Érase una vez un niño que nació en un lejano reino del que apenas quedan
las ruinas y aún esas escondidas entre la maleza espinosa de discursos
demagógicos. Un niño que creció como tantos otros creyendo que la justicia y el
bien siempre prevalecen y los malvados terminan por pagar la cuenta de sus
injusticias. El tiempo pasó y el niño se hizo hombre, pero un hombre con el
corazón de niño. Un hombre en busca de respuestas a sus antiguas creencias. En
el camino de su búsqueda creyó encontrar la respuesta en la razón; pero la
razón es algo que todos quieren tener, aún mintiendo en el empeño de
conseguirla, el hombre niño que una vez fue sólo niño se entristeció al
comprobar que la razón no sirve cuando la razón deja de servir a la verdad, y
en su camino en busca de respuestas halló la Fe en un rinconcito del corazón,
justo en el rinconcito que tenía en usufructo el niño que nunca dejó de ser del
todo. Pero un niño en un mundo despiadado está condenado de antemano a sufrir
por su ingenuidad, aquella misma que siempre le indicó que la verdad no
necesita de enrevesados discursos para demostrarse ya que la verdad se
demuestra con sencillez. Pero la verdad carece de importancia en el reino en
ruinas, y su falta es más devastadora que todas las plagas bíblicas juntas. El
hombre-niño cansado de buscar respuestas sobre la verdad en la razón
prostituida decidió buscar consejo en el más sabio de los hombres, pero también
falló en el intento ya que incluso el más sabio de los hombres pretende tener
la razón de su parte en lugar de intentar defender la verdad con el argumento
de la razón, y cansado de buscar, el hombre-niño que una vez fue sólo niño se
durmió para soñar que escapaba de la pesadilla diaria de un reino asolado, tan
pobre y mísero que no conocía el significado del amor, que premiaba la vileza y castigaba la virtud
allá donde la encontrase. Y en medio de sus sueños una voz le despertó y le
dijo ¿qué buscas inútilmente en el mundo, acaso no sabes que las respuestas a
tus preguntas son más antiguas que él y es inútil tu propósito? ¿Cómo pretendes encontrar la verdad a través
de la razón, si la verdad existe por sí misma y la razón existe para confundir
la verdad? Ven, ven conmigo pues yo soy tu respuesta y el camino que buscabas,
ven conmigo pues yo soy el padre de todos los hombres, que al igual que tú
siguen siendo niños y necesitan de mí. No te daré riqueza alguna, al contrario,
te enseñaré a comprender que los bienes materiales te encadenan a la necesidad
de poseer más y sólo la pobreza y humildad es la antesala de la verdadera
libertad. No te daré tampoco el poder de juzgar, castigar o terminar con la iniquidad
humana, pues ese derecho tan sólo me corresponde a mí y la única manera de
terminar con ella es hacer comprender al hombre que la iniquidad termina por
destruir incluso a quienes la adoptan como forma de vida. Sin embargo te daré
lo más importante, te daré la vocación de consolar a los afligidos, a los
perseguidos, a las víctimas de la iniquidad que tu corazón desea extirpar del
mundo. No temas, no estarás sólo ya que hay más pequeñines como tú y les
conocerás porque te llamaran hermano y tú les llamarás hermanos a tu vez. Y el
niño despertó feliz y nunca más estuvo triste o sintió miedo alguno ya que
desde aquel día el padre de todos los pequeñines estaba con él y también le dio
hermanos. Lo más bonito de este cuento de Navidad es que aún está muy lejos de
ver el final, ya que estas líneas son tan sólo el comienzo.
Feliz Navidad, Paz y Bien.
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