Hoy llueve acero sobre
un suelo de cristal
y el viento llora
encolerizado entre la espesura
quebradiza de la
cotidianidad engañosa
de tantas cosas que
nunca fuimos,
que nunca llegaremos a
ser,
que nunca alcanzaremos
con los dedos amputados.
Hoy los cristales están
tan sucios
que no alcanza a
distinguirse la pereza persistente
del asfalto acongojado
por aceras
de viandantes fantasmáticos.
Hoy que nada es real,
es cuando todo comienza
a cobrar sentido, y el
absurdo es un amor
que se despide
aburrido por la lógica del día a día
de unas sábanas
desgarradas.
Creo recordar la
sombra desdibujada de mil anatemas
y restos del banquete
de la razón esparcidos entre vidrios
de otros tantos
brindis al sol.
Pero hoy amanece
nublado
y una niebla persistente
atenaza el futuro, lo
estrangula
con el nudo corredizo de
una corbata
de diseño a juego con la cartera personal
y hereditaria de los
señores feudales
de la miseria y
desdicha.
Es la hora de los
enanos,
la hora siniestra de los bufones
que borraron la
sonrisa existencial
y el derecho a la
existencia.
Creo recordar el cadáver
de la libertad
bailando una danza
macabra
entre dos leones y
miles de hienas
jugando al Scattergories con su cadáver.
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