Quemas como un silencio
de plomo derretido en los pulmones,
como un rayo despistado en el desierto
cuando el sol abre por rebajas.
Amaneces desordenada y metódica
como un plano de metro en desuso
en manos de un turista japonés extraviado.
Proyectas tu sombra sobre la inercia
del tiempo acompasado, diapasón
de una sinfonía inacabada
escrita en los pliegos de madera
del violín jubilado de cualquier músico
con coma cerebral en cada uno de los dedos.
Encefalograma plano del corazón
sobre una mesa de operaciones
impregnada de toda extravagancia
con sombrilla, coctel de frialdad
y aperitivo de instrumentos quirúrgicos
desperdigados por los metálicos rincones.
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