
no puede subir, éste no es su autobús!
El conductor reprendía a un pasajero que
intentaba subir aprovechando la brusca frenada y el pasajero parecía no estar
dispuesto a hacerle el menor caso.
-
¡Le
he dicho que no puede viajar en este autobús, amigo!
El pasajero movía la cabeza negándose a
bajar. En fin, Ernesto tenía otras cosas de qué preocuparse, mañana por la
noche quería sorprender a Clara con la cita perfecta, la compraría rosas negras
por supuesto, eran sus favoritas, y la llevaría a cenar a aquel restaurante
italiano que tanto le gustaba a ella. Vaya, el malentendido parecía haberse
aclarado; el conductor arrancaba de nuevo y el pasajero polizón ya no estaba en
el interior del vehículo, ni tampoco estaba la persona que ocupaba el asiento
que había delante del suyo; en algún momento entre sus pensamientos y la
discusión del conductor con aquel extraño pasajero que no pudo subir, su
compañero silencioso de viaje también había descendido del vehículo.
Aunque la verdad, Ernesto tampoco había
intentado entablar conversación alguna con él o ella, sinceramente no le había
prestado más atención que la de obligada curiosidad al verlo de repente sentado
delante de él. Un regalo, tenía que llevar a Clara un regalo además de las
rosas, algo que durase más que la fragancia y el color de aquellas rosas, algo
más perenne, como sus intenciones hacia ella, quizá un broche o una pulsera, a
Clara le gustaban los búhos como adornos, quizá un broche con forma de búho.
El autobús frenó suavemente y dos personas
más bajaron de él; ¡un momento!, aquel que bajaba era Sancho, su compañero de
cuarto en el colegio mayor de la universidad.
-
Sancho, Sancho.
Nada, no le había oído; se acercó a la ventana
por si podía verlo o llamar su atención de alguna otra forma, pero todo estaba
oscuro aún, no había forma de ver dónde se dirigía su antiguo amigo o de que él
le viese a través de los cristales de la ventanilla. En fin, intentaré dormir;
quien sabe si a lo mejor me despierto en casa. Ernesto apoyó la cabeza en el
respaldo del asiento, se dejó mecer por el ronroneo del autobús y cerró los
ojos.
-
Ernesto
despierta, ésta es tu parada.
El conductor, un hombre de rostro intemporal,
le sacudía suavemente por los hombros
-
¡cómo,
cómo!, pero si yo no he pedido bajar.
-
tienes que bajar, ésta es tu parada.
-
¿pero,
dónde estoy, cómo he llegado aquí? Usted debe saber cómo llegué y el trayecto
de mi viaje.
-
Tienes
que bajar, Ernesto; aquí es donde me dijiste que te avisara para bajar, hasta
aquí tienes pagado el billete, el resto del viaje debes hacerlo por tu cuenta y
por tus propios medios, amigo, ¡buena suerte!
Antes de darse cuenta de cómo exactamente lo
había hecho, Ernesto se encontraba tras las puertas del autobús; el vehículo
arrancó sin él. Ernesto empezó a caminar sin saber exactamente dónde se
encontraba. ¡Qué curioso, empezaba a sentirse ligero!, ¿qué hora sería? Al
mirar la esfera de su reloj, se dio cuenta de dos cosas, la cadena de su reloj
le quedaba grande en la muñeca y la camisa también.
-
¿Vaya,
qué es lo que parece enredarse entre mis piernas?
El pantalón empezaba también a quedarle
grande, demasiado grande y demasiado deprisa.
-
Es
un sueño, está claro.
Ernesto siguió caminando en la noche,
mientras sus ropas cada vez le quedaban más holgadas y su figura parecía
empequeñecer por momentos; o quizás era el efecto que causaban esas ropas cada
vez más holgadas que llevaba puestas.
-
No importa, esto es solo un sueño.
Ernesto siguió caminando hacia la noche,
hasta confundirse con la oscuridad.
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