Mario paseaba por el viejo rastrillo, era un apasionado
de los objetos raros, antiguos; a ser posible con una extraña historia flotando
en torno a ellos.
A decir verdad la mañana le estaba resultando
bastante aburrida; montones de libros usados
que no ofrecían demasiada novedad a un eterno
buscador, objetos de cerámica, viejos muebles de madera, algún gramófono o
radio de principios del pasado siglo, los eternos puestos de sellos, billetes y
monedas, viejas condecoraciones. El pan nuestro de cada día en ese tipo de
mercadillos.
Aburrido de fisgonear, decidió hacer un alto
en su búsqueda para tomar una cerveza bien fría y un pincho, preferiblemente de
tortilla. Bajo los soportales, casi escondido entre dos esquinas
Se encontraba su tasca favorita, Casa Pepe,
una vieja taberna que anunciaba orgullosa el año de su apertura en un bonito
entramado de mosaico; 1910. El interior aunque reformado, conservaba aquel aire
añejo en su decoración, y tras la barra un bisnieto del fundador, y amigo suyo.
-
¡Buenos
días José, una jarra fría de cerveza y un pincho de tortilla!
-
¡Vaya,
buenos días Mario!, no te pregunto cómo ha ido porque te veo entrar con las
manos vacías.
-
Sí,
la verdad es que hoy no me sonríe la suerte, esto empieza a estar demasiado
trillado, cada día cuesta más encontrar algo que merezca la pena. Creo que
empiezo a venir solo por tu tortilla y la conversación.
-
Pues
hablando de conversaciones Mario, ¿Sabes quién ha muerto? El Señor Cornelio. Un
infarto fulminante, lo encontraron ayer noche tras el mostrador de su tienda,
la verdad, es algo extraño pues a pesar de su edad nunca tuvo problemas
cardiacos, lo más raro de todo, según comentan los mentideros era la expresión
de su cara, una fría mueca de espanto. Lo curioso es que no falta nada en su
tienda, ni dinero ni objetos de valor, nada que pueda presagiar un intento de
robo. Es como si simplemente hubiese visto a la muerte venir por él.
-
¡Vaya,
echaré de menos las conversaciones con el viejo anticuario! Era todo un
erudito, todo un personaje; llegué a apreciarle bastante.
-
Y
él a ti Mario, te consideraba cómo de su familia, la verdad es que estaba
bastante solo, de hecho no ha llegado nadie aún a reclamar su cuerpo. Creo que
tiene una hija pero la verdad, nunca la vi por aquí. La policía está haciendo
algunas preguntas por el barrio, pura rutina.
-
En
fin me marcho, haz el favor de avisarme para su entierro, me gustaría acompañar
al viejo hasta su última morada, no creo que vaya mucha gente y lo menos que
merece el pobre Cornelio es que le acompañe hasta el final.
Tal y como supuso Mario, no fue demasiada
gente a despedir al pobre anciano apenas 20 personas; entre las que se
encontraban él mismo, su amigo José, algunos compañeros de comercio del barrio
y aquella hija que nunca habían visto en todos aquellos años de trato con el
difunto Señor Cornelio, un hombre por otra parte, bastante reservado en lo
tocante a su vida familiar y personal, un hombre que nunca les habló de aquella
hija que ahora tenían ante ellos. La verdad es que la chica era una autentica
belleza, tenía unos ojos penetrantes, oceánicos, y negros como una noche.
Podría decirse de ellos, que hablaban en cada una de sus miradas; de figura
estilizada y una negra y larga cabellera que le llegaba casi hasta la cintura.
-
Vosotros
sois Mario y José supongo, los amigos de mi padre; gracias por venir, mi nombre
es Dagda.
-
De
nada, soy Mario y él es José, encantados de conocerte, aunque las
circunstancias no sean las más adecuadas. ¿Por cierto, Dagda? Un nombre muy
curioso.
-
Sí,
mi padre llevaba sus aficiones y su pasión más allá de sus negocios, toda su
vida giró en torno al pasado; incluyendo el nombre de su hija. Por cierto
Mario, cuando tengas tiempo debo hablar contigo, mi padre te ha dejado algo, te
agradecería que pasases por la tienda en cuanto puedas, tengo intención de
inventariar todo y liquidar el negocio para volver a marcharme. Parece ser que
te ganaste su aprecio a pulso, no te deja una bagatela precisamente.
-
Vaya, reconozco que estas despertando mi
curiosidad, compartía con tu padre esa pasión por las antigüedades, por las
viejas leyendas y mitos. De ella nació nuestra amistad precisamente. Haremos
algo Dagda, te dejo mí número de móvil y estamos en contacto.
La vieja tienda estaba como siempre, con ese
olor tan peculiar a años pasados. El local era muy espacioso, lleno de estantes
en los que se podían ver los más extraños objetos, cajones y vitrinas, y todo
alrededor, viejos arcones, maniquíes con ropas de otros siglos, incluso un par
de enormes pianos, y algún que otro instrumento musical más. El Señor Cornelio
era un verdadero anticuario, un hombre capaz de conseguir las piezas más
extrañas, las más exóticas rarezas. Había sido un hombre con muchos contactos,
alguien que amaba su profesión, alguien que hizo de su pasión una forma de vida
hasta el final. Aún flotaban en el ambiente y los recuerdos de Mario tantas
conversaciones sobre los viejos mitos y leyendas de otras culturas, sobre los
antiguos Dioses paganos.
-
Gracias
por venir Mario, espera un momento, voy a buscar el paquete que te dejó mi
padre, aunque mejor será que me ayudes, es algo grande y pesado para traerlo
yo.
Mario acompañó a Dagda al interior, a la
trastienda, una habitación casi tan grande como la tienda en sí, allí había
infinidad de objetos embalados y sin embalar, con etiquetas que anunciaban su
procedencia, antigüedad y destinatario.
-
Ese
paquete es el tuyo Mario, te garantizo que te llevas algo muy valioso, un
objeto que lleva muchos años en la familia.
El paquete tenía algo más de un metro de
altura, por unos cuarenta centímetros de ancho.
¿Un cuadro tal vez? En fin, ya lo averiguaría
al llegar a casa. Dagda le entregó también un sobre cerrado, con su nombre
escrito.
-
Toma,
mi padre también te dejó esta carta.
-
Gracias
por todo, supongo que seguiremos en contacto ya que tienes mi numero.
-
Sí
Mario, seguiremos en contacto, de eso estoy segura.
Mario conducía con cierta impaciencia, ¿qué
le habría dejado el viejo? El paquete acomodado en el asiento trasero de su
Renault Megane parecía burlarse de su curiosidad durante el trayecto.
-
¡Por fin en casa! Exclamó al cerrar la puerta
de su apartamento tras de él.
Con
extremo cuidado, a pesar de la impaciencia que le anegaba, fue desenvolviendo
aquel paquete. ¡Vaya, era un extraño espejo! Un marco de bronce con símbolos
rúnicos, la superficie del espejo era de plata, muy pulida, hasta conseguir un
nítido reflejo. No sólo era muy antiguo, era además muy valioso. La carta
estaba a su lado, aún sin abrir, Mario la miraba desconcertado. ¿Qué habría
impulsado al pobre anciano a dejarle esa fortuna? No conseguía entenderlo. Si
el viejo hubiese estado solo en el mundo, tal vez, pero tenía a su hija; y sin
embargo le había entregado ese valioso espejo a él. Lo mejor era leer la carta
y salir de dudas:
-
Estimado amigo.
Imagino que estarás muy desconcertado en este momento, puedo adivinar
las preguntas que debes estar haciéndote en este mismo instante.
¿Por qué me deja a mí este valioso espejo?
¿Por qué no a su hija?
¿Qué puede haber visto en mí, para hacerme merecedor de tan valioso
obsequio?
¿Cuánto puede valer si me decido a venderlo?
Empezaré a responderte que si te decides a venderlo tendrías la vida
resuelta, pero sé que no lo harás, con esto respondo a dos de las preguntas que
seguramente te has hecho.
Te lo dejo a ti, porque creo que entenderás que su verdadero valor va
mucho más allá de lo económico, es una verdadera rareza, de las que te gustan
tanto, su origen se pierde atrás en los tiempos. Este espejo, querido amigo te
enseñará todo lo que desees ver, y quizás algunas cosas que no desearías ver
nunca; entraña ciertos riesgos su uso, hagas lo que hagas no permitas que indague en tu interior,
en tus más íntimos
deseos o ambiciones. Si
consiguiese hacerlo se apoderaría de tu alma, y entonces te aseguro que no hay
escape alguno, vayas donde vayas serás suyo. Mucho cuidado amigo, no existe
lugar donde esconderse de su poder.
Mi hija está vinculada a él, como todas las mujeres de mi familia desde
hace generaciones. Digamos que es en cierta forma, su guardiana; por ese motivo
no debe tenerlo ella. Lo normal es que pase a los varones de la familia, pero
nunca tuve hijos varones, y mi sobrino, destinado a poseerlo tras mi muerte
falleció hace años de manera extraña.
Por ese motivo el vínculo que une el espejo a mi sangre queda roto tras
mi fallecimiento, y por ese motivo debo traspasarlo a alguien de mí confianza,
en este caso tú. No puedo explicarte con todo detalle lo que necesitas saber,
eso es algo que tendrás que averiguar por ti mismo. Úsalo con prudencia amigo,
te tenderá trampas para liberarse de ti, pero está obligado a obedecerte en tus
deseos; debo explicarte también que es una puerta al pasado, al futuro, y a
otros mundos que desconoces, el peligro que entraña es precisamente el afán que
pueda despertar en tu sed de conocimiento. Como te dije antes, escrudiñará en
lo más profundo de ti mientras te sirve, buscando un punto débil, procura que
no lo encuentre. Para vincularlo a ti debes apoyar el dedo corazón de tus manos
sobre los símbolos que hay en los extremos superiores del marco, al mismo
tiempo que pronuncias tú nombre.
Esto es todo lo que puedo decirte amigo, la decisión de aceptar este don
que te ofrezco es solo tuya.
Atentamente.
CORNELIO
Desde luego este era
un día de sorpresas, Mario no tenía claro si el viejo había perdido el juicio
al escribir esa carta, o conocedor de su pasión por los mitos, intentaba
simplemente burlarse de él allá donde estuviese en este instante.
Se miró las manos,
concretamente cada uno de sus dedos corazón, aquellas extrañas runas en el
borde del espejo parecían esperar, burlonas. Se acercó a ellas con los dedos
extendidos, empezó a acariciar los relieves rúnicos; de repente un destello
sobre la superficie bruñida, sin saber cómo, su nombre se le escapó entre los
labios. Una luz cegadora inundo aquella habitación.
-
Hola
Mario, ¿Te pongo lo de siempre?
-
¡Buenos
días! No, solo un café. Oye, ¿Sabes que ha pasado con la tienda del Señor
Cornelio?
-
Pues
parece ser que al final no se ha vendido, la hija la dejó cerrada. Dijo que no
se sentía capaz de liquidar lo que fue la vida de su padre, creo que busca
alguien como arrendatario para mantenerlo tal cual. Bueno, cuéntame, ¿qué tal
tu regalo? Llevas semanas sin aparecer por aquí.
-
¿Mi
regalo? Sorprendente, un verdadero tesoro para alguien como yo.
Te aseguro que ha cambiado mi vida
totalmente amigo.
-
Bueno,
mientras sea para bien. Pero eso no te da derecho a dejar de visitar a los
amigos con cierta frecuencia, me tenías algo preocupado; te he dejado varios
mensajes en el móvil, aunque casi siempre lo tienes desconectado. Llevas casi
dos semanas sin dar señales de vida.
-
Perdona,
tienes toda la razón, supongo que me ha trastocado un poco todo lo sucedido
desde el funeral, y reconozco que se me ha metido en la cabeza la hija de
Cornelio, creo que me estoy obsesionando con ella.
-
¡Chico,
llámala, tienes su número!
-
Tienes
razón, después intentaré hablar con ella.
-
¿Qué,
otro cafecito para el abuelete? O prefieres una jarra fresca de cerveza y un
pinchito de mi deliciosa tortilla de patata.
-
No
gracias, creo que marcho ya, cuando llegue a casa intentare hablar con Dagda.
-
Pues
nada campeón, un abrazo y suerte con la chica, la verdad es que está de muerte.
Camino de su casa, Mario no conseguía
quitarse a Dagda de la cabeza, era como un pensamiento remachado a fuego en su
cerebro. Necesitaba verla, le había mentido a José, llevaba dos semanas
llamando a un teléfono que no respondía a sus mensajes.
¡Un momento, el espejo claro! A través de él
podría verla, comunicar con ella, el viejo lo dejó escrito, ella era en cierta
forma su guardiana.
Le falto tiempo para cerrar la puerta de su
apartamento y dirigirse al espejo. Apoyó sus dedos sobre los símbolos, allí
estaba el destello; ¡Dagda, Dagda! De repente, la luz cegadora de nuevo. La
pantalla empezó a reflejar una imagen, ¡era ella, allí estaba! un momento, sus
manos se extendían hacia él, sus ojos negros le miraban intensamente: ¡Ven,
ven, coge mi mano!; parecían decirle. Mario estaba como hipnotizado, aquellos
ojos le miraban como algo suyo, aquellas manos extendidas hacia él... ¡Oh,
Dios, cuanto había soñado con esto! Ella le quería, le llamaba, era suya; sólo
tenía que coger su mano en aquel reflejo, y ella vendría.
Sin saber cómo, sus manos empezaron a
acariciar el reflejo de Dagda en la superficie plateada, su pelo, su cara, sus
manos. De repente, un extraño fulgor azabache pareció apoderarse de toda la
habitación, devorando a su paso la luz mortecina del atardecer.
-
Hola
Dagda, parece que estamos destinados a encontrarnos en las situaciones más
difíciles.
Aquellos ojos, negros como un eclipse,
profundos como un misterio estaban clavados en José; parecían llamarle en cada
mirada.
-
Es
cierto, parezco una portadora de malos augurios. ¿Se sabe algo más de Mario?
-
No,
es como si se hubiese marchado con lo puesto, eso dicen. Aún no dejan entrar en
su casa.
-
¡Tengo
algo qué decirte José! Al llegar me pasé por la tienda de mi padre, dejé a Mario
una copia de la llave. En la trastienda
encontré esta carta para ti, y un paquete.
José miro aquel sobre
con su nombre escrito, desde luego la letra era de Mario, qué extraño motivo le
impulsaría a marcharse sin decir nada. Quién sabe, tal vez en aquella carta y
el paquete que la acompaña encontraría respuestas a la extraña desaparición de
su amigo Mario.
-
¿Por
qué no me acompañas a la tienda y vemos lo que te ha dejado Mario?
-
Sí,
tienes razón.
José caminaba al lado
de Dagda hacia la tienda, que extraño, apenas se habían visto tres o cuatro
veces, sin embargo la sentía tan cercana, como sí una extraña complicidad se
extendiese entre ellos. La puerta de la vieja tienda de antigüedades desprendía
un extraño fulgor plateado, al igual que el escaparate. Seguramente Dagda se
habría dejado alguna luz encendida.
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