Nací en un pequeño pueblo del que pasé el resto de mi
vida intentando escapar. No se me ocurre mejor comienzo para un relato o un
alegato, la verdad es que no tengo muy claro si no tiene un poco de ambas
verdades. Pero la verdad es que todas mis peripecias desde entonces dan para
escribir un libro que no tengo la menor intención de escribir, en primer lugar
porque nadie es profeta en su tierra y en segundo lugar porque existen tierras
donde tienen la mala costumbre de crucificar a sus profetas y no estoy por la
labor de hacerle la competencia a Jesús de Nazaret aunque compartamos nombre.
Tampoco me gustaría que alguien piense que hay cierta dosis de mala leche en
mis intenciones ya que puedo afirmar con cierta satisfacción que me críe con
pura de leche de vaca recién ordeñada que vendían mis vecinos, incluso teníamos
churrero a domicilio entre otros avances tecnológicos.
Puede que alguien considere ingratitud mi siguiente
afirmación pero es cierto que a pesar de todas esas comodidades y alguna más
que prefiero omitir, mi primer impulso desde que tuve uso de razón y comencé a
aplicarlo en mayor o menor medida fue el de salir de allí corriendo más rápido
que Forrest Gump en aquella escena tan divertida que todos podemos recordar en
la que a medida que intentaba correr más rápido huyendo de los matones en
bicicleta todo el armazón metálico de sus piernas se deshacía en el camino
liberándolo del lastre que le impedía huir a mayor velocidad. Y desde entonces
al igual que nuestro simpático Forrest yo tampoco paré de correr lo más lejos
posible. Igual que Forrest me gustan los bombones y opino que tonto es el que
hace tonterías, otro motivo para no volver. O tal vez se deba a algo más
profundo y al igual que Machado opino que no hay camino, se hace camino al
andar y al volver la vista atrás se ve la senda que no se ha de volver a pisar.
Decidan ustedes…
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