-
¡Qué
pasada tía!
Mario contemplaba cada detalle de aquel viejo
cementerio entre los vapores etílicos producidos por algún trago de jack
daniels acompañados por marihuana, y la emoción que le causaba su primera
experiencia real con el mundo gótico.
Todo comenzó el fin de semana anterior en un
pub, Mario llevaba unas semanas inmerso en aquel extraño ambiente, era un chico
tímido, no terminaba de encajar en ningún grupo, algo que le había llevado a
aislarse. Por otro lado era un apasionado de cualquier tipo de lectura que
tuviese sabor a mitos, leyendas, o historias sobrenaturales; le gustaban
especialmente Allan Poe, Lovecraft, las leyendas de Becker, Byron o Milton,
siempre andaba a la caza de cualquier novedad que pudiese encontrar en
Valdemar. Sólo fue cuestión de tiempo que encontrase a Laura entre las
estanterías de libros dedicados a ese género. Laura coqueteaba con una de
aquellas tribus urbanas, aunque no estaba plenamente integrada en ella, vestía
ropas oscuras a juego con sus ojos, no llevaba las prendas características de
ese tipo de grupos, ni tan siquiera se maquillaba de manera extravagante. Conectaron
casi al instante tras un ligero cambio de impresiones sobre Le Fanu, Bloch,
Leiber, Matheson, Maturin, Chaucer y otros parecidos.
Mario le recomendó Los Cantos de Maldoror de
Isidore Ducasse y Laura aceptó la recomendación y una invitación para tomar un
café y ampliar la conversación; sentados en una terraza y cargados con sus
nuevas adquisiciones comenzó aquella amistad que llevó a Mario al
pub donde los conocidos de Laura les
propusieron acudir a un cementerio en plenilunio para participar en un ritual
de invocación a los espíritus de los muertos, Mario no se sentía muy dispuesto
pero Laura aceptó casi al instante y le arrastró en aquella extraña aventura.
La verdad es que los componentes de aquel
extraño grupo no terminaban de convencerle, no eran exactamente como Laura o
él, dos apasionados de las lecturas profundas. Ellos por el contrario
demostraban no tener un gran conocimiento de aquellos autores que devoraba con
autentica pasión; su rollo era más bien la música Black Metal y la
participación en algunos foros y webs de carácter gótico. Sinceramente no
terminaba de entender que podía encontrar su nueva amiga en ese grupo. De hecho
le parecieron insustanciales y más propensos a la fantasía inspirada por
películas de serie B que verdaderos apasionados como ellos de las lecturas
profundas y serias de tantos autores consolidados de ese mundo de sombras y
contraluces.
-
¡Vamos
ratoncitos de biblioteca! va siendo hora de que viváis aquello que solo
conocéis por las aburridas páginas de tantos libros. Hoy experimentareis el
verdadero contacto con el ángel de la muerte, hoy podréis danzar con los
espíritus que vagan por las sombras de la vida cuando la vida duerme, ¡ánimo
cobardicas que ya llegamos!
A lo lejos se recortaban las siluetas de
estatuas de piedra y mármol, era un viejo cementerio abandonado, perdido en
medio de un bosque húmedo y lóbrego por el que parecían no haber pasado los
años, una gran verja oxidada se alzaba ante ellos, una vieja cerradura rota
invitaba a pasar libremente al mundo silencioso de la muerte, un molesto
chirrido sonó como una advertencia al abrir la puerta lo justo para poder pasar
a través de ella. Mario no pudo evitar sentir un escalofrío recorriéndole las
vísceras, de pronto sintió el calor de la mano de Laura buscando en cierto modo
el abrigo de la suya, ambos se miraron unos instantes y asintieron; llegarían
hasta el final de aquella extraña aventura a pesar de la reticencia que
empezaban a demostrar sus gestos.
El grupo caminó por un sendero flanqueado por
cipreses que proyectaban extrañas y sobrecogedoras formas a través de la luz
proyectada por la redonda brillantez de aquella luna llena que proporcionaba
una visión fantasmática del conjunto funerario.
-
El
trago del valor chico.
Oscar, uno de los componentes del grupo sacó
una botella de licor de su largo abrigo de cuero negro, Mario no era un gran
bebedor precisamente, tras un largo trago directamente de la botella comenzó a
sentir una oleada de calor bajando hacia su estomago y el sabor almendrado
característico de aquella bebida en su paladar; una sensación de modorra se
apoderó de él, pero al mismo tiempo también comenzó a desaparecer aquella
ligera angustia que no le había abandonado en todo el trayecto, pasó la botella
a Laura que también dio un largo trago. Antes de darse cuenta un porro de
marihuana fue pasando de mano en mano hasta la suya y de su mano fue hasta su
boca, - vaya noche y lugar para experimentar con las drogas por primera vez,
pensó mientras pasaba a Laura aquel porro.-
-
Tranquilos,
aún no es medianoche,
debemos esperar, podemos divertirnos mientras tanto.
Oscar cogió de la mano a una de las chicas
del grupo, juntos se tumbaron sobre una lápida donde comenzaron a acariciarse y
desnudarse mutuamente, pronto les siguieron los demás componentes del grupo.
-
Yo
no he venido a esto, pensaba que ibais en serio, ahora veo que no sois más que
unos salidos borrachos.
-
¿Qué
te pasa bonita, eres virgen o una aprendiz de monjita recatada?
-
Lo
que yo sea no es cosa vuestra, vámonos de aquí Mario.
Mario sintió de nuevo la mano de Laura, esta
vez sobre su hombro, asintió y comenzó a caminar junto a ella rumbo a la
salida, coreados por las risas del resto del grupo.
El camino de regreso hasta la salida empezaba
a cubrirse por una bruma que apenas dejaba distinguir el sendero de piedra,
Mario respiro con cierto alivio la verdad es que nunca estuvo muy dispuesto a
participar en aquel ritual.
-
Mario
gracias por acompañarme, para ser sincera la verdad es que soy virgen, desde
luego he estado con chicos pero nunca he pasado de tontear, me caes bien pero
no soy del tipo de chicas que se acuesta así como así con el primero que llega.
-
Tranquila
Laura, lo entiendo, además empezaba a sentirme incomodo en ese grupo de
fantoches disfrazados de fantoches. Me da un poco de vergüenza decirlo pero yo
tampoco he estado nunca con una chica, hubiese sido mi primera vez y no me
gustaría nada recordar algo tan importante entre lapidas y panteones.
Un lamento metálico interrumpió la
conversación; la puerta del cementerio seguramente, ¿pero, quien más querría
venir a estas horas?, seguramente otra pandilla de indigentes no muy distintos
de los que acababan de abandonar pensó Mario.
-
Tengo
miedo.
-
Tranquila,
seguramente serán otros idiotas parecidos a los que se han quedado atrás revolcándose
entre los muertos. No pasará nada, ya verás.
Una figura solitaria apareció ante ellos a
pocos metros, la niebla no dejaba ver con claridad, apenas se vislumbraba algo
entre los jirones de luz que se colaban por aquella blanca opacidad. La silueta
se acercaba a ellos, en su misma dirección; se cruzarían inevitablemente.
-
Mario
por favor escondámonos hasta que pase, no sé porque pero empiezo a sentir
miedo.
Con todo el sigilo posible corrieron hasta un
panteón de piedra, bordeándolo para refugiarse tras sus paredes, allí pegados a
la piedra musgosa conteniendo incluso la respiración esperaron
que pasase de largo aquella figura que tanto
les intimidaba.
-
Ha
pasado de largo Laura, esperamos un minuto más y salimos pitando, ya estamos
casi fuera. Maldita la hora en que aceptamos acompañar a esos chiflados.
Con cuidado volvieron a bordear aquel
mausoleo camino de la puerta de salida, allí estaba, apenas a dos metros de
ellos, entornada; respiraron con alivio ante el final inminente de aquella
estúpida excursión de plenilunio. El mismo lamento metálico de aquella puerta
les saludó casi con burla mientras se cerraba ante ellos.
-
No
puede ser, se ha cerrado sola, es imposible, cuesta mucho abrirla, lo vimos al
entrar, no corre ni pizca de aire, pero no creo que pudiese cerrarla ni un
vendaval.
-
No
podéis salir, no esta noche, la puerta permanecerá cerrada hasta el amanecer.
Se volvieron asustados, aquella silueta que
intentaron esquivar escondiéndose se alzaba ante ellos. Pertenecía a un hombre
alto, vestido con un traje oscuro y cubierto con una negra capa española sujeta
al cuello por una esclavina con forma de ángel, un ángel no muy distinto del
que se alzaba sobre algunas de las lápidas de aquel cementerio.
Sus manos se posaron sobre los hombros de los
chicos, estaban frías y húmedas como aquella neblina que rodeaba la noche, sus
ojos eran de un color oscuro pero indefinido, con un brillo metálico, acerado e
hipnótico.
Volvieron sobre sus pasos acompañados por
aquel extraño personaje que en medio de ellos les guiaba con una brazo sobre el
hombro de cada uno, no preguntaron nada, no dijeron nada; sencillamente se
dejaron conducir hacia su destino, fuese el que fuese. Aquella voz, la mirada
de aquel hombre venció cualquier resistencia
que hubiesen querido ofrecer; caminaban sintiendo aquellos brazos como cadenas
que ataban su voluntad y la doblegaban al extraño.
-
No
sintáis temor, vinisteis por vuestra propia voluntad, hoy conoceréis ese mundo
por el que os sentís atraídos, sois invitados de honor, la ceremonia no puede
tener lugar sin vosotros. Vamos, no hagamos esperar al resto de los invitados,
la medianoche se acerca.
Pasaron de largo por el claro donde habían
dejado abandonados a los góticos de diseño revolcándose sobre lápidas. No eran
conscientes del tiempo, ni del camino, es casi como si caminasen sobre aquellos
jirones brumosos. De repente se detuvieron ante un inmenso panteón, una angosta
escalera de piedra desembocaba ante una cancela metálica custodiada por dos
extrañas figuras aladas, dos gárgolas.
-
La
ceremonia está a punto de comenzar, pero debéis vestiros adecuadamente.
El extraño cubrió su cabeza con una capucha
que pendía de la parte trasera del cuello de su capa. Se acercó a uno de los
nichos sacando dos capas parecidas a las suyas, pero de un intenso color rojo.
-
Tomad,
son vuestras, al menos por ésta noche, ponéoslas.
Entraron por un oscuro pasadizo que
desembocaba a su vez en otra escalera, esta vez de caracol, que como una
serpiente de piedra se deslizaba a través de las profundidades de la tierra.
Llegaron a una amplia cripta, cuatro figuras encapuchas les esperaban ante un
altar con seis copas de plata que descansaban sobre unos paños bordados con
extraños símbolos. Antes de darse cuenta se encontraban formando un círculo que
rodeaba el tabernáculo con una copa entre sus manos. Una extraña plegaria en un
idioma ininteligible para ellos, un susurro que fue extendiéndose por el
interior de sus mentes; voces desconocidas llenas de misterios perdidos en el
tiempo cantaban letanías. Aquella invocación subía de tono y ritmo hasta
hacerles sentir que se encontraban en un torbellino de palabras, girando en
cada una de ellas, sintiendo en cada giro que eran parte de aquello, que
siempre fueron parte del rito. Aquel lenguaje comenzó a tomar forma en su
entendimiento ahora comenzaban a entenderlo, hablaba de dos sumos sacerdotes
perdidos entre milenios, dos elegidos que debían volver de nuevo a ocupar el
lugar que les correspondía entre los suyos. Custodios de la muerte, elegidos
por Azrael para honrar el descanso sagrado de quienes partían de este mundo y
para guiar a quienes debían partir de él.
-
Coged
el cáliz vacio, debemos llenarlo para concluir la ceremonia.
Un tacto frio sobre sus costados, la caricia
metálica de dagas ceremoniales pidiendo ser empuñadas para teñirse con la
sangre de aquellos impuros que osaban profanar el reino de la muerte. Ante
ellos, tendidos desnudos sobre unas mesas pétreas se encontraban sus cuatro
compañeros de aventuras nocturnas, no estaban atados, nada les impedía
levantarse
físicamente, sin embargo sus aterrorizadas
miradas eran testimonio de su imposibilidad de sustraerse de aquella ceremonia.
Bajo cada mesa se encontraba un cáliz esperando recibir el torrente sanguíneo
que brotaría de los corazones vacios que osaron reírse de aquello que no
entendían.
Mario comenzó a entonar una salmodia al
tiempo que alzaba la daga sobre el primer cuerpo, Laura le siguió en el rito.
Un ritmo vibrante se apoderó de la cripta mientras sus cuatro compañeros
encapuchados bailaban alrededor de los altares del sacrificio. Era la hora de
la sangre.
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