lunes, 19 de septiembre de 2016

EL RUGIR DE LA TIERRA.

La tierra estalló de repente con un rugido de ira contenida por miles de años de explotación humana sobre su superficie. La ciudad porteña de Coquimbo pareció estallar en mil pedazos en menos de tres minutos, seguidos por dos minutos posteriores de menor intensidad. La pachamama dio a luz gemelos de 8:58 y 8:48 en la escala Richter con apenas un minuto de diferencia. Todo era confusión en aquellos 5 minutos. El tiempo necesario para fumar un cigarrillo fue en ese instante el tiempo suficiente para morir o sobrevivir. Edificios, árboles, grúas, automóviles pintaban el paisaje en el lienzo de un macabro baile de destrucción con la banda sonora de gritos y alarmas de emergencia. El suelo abriéndose bajo los pies en diversos puntos de la ciudad semejaba a unas fauces de tierra con hambre devoradora. Los ciudadanos intentaban organizarse para   ponerse a salvo en los puntos señalados, con la mochila de supervivencia recomendada para esos casos, y cuando aún apenas estaban repuestos del terremoto el océano contesto a la tierra con un rugido acuático y el cielo se tiño de agua. Un fuerte olor a mar y un ruido ensordecedor fue el aviso de llegada del primer tren de olas devastadoras que apagaron con su furor el ambiente festivo y el olor a asado de fiestas patrias.


Un primer tren de muerte con olas de 5 metros sacó su lengua sobre la tierra, como saboreando con lento placer la sangre y destrucción que llevarían a su paladar los siguientes trenes de olas de entre 8 y 12 metros. La noche se volvió más oscura en presencia de la muerte rondando por sus horas, la angustia de personas buscando a sus seres queridos separados violentamente por brazos de espuma y roca. Atrapados tal vez por el espinoso alambre de los escombros de edificios destruidos y barcos de pesca que elevados del mar por lo bíceps del agua acabaron estrellados en lo poco que quedaba del asfalto urbano. Un pequeño de apenas 2 años fue arrebatado del pecho materno por los brazos acuáticos de la furia de los elementos para ser encontrado días más tarde despedazado entre los escombros. El armazón de una barca de pesca junto con el cadáver de su dueño extendido entre los restos terminó aparcado en la zona azul del centro de la ciudad, un vagabundo ebrio de alcohol y confusión deambulaba como un fantasma por el esperpéntico paisaje, un taxi colectivo amaneció sobre la copa de una palmera y el esqueleto de la antigua biblioteca se alzaba sobre el desastre con todos sus libros amputados en el interior.

Las orillas de lo que antaño fue una playa entre la zona de Baquedano y la avenida del mar semejaban un cementerio de arte abstracto con pinceladas de tierra de nadie tras una dura batalla entre sus antaño confortantes arenas alfombradas y la fuerza del agua desatada  en una catástrofe natural sin precedentes desde casi cien años atrás. Cangrejos confusos, gaviotas asustadas y leones marinos conjuntaban un triste coro con sabor a réquiem acompañados por la música orquestal de los motores de los bulldozers de la armada chilena, los camiones y excavadoras civiles.

En las calles hierros retorcidos y oxidados, agua y barro bajo los escombros de lo que antaño fueron negocios y hogares felices. Antenas de televisión emergiendo de entre los restos como brazos amputados de algo que ya no existe. Personas sin hogar y con el alma en pedazos enjugaban el llanto de sus pérdidas entre los brazos de los voluntarios civiles desplegados en la zona para ayudar, y en medio de esa devastación un español se sintió más chileno que nunca con el barro cubriéndole las rodillas, una pala en la mano, la espalda rota por 8 horas de trabajo y el alma despedazada por tanta destrucción.
Los mástiles de las banderas patrias, quebrados por el furor de los elementos, fueron el preludio de las que a la mañana siguiente ondeaban a media asta en todo el país en memoria de las víctimas y devastación causada en la región. Una referencia en varios periódicos y noticiarios internacionales no da para comprender lo que significa realmente vivir aquellos momentos en primera persona, sabiendo que tal vez en cualquier instante de esa noche interminable tienes una cita con la muerte.

En memoria de las víctimas del terremoto y tsunami acontecidos en la región de Coquimbo  en septiembre del 2015. Algo que jamás podre olvidar 

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