viernes, 27 de abril de 2018

La tierra baldía


Siempre sintió sobre sus espaldas aquella extraña sobrecarga y una opacidad frente a sus sueños limitando sus movimientos. Nunca supo comprender del todo, hasta que cansado decidió caminar entre la niebla en busca de una mayor claridad. La ascensión fue dura; empujando sombras, dejando atrás en el camino retazos de su ser, sorteando escollos. La niebla era demasiado espesa, el aire irrespirable. Miradas sigilosas a su alrededor, como ojos de lobo en busca de su festín. La tierra baldía se defendía del intento de fuga; existen lugares malditos que maldicen a su vez, lugares que quedan atrapados en el tiempo como un cementerio abandonado en medio de un páramo, y él no quiso ser otra lápida más en la senda mortuoria de tanta indiferencia. Caminó sin mirar hacia atrás por no convertirse en estatua de sal sobre el pedestal de sus nostalgias. Un día años después, volvió a dejar flores a sus seres queridos; los panteones agrupados, las lapidas gastadas, nombres irreconocibles, fotografías amarillentas. No, nada quedaba, ni el recuerdo. Allí, en medio del abandono más total, en aquel camino asfaltado por huesos calcinados quedó el ramo de flores despidiendo la silueta huidiza de su portador.

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