Despierto sudoroso y con la boca pastosa de silencios,
sin embargo la noche es refrescante
y la brisa marina se desliza por las cortinas abiertas
de una terraza con la mirada perdida en la ensenada.
Me siento inquieto ante un presentimiento
que intenta nacer entre anticonceptivos demagógicos
y no entiendo la pregunta formulada
con interrogantes encadenados. Un sofisma repta
entre los labios del político de turno, tal vez sea la
imaginación
o su lengua bífida, pero no consigo comprender su verdad.
La verdad es que no comprendo la verdad más allá
del obrero que llora las horas de sudor y hastío
mientras sueña con reconstruir las ruinas de su hogar.
Tal vez no entiendo de castas o comprendo
que la semántica es una excusa para engañar las
circunstancias.
Es un mal sueño del que nunca te despiertas del todo,
ya que los sueños están regulados por decreto ley
para proteger la libertad de los custodios de la
democracia.
En el fondo todos somos estatuas de sal
que rinden pleitesía a gigantes con los pies de barro
y las manos teñidas de oro y sangre.
O tal vez sólo sueño que estoy soñando.
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