“Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta
mancharse”.
Gabriel Celaya.
Deje de escribir
poesía cuando mis versos
abrazaron el sofismo
en busca de percha
en la que colgar mi
chaqueta prestada.
Mis estrofas son un eco
desde entonces.
Me acuesto con dolor
de sodomía cotidiana,
pero tengo tantos
seguidores que no importa.
El esfínter dilatado
iguala la geografía de mi sonrisa
¡Mirad como aplaudo
al Rey rojo de turno
con mis manitas
republicanas!
y rezo rosarios
beatos al “Cristo de la Hoz y el Martini”
mientras comulgo con
ruedas de molino.
Ya no soy poeta, si no
bufón
al servicio de la
corte y sus recompensas.
Poesía del pueblo y
para el pueblo, pero sin el pueblo.
Mi voz pagada me
sirve a mí,
pero yo he dejado de
servir a la poesía.
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