Yo no pude resucitar al tercer día de entre los muertos.
Nadie me prestó una escalera para bajar de mi cruz.
Allí, en medio del infierno nuestro de cada día
recompuse mis restos con miembros amputados del árbol genealógico.
Invité a café al doctor Frankenstein, que me resucitó con una sobredosis de Iberdrola con cargo a mi tarjeta de crédito.
Ahora camino entre los vivos pero no vengo salvar almas, no soy pescador de hombres
ni tengo autorización política para serlo.
El Papa no me concede bula ni yo le concedo crédito, tal vez el cielo deba esperar un poco más.
Con permiso de Don José, sólo soy yo y mi propia circunstancia.
Tal vez es lo único que necesito ser.
cuando su tañido metálico taladra tus sienes
y sientes el frío por todo tu cuerpo rígido.
No preguntes por el olor a madera barnizada
sobre el que recuestan tu vida cansada
con un cristal sobre la pálida frente
y la nariz afilada por el aroma a muerte recién estrenada.
¡No, no preguntes por quién doblan las campanas!
Las campanas doblan por ti.
Entonces podrás escuchar los elogios negados.
Las palabras de buena crianza.
El discurso espiritual del profeta a sueldo del vaticano.
La bondad intrínseca a tu camino
hacia una fosa recién excavada.
El llanto hipócrita de las plañideras en tu entorno
que se palpa con impaciencia el bolsillo del tabaco.
La agonía de flores recién cortadas
para que se pudran lentamente junto a tu cadáver.
El sonido de la tierra golpeando tu nuevo chalet,
adosado a otros muertos sin TDT.
El rechinar hambriento del gusano en tu interior.
Un nuevo y desconocido concepto de soledad
mientras intentas gritar a través de tus labios pegados:
¿Por quién doblan las campanas?
Las campanas están doblando por ti.