domingo, 30 de noviembre de 2014

TAL VEZ UN BUEN POEMA


Tal vez un buen poema debe ser breve
como una promesa de amor o como una hoja en otoño,
o tal vez tengo miedo de medir las estrofas
con la intensidad de tu mirada por no parecer un poeta cursi.
¿Cuánto hay de mí en ellos, y cuánto del aroma
que dejas bajo la almohada cuando huyes furtiva?
Debe ser la edad pero siento canas en los dedos
y me salen los versos agotados.
Tal vez un buen poema debería ser verde, como el verde
acastañado de tus ojos,
erótico como nuestros secretos, lascivo como aquellas caricias
que te llevas bajo las uñas.
O puede ser reciente, como la noche que te llevaste esta mañana,
o largo como la noche que trajiste la tarde anterior
escondida entre tu ropa interior y mis bolsillos.
Tal vez un buen poema, debería callar como un cobarde
o luchar en cada estrofa, o ambas al tiempo, o ninguna,
¡o… o yo qué sé cómo debe ser un buen poema!

miércoles, 12 de noviembre de 2014

viernes, 7 de noviembre de 2014

LABERINTO DE PÁGINAS



- Aquella niebla era como un inmenso laberinto de blanca opacidad en el
que cada jirón de húmeda bruma podía esconder intenciones, cuchillos,
colmillos afilados o garras esperando vestirse de sangre; quien sabe si
también espacio para el olor a pólvora y el plomo candente que llevase
el nombre de algún infeliz hacia la inmortalidad de un epitafio esculpido
sobre el mármol. Las calles esperaban cada atardecer el regreso de
aquel velo blanco y espeso, confidente de las sombras escondidas que a
su vez esperaban con aquella tranquilidad del cazador que aguarda a la
presa adecuada, allí acechaba con la depredadora intención del creador
de perfiles cadavéricos dibujados en blanca tiza sobre un suelo teñido
de sangre recién derramada.-

Adolfo releía una vez más el último párrafo buscando la inspiración necesaria
para dar continuidad al capítulo, llevaba meses trabajando en una novela que
por momentos le apasionaba y por momentos le desconcertaba, llegando
incluso en ocasiones a perder todo contacto con el tiempo mismo de su
existencia mientras escribía, hubo incluso momentos en los que creyó
encontrarse al tiempo que escribía dentro del propio relato. Algo tan imposible
de creer que casi prefería no pensar demasiado en ello; aún así notaba a la vez
que repasaba el texto una sensación de humedad en su interior, como si sus
vísceras y músculos acabasen de regresar de aquellas brumas llenas de
peligro que justo terminaba de describir.

Algunas noches llegaban cargadas de una inspiración que le sobresaltaba en
pleno sueño; aún recordaba con cierta inquietud aquel párrafo que le llegó en
medio de un extraño duermevela del que despertó con la ansiedad de quien ha
tenido una pesadilla y un rastro de sangre sobre su cuello, al lavarse para
buscar y desinfectar la herida comprobó con total estupefacción que no existía
el menor rasguño en su piel ¿de dónde había salido esa sangre?
Sí, con toda seguridad era el mejor trabajo de toda su vida, tal vez por ese
motivo intentaba olvidar que en muchas ocasiones le asustaba sentarse ante
su vieja máquina de escribir con la cabeza llena de ideas terroríficas. Adolfo era
un joven poeta que compaginaba versos y novelas de misterio y terror con el
oficio de ayudante en una imprenta; un negocio familiar heredado desde
tiempos de su tatarabuelo. Su padre solía observarlo con preocupación, en
estos últimos meses se lo veía desmejorado, pálido; Adolfo lo achacaba por
supuesto a la dedicación que prestaba a su novela y su padre aceptaba las
explicaciones a regañadientes.

El negocio se encontraba en la planta baja de una casona muy bien situada, la
buhardilla de la casona había pasado a ser con el permiso de sus padres
territorio de Adolfo que prácticamente pasaba como una sombra por el resto de
las dependencias una vez concluidas sus tareas en la imprenta, llegando
incluso a ausentarse en múltiples ocasiones a la hora de las comidas. Le
encantaba escribir, pero en esta ocasión todo era distinto, esa maldita novela
empezaba a ser una autentica obsesión, un cáncer que le devoraba durante
cada espera y que le devoraba cada segundo que dedicaba a escribirlo, en
ocasiones llegaba a sentirse como si estuviese redactando su propio
testamento la noche antes de su muerte; se había jurado dejarla mil veces,
incluso acabó arrinconada durante algunas semanas esperando que una nueva
veta de inspiración le llevase a empezar un nuevo poemario o algún relato;
nada, fue incapaz de escribir nada con sentido durante esas semanas, y las
noches eran lo peor, llenas de grandes espacios de insomnio coreados por
voces que redactaban en su cerebro aquello que él se negaba a escribir sobre
el papel.

- ¡Por fin!, pensó con una malévola sonrisa al escuchar el ritmo de unos
tacones apresurados sobre el empedrado de aquella callejuela, un brillo
acerado centelleó en su mano, en ésta ocasión usaría un estilete;
llevaba días observando a su presa, una prostituta que recorría ese
camino de vuelta a su casa tras varias horas haciendo la calle. Le
gustaba observar a sus víctimas durante días, semanas incluso;
disfrutaba contemplando sus quehaceres cotidianos mientras pensaba
cómo y cuándo acabaría con sus vidas, se deleitaba una y otra vez
decidiendo si sería una muerte rápida o por el contrario se tomaría su
tiempo. En ésta ocasión sería rápido, antes de darse cuenta aquel
taconeo rítmico dio paso a una sombra que caminaba apresurada por la
niebla, salió a su encuentro, sin darle tiempo a reaccionar hundió el
estilete en aquel corazón joven y lleno de vida al tiempo que con la otra
mano cogía su víctima por la cintura para dejarla caer suavemente hacia
el suelo, ¡como disfrutaba ese momento, mirando a los ojos aterrados de
aquellas desgraciadas, sentir como se apagaban aquellas vidas entre
sus manos le llenaba de vitalidad!, saco el estilete del pecho y lamió con
avaricia aquella hoja ensangrentada.-
¿Otra mala noche hijo? estas demacrado, deberías intentar dormir algo más,
¿tan importante es esa novela tuya que no te importa dejar tu vitalidad en ella?
No te preocupes padre, estoy bien.
¿Qué te ha pasado, te has mordido la lengua?
Sí, anoche tuve una pesadilla, seguramente me di un buen mordisco sin darme
cuenta.

¿Qué otra cosa podía ser? era del todo imposible que su herida estuviese
relacionada con aquella lamida sedienta que dio su personaje al estilete recién
bañado con la sangre de la prostituta solitaria. En cualquier caso Adolfo estaba
deseando terminar esa extraña novela que había hecho que su vida diese un
extraño giro, era como vivir en un laberinto formado entre su imaginación y las
páginas de su novela.
La verdad es que había despertado en plena madrugada con un sabor pastoso
en su boca y notando unas punzadas de dolor en su lengua, gotas de sangre
salpicaban el folio y las teclas de su vieja máquina de escribir. Se acercó al
baño para lavarse y enjuagarse la boca e intentó descansar aunque apenas
consiguió hacerlo. La cabeza le bullía con mil preguntas, una extraña desazón
le recorría, casi pudo contar los minutos de la noche entre vueltas sobre unas
sabanas impregnadas por el sudor de su cuerpo.
- Llevaba semanas observando a su nueva presa, una joven dependienta
que regresaba a casa de sus padres casi al anochecer, una hora
perfecta. Le gustaba mucho, demasiado para acabar con ella
rápidamente. Se había convertido en su sombra tras ver su mirada
inocente, la juventud de su rostro y aquella sonrisa llena de ingenuidad.

La esperaría en una arboleda cercana a su casa, escondido en aquella
espesura y protegido por la oscuridad la arrastraría con él para
estrangularla lentamente con sus propias manos; necesitaba
desesperadamente ver como escapaba la vida de aquellos ojos, sentir el
poder de aquella juventud entre sus manos mientras la marchitaba con
su fuerza, necesitaba sentir plenamente la transición de la vida a la
muerte; notar aquella euforia que le recorría por entero tras dejar caer el
cuerpo muerto en el suelo, y en ésta ocasión disfrutaría de la emoción
de matar prácticamente a la puerta de la casa de su víctima.
- Miró su reloj de bolsillo, se acercaba la hora, estaba realmente
impaciente, no podía evitarlo, él era tranquilo por norma, pero en ésta
ocasión sentía autentica ansiedad, casi como si fuese su primera vez.
Allí escondido entre la frondosidad aguardaba con impaciencia, como si
de un lobo hambriento se tratase. ¡Por fin! a pocos metros, tras la curva
salió la joven, justo como había calculado, justo como había hecho cada
noche, unos pocos metros más y sería suya; el corazón le latía
acelerado, todos sus músculos estaban en tensión, preparados para
responder a cada orden de su cerebro y…¡Ahora! la chica no tuvo
apenas tiempo para gritar una vez, antes de sentir aquellas manos
sobre su cuello apretando, apretando, no podía respirar, empezaba a
sentirse desfallecer y apenas era capaz de entender porque le estaba
sucediendo eso, ella no había hecho daño a nadie en su joven
existencia. De repente sonó un disparo, todo se volvió oscuridad, sus
ojos se cerraron, cayó al suelo desvanecida.

- ¿Estás bien hija?
- ¿Qué ha pasado?, me asaltaron, note como me estrangulaban y no
recuerdo nada más.
- No te preocupes hija tu madre estaba mirando por la ventana cuando vio
salir a alguien de la espesura para cogerte, gritó, yo cogí la escopeta y
corrí, corrí como nunca en toda mi vida, de repente vi su espalda y
dispare sobre él, pero parece que no le di, ha desaparecido como por
ensalmo. Es algo muy extraño.-
¿Adolfo hijo estás bien? te has quedado dormido, vamos perezoso tu padre
espera hace una hora, date prisa.
La madre de Adolfo llamó extrañada, su hijo no se quedaba dormido nunca, de
hecho era siempre el primero en despertar, extrañada abrió la puerta, tal vez
estuviese enfermo, estaba tan demacrado últimamente que cada día
esperaban verlo caer enfermo. Nada, ningún sonido;
aquel ático habilitado como vivienda para su hijo estaba silencioso y oscuro
como un mausoleo, giro la llave que conducía luz hasta aquella bombilla,-
nada, debe estar fundida pensó.- A oscuras con cuidado de no tropezar se
acercó a las cortinas que ocultaban la luz de un gran ventanal, las descorrió y
se giró para buscar a su hijo, la cama estaba vacía y hecha. Se giró de nuevo
buscando con la mirada el rincón donde escribía su hijo; allí estaba, su cabeza
apoyada sobre la máquina de escribir y la espalda destrozada por un disparo
de posta o perdigón.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Atrapado en el reloj

Llueve, y me siento gota de agua
en los caminos del cielo.
Tal vez viviendo en la tierra
cielo, desierto e infierno
logre entender el lenguaje del agua,
o tal vez no sea mas que otro peregrino
atrapado en un reloj de arena.