La tierra estalló de repente con un rugido de ira
contenida por miles de años de explotación humana sobre su superficie. La
ciudad porteña de Coquimbo pareció estallar en mil pedazos en menos de tres
minutos, seguidos por dos minutos posteriores de menor intensidad. La pachamama
dio a luz gemelos de 8:58 y 8:48 en la escala Richter con apenas un minuto de
diferencia. Todo era confusión en aquellos 5 minutos. El tiempo necesario para
fumar un cigarrillo fue en ese instante el tiempo suficiente para morir o sobrevivir.
Edificios, árboles, grúas, automóviles pintaban el paisaje en el lienzo de un
macabro baile de destrucción con la banda sonora de gritos y alarmas de
emergencia. El suelo abriéndose bajo los pies en diversos puntos de la ciudad
semejaba a unas fauces de tierra con hambre devoradora. Los ciudadanos
intentaban organizarse para ponerse a
salvo en los puntos señalados, con la mochila de supervivencia recomendada para
esos casos, y cuando aún apenas estaban repuestos del terremoto el océano
contesto a la tierra con un rugido acuático y el cielo se tiño de agua. Un
fuerte olor a mar y un ruido ensordecedor fue el aviso de llegada del primer
tren de olas devastadoras que apagaron con su furor el ambiente festivo y el
olor a asado de fiestas patrias.
Un primer tren de muerte con olas de 5 metros sacó su
lengua sobre la tierra, como saboreando con lento placer la sangre y
destrucción que llevarían a su paladar los siguientes trenes de olas de entre 8
y 12 metros. La noche se volvió más oscura en presencia de la muerte rondando
por sus horas, la angustia de personas buscando a sus seres queridos separados
violentamente por brazos de espuma y roca. Atrapados tal vez por el espinoso
alambre de los escombros de edificios destruidos y barcos de pesca que elevados
del mar por lo bíceps del agua acabaron estrellados en lo poco que quedaba del
asfalto urbano. Un pequeño de apenas 2 años fue arrebatado del pecho materno
por los brazos acuáticos de la furia de los elementos para ser encontrado días
más tarde despedazado entre los escombros. El armazón de una barca de pesca
junto con el cadáver de su dueño extendido entre los restos terminó aparcado en
la zona azul del centro de la ciudad, un vagabundo ebrio de alcohol y confusión
deambulaba como un fantasma por el esperpéntico paisaje, un taxi colectivo
amaneció sobre la copa de una palmera y el esqueleto de la antigua biblioteca
se alzaba sobre el desastre con todos sus libros amputados en el interior.
Las orillas de lo que antaño fue una playa entre la
zona de Baquedano y la avenida del mar semejaban un cementerio de arte
abstracto con pinceladas de tierra de nadie tras una dura batalla entre sus
antaño confortantes arenas alfombradas y la fuerza del agua desatada en una catástrofe natural sin precedentes
desde casi cien años atrás. Cangrejos confusos, gaviotas asustadas y leones
marinos conjuntaban un triste coro con sabor a réquiem acompañados por la música
orquestal de los motores de los bulldozers de la armada chilena, los camiones y
excavadoras civiles.
En las calles hierros retorcidos y oxidados, agua y
barro bajo los escombros de lo que antaño fueron negocios y hogares felices.
Antenas de televisión emergiendo de entre los restos como brazos amputados de
algo que ya no existe. Personas sin hogar y con el alma en pedazos enjugaban el
llanto de sus pérdidas entre los brazos de los voluntarios civiles desplegados en
la zona para ayudar, y en medio de esa devastación un español se sintió más
chileno que nunca con el barro cubriéndole las rodillas, una pala en la mano,
la espalda rota por 8 horas de trabajo y el alma despedazada por tanta
destrucción.
Los mástiles de las banderas patrias, quebrados por el
furor de los elementos, fueron el preludio de las que a la mañana siguiente
ondeaban a media asta en todo el país en memoria de las víctimas y devastación
causada en la región. Una referencia en varios periódicos y noticiarios
internacionales no da para comprender lo que significa realmente vivir aquellos
momentos en primera persona, sabiendo que tal vez en cualquier instante de esa
noche interminable tienes una cita con la muerte.
En memoria de las víctimas del
terremoto y tsunami acontecidos en la región de Coquimbo en septiembre del 2015. Algo que jamás podre
olvidar
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