Llegamos a la capital de Eurasia en vagones de ganado
como restos que somos de una antigua civilización, en el apeadero nos esperan guardianes
con ginebra y cigarrillos de la victoria. Son aterradores, tras completar su entrenamiento
deben demostrar su total lealtad asfixiando a sus padres con una bolsa de plástico
y amputar su cabeza tras la muerte para hacer su juramento. Formamos una
fila gris y uniforme frente a la pantalla que nos da la bienvenida al nuevo
campo, frente a nosotros se abre una fosa común abarrotada de palabras
asesinadas en hileras, las cubren con cal antes de arrojar una nueva tanda. Los
hornos crematorios funcionan todo el día eliminando libros prohibidos. Siempre
es lo mismo al llegar a un nuevo campo; nos obligan a contemplar la ejecución
pública de Aristóteles y Platón, han
muerto tantas veces frente a mis ojos desde que todo comenzó que no consigo
recordar si estuvieron vivos en alguna ocasión. A las 18:00 está programado el
ahorcamiento del David de Miguel Ángel, todos estamos obligados a presenciarlo.
Después debemos asistir a la amputación pública de los labios y manos
adolescentes de una pareja sorprendida en flagrante delito de beso con
agravante de abrazo; las leyes morales prohíben y condenan con dureza todo tipo
de manifestación romántica.
La filosofía está prescrita y condenados sus autores,
el silencio es un grito espeluznante a través de nuestros labios cosidos con
agujas esterilizadas e hilo de decreto ley y autocensura. En el fondo somos
cadáveres que aún esperan su turno en el matadero municipal, lo sabemos hace
tiempo. Tal vez esa certeza nos da fuerzas para hacer un día más nuestro
trabajo de esclavos. Yo por ejemplo me dedico a amputar verdades para acomodar
las noticias al gusto del ministerio, la que fue mi mujer (ahora está prohibido
el matrimonio) atiende la centralita de denuncias ciudadanas anónimas. En todos
los campos hay zoológicos donde son expuestos aquellos que no tienen una
utilidad definida para la nueva sociedad, se alimentan de restos de comida y al
anochecer se cubren con mantas raídas. Las calles están limpias, el nuevo
régimen hace purgas a cada momento, nada puede enturbiar la buena imagen de
nuestros gobernantes y siempre se necesita mano de obra esclava para seguir
construyendo campos y vagones de ganado. Somos las sombras deshilachadas de lo
una vez fue humano, sombras condenadas a vivir entre los alambres espinosos y
las cercas que nosotros mismos construimos hace apenas un siglo.
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