lunes, 28 de febrero de 2011

CÓMO UN ALIENTO HÚMEDO.


Apareces de repente, entre esa frágil
costra de niebla, qué es al fin y al cabo
la memoria.
Junto a los cansados huesos peregrinos,
y la carne agrietada por los años.
Llegas como un sueño, que recorre
secretísimos caminos,
hasta el borde de los labios,
donde la timidez se retrotrae,
y la lengua temblorosa, enmudece.

Tus labios coralinos no terminan de acercarse.
Eres una, y eres dos.
Vienes, con la sed en tu interior de aquel aliento
húmedo.
Te vas colmada, por el cauce de los sueños efímeros.
Arquetipo  de ti misma, eres estacional.
Te vas dos veces, y dos veces tornas.
Y besas también dos veces,
me apuras el vino de los labios
y después te bebes a ti misma.
Satisfecho tu interior, fluyes como aquella saliva
fecundada entre los besos.

Buscas la vertiente que te aleje
hacia otras cascadas,
te disuelves entre las aguas de la vida.
Riachuelo travieso de lengua roja
con avidez de labios aventureros.

Travesura de deseos escarpados
en la cima de mil lechos.
Volcánicos, tus pechos y tu vientre.
Quemas en cada uno de tus gestos,
y te corres monte abajo
con tus lavas lujuriosas
por la senda de los muslos.
Palpitas, cómo una granada abierta.
Te desatas, tornado de pasiones,
y me formas torbellinos de caricias
que encienden la sangre.

Golpeas, rítmica, púbica e impúdica.
Como el trueno que se acerca
para después alejarse.
Brillas, al igual que el sol, cuando sale
entre nubes, al terminar la tormenta.
Y vuelves, arcoíris caprichoso
para anunciar la calma.
Llevas puesta la maleta de tu ropa
me condenas al destierro de un adiós madrugador,
en aquel gesto que anuncia tu partida.

domingo, 27 de febrero de 2011

RÉQUIEM POR DON QUIJOTE


Don Quijote ha muerto
a manos de la realidad.
De una realidad absurda
y alocada que no perdonaba
su cordura idealista.
Murió entre las continuas
embestidas de las aspas
de los molinos de viento
del poder y la corrupción.
Sancho Panza ruega una oración
por su alma,
y pone en venta a Rucio, Rocinante,
y una abollada armadura con lanza
y espada a juego.
Sancho necesita dinero para la entrada
de un chalet adosado en cualquier lugar
de la mancha.
Un chalet adosado para correr aventuras
de almohada con Dulcinea,
tras divorciarse de su mujer.

lunes, 21 de febrero de 2011

QUIZÁS ALGÚN DÍA.


QUIZÁS ALGÚN DÍA.

Quizás algún día, consiga comprender
que las verdades que no mueren en la boca
son latigazos que se vuelven contra el cuerpo.

Quizás algún día; cuando consiga imitar
la sonrisa obscena, en el gesto del idiota, sin apenas vomitar.

Quizás algún día aprenda a claudicar con complacencia;
cuando logre entender de hipocresía y maneras timoratas.
Por desgracia, no se me da bien presumir de “mano izquierda”.

Y es que tengo claro, que la libertad jamás salió
de aquel armario rojo, con lápidas a modo de cajones,
y el zapatero transformado en un osario.

Sé qué hay flores aromáticas. Y  sé qué existe una variedad
de rosa, que huele a rancio y podredumbre;
y en su tallo, espinas de miseria y de dolor.

Y no es que odie la botánica, simplemente detesto la injusticia.  

TRANSFORMACIONES.



TRANSFORMACIONES

El espíritu languidece en lenta
Peregrinación por un mundo
Que no comprende,
Por un mundo que no le comprende
A él.
Y llora en las áreas de descanso
De un camino que conduce
                                                       A ninguna parte.
                                                       Se alimenta con las bellotas
                                                      Que alimentan el absurdo mundo
                                                      Que recorre, aderezadas con retazos
                                                       De aquello que cree conocer,
                                                       Hasta caer en la inanición.


PRIMERA TRANSFORMACIÓN

Y el espíritu cansado decidió
Detenerse a meditar sobre
La vida y sus errores.
Y el espíritu se arrodilló ansioso
Por llevar la pesada carga
A través de los áridos desiertos.
Arrodillado se burló de su propia
Soberbia y de aquello que creía
Conocer.
Y el espíritu sufrido comenzó
Su peregrinaje por los yermos
Con tan pesada carga.


SEGUNDA TRANSFORMACIÓN.

Entre las dunas del yermo
El espíritu se tentó a sí mismo,
Y tentó al tentador.
Largos días pasaron entre el sol
Abrasador y las gélidas noches.
Largos días alimentándose de sol abrasador
Y gélidas noches, entre dunas solitarias
Para fortalecerse.
Y he aquí, que en pleno yermo se detiene
Ansioso de conquistar su propia libertad.
Con un fuerte rugido se proclama libre
Y rey de su desierto.
Armado con sus propias convicciones
No se resigna a resignarse, arrodillado
Y sumiso a perpetuidad.
Y grita enfebrecido… ¡Yo quiero!
Y vence al Gran Dragón.


TERCERA TRANSFORMACIÓN

Y el espíritu victorioso conquistó
Su libertad.
Y tras la libertad llega un nuevo
Comienzo, otra era.
Al conquistar su propia libertad,
Conquista su propia voluntad,
Su propio mundo.
Como una rueda que gira
Con autonomía propia, se aleja
Del viejo mundo
Para vivir en el mundo recién
Conquistado.
Y llega el olvido, y con el olvido
Nace la inocencia, un nuevo
Comienzo, una nueva vida.
Un nuevo ser en su ultima
Transformación, con el eco
Del llanto de un recién nacido.

LA ESTRELLA DE DAVID.

              LA ESTRELLA DE DAVID.



-          ¿Me llamarás en cuanto puedas verdad?
-          Claro que sí, tonto, ¿acaso no ves que aún tengo mi mano entre las tuyas, y ya me muero de nostalgia?
-          ¡Raquel, Javier! dejad un poco de amor para otro día, ¿queréis gastarlo todo esta tarde?
-          Perdona, papá; anda, Javier, salgamos a la calle para no escandalizar más a mis padres.
Lo cierto es que los padres de Raquel contemplaban aquella escena entre escandalizados y divertidos; aunque al comienzo se opusieron con rotundidad a la relación, ¡una chica judía y de buena familia con un joven gentil!... ¡Qué escándalo Dios mío!
De esta manera pusieron mil trabas a los jóvenes, hasta llegar a reunirlos una tarde para poner punto y final a tamaña insensatez propia de unos jovenzuelos alocados jugando a amarse.
-          ¿No veis que es imposible? pertenecéis a mundos distintos; dime, Javier, si tenéis hijos un día ¿qué llevarán colgado de sus cuellos, la cruz, o la estrella de David?.
-          Mire, señor, si tenemos hijos solo quiero que lleven los ojos de Raquel, su mirada limpia y serena, su sonrisa, y lo demás ya lo decidiremos nosotros cuando llegue la ocasión, ¿le parece bien?. Dios es amor para todos los que en Él creen y Raquel es amor para mí ¿cómo podrían negar el amor aquellos que creen en el amor?.
Nadie puede apreciar más la felicidad que aquellos que han sufrido una larga historia de persecución, esclavitud  y holocaustos sangrientos a lo largo de los siglos y la pequeña Raquel parecía tan feliz al lado de Javier, que no pudieron negarse a la felicidad de la joven pareja.
Desde aquel instante Javier pasó a ser el pequeño escándalo de la familia y de algunos de sus amigos y se convirtió en el novio gentil de Raquel. De aquello hacía ya tres años, tres años en los que apenas se separaban y, cuando lo hacían, era por breves pero eternas horas por el profundo amor y los sentimientos que se profesaban; en esta ocasión, Raquel y sus padres marchaban unos días a Israel a visitar a su familia y pasar unas breves vacaciones.
-          Míralo por el lado bueno, Javier; el próximo viaje lo haremos juntos y en la sagrada tierra de Israel, en la ciudad santa de Jerusalén Dios bendecirá nuestro amor y consagraremos nuestra unión ante sus ojos.
-          ¿Me llamarás cuanto llegues verdad?.
-          Claro que lo haré, Javier; anda, bésame con fuerza, tiene que durarme dos semanas el sabor de tu beso.

-          Dos semanas sin verte, Raquel, sin abrazarte, sin charlar cogidos por las manos y las miradas, dos semanas sin llevarme tu perfume en mis manos y mí recuerdo cada noche al regresar a casa. ¿Te das cuenta de que esta será la primera vez que nos separaremos durante varios días?, te añoraré cada segundo, cada minuto, cada hora de cada día durante tu ausencia.
-          Se me ocurre algo, déjame tu cruz y algo tuyo me acompañará en este viaje a la tierra de mis antepasados, y yo te dejaré mí estrella de David, y así algo mío estará contigo hasta mi regreso. Yo misma la colgaré en tu cuello Javier y prométeme que no te la quitarás hasta que volvamos a vernos de nuevo, y hasta que volvamos a vernos de nuevo yo llevaré tu cruz de oro.
-          Te lo prometo, Raquel, llevaré tu estrella de David hasta que volvamos a vernos.

De esta manera Javier se quedó ante la puerta hasta que Raquel regresó al interior de su casa y después se alejó imaginando que ella le observaba alejarse a través de los cristales de alguna ventana.
¡Qué tristes son las despedidas para aquellos que se aman! y ¡qué triste el camino de regreso sabiendo que su pequeña se alejaría miles de kilómetros durante unos días!, aunque él la llevaba tan dentro que sus almas funcionaban en una perfecta simbiosis.
Esta despedida le parecía un breve ensayo de la muerte.
Dos días más tarde un teléfono llamó a Javier.
- ¿Diga… diga?... ¡Dios mío nooooooooooo! ¡Oh Dios santo!..
   
  Aquella mañana el fanatismo tomó sangre con el desayuno, aquella mañana la intolerancia entró oliendo a muerte y odio con un cinturón cargado de muerte y odio entre sus ropas, en un autobús que circulaba por una ciudad del estado de Israel. Aquella mañana una fuerte explosión de odio injustificado segó vidas y destinos. Once muertos y varios heridos graves, dijeron las noticias; en realidad fueron doce muertos; once de ellos en aquel autobús de una ciudad del estado de Israel; el duodécimo a miles de kilómetros con el auricular de un teléfono que tocaba a muerto entre sus manos, en una capital de provincias en España.
Causa vértigo pensar que, si este relato fuese cierto, hoy tal vez se cumpliesen 18 años de aquel triste día, y tal vez un maduro Javier aún llevaría colgada de su cuello una pequeña estrella de David con una cadena de plata y en su mente surgiese el eco de una vieja y amada voz diciendo: “No te la quites, Javier, hasta que volvamos a vernos”. Tal vez respondiese el eco de un corazón acongojado: “No me la quitaré, Raquel, no, hasta que volvamos a vernos. Ten la certeza de que moriré con esa pequeña estrella de David colgada de mi cuello, como tú has muerto con la cruz que un día colgaste del tuyo.
Tal vez hoy Javier, si existe realmente, tendría la mirada perdida en el pasado envuelta en los recuerdos; tal vez incluso unas lágrimas rebeldes labrarían sus mejillas con surcos de húmeda tristeza al acariciar su pequeña estrella de David, cuyo fulgor apagó el oscurantismo virulento del fanatismo.


Existe una vieja canción, cuyo estribillo decía algo así: “Se alejó de mí en un atardecer con un beso a flor de piel, y al decirme adiós poco antes de partir me entrego su estrella de David”.

Es posible que para muchos esta letra no tenga ningún significado; para Javier no sólo era un recuerdo doloroso sino una huella imperecedera y una marca indeleble cincelada en su corazón.
Lo más triste de este cuento, cierto o no, es que es una historia cotidiana en aquellos lugares donde forman pareja intolerancia y racismo dando a luz muerte y destrucción en su macabro ritual de apareamiento. Tal vez la víctima no se llame Raquel, tal vez en vez de un autobús sea un edificio quien reciba la visita del fanatismo asesino, y tal vez el país no se llame Israel; pero las consecuencias siempre son las mismas.

domingo, 20 de febrero de 2011

ORACIÓN.

Arrodillado en mí silencio
Me pierdo en el infinito
Y entre sencillas plegarias
Yo te busco Padre mío.

La cruz me recuerda
Tu valiente sacrificio,
La bondad de quien
Se entrega, por amor
Al suplicio.

La cruz de tu inmenso
Amor,
La cruz ante la que me
Arrodillo.
Toda mi vida me lleva
Al altar de tus designios.

Soy arcilla entre tus dedos
¡Alfarero Divino!
Soy el barro que tus manos
Moldean en el destino.

Miro al cielo y te encuentro,
Y te veo entre las aguas del río,
Y entre ramas arbóreas
O el trinar de pajarillos.

Te veo al despuntar la noche
En tu universo encendido,
Vestido con mil estrellas
De resplandecientes fulgores
Por saber que están contigo.

El mundo quiere olvidarte,
Mas yo, ¡Padre, no te olvido!
Por eso al arrodillarme
Te busco en el infinito,
Y entre sencillas plegarias
Me gusta hablar contigo.

¡Padre mío!

sábado, 19 de febrero de 2011

LA ERA DEL GUSANO.



Y los ángeles pálidos y tristes
Se levantan desvelados. Alguien dice:
-          Aquella es la tragedia del “Hombre”
               Y su héroe, El Gusano Conquistador.
E. Allan Poe. Fragmento de: “El gusano conquistador”.



LA ERA DEL GUSANO.

Es el tiempo de los lobos.

Cuando los aullidos se transforman
en sombras fugitivas,
muda pelo la luna llena, con sus labios
pintados de sangriento carmín.

Es el tiempo del cazador.

Escondido entre la espesura del sofisma,
con la munición de las palabras
repartida en bandoleras.

Es el tiempo del retorno.

Cuando todos los caminos confluyen
en la misma encrucijada;
polvorientos como un desierto de asfalto,
sin oasis, ni palmeras que den sombra a la esperanza,
que agoniza calcinada por los rayos
radioactivos de un sol transmutado.

Es el tiempo de los cuervos.

Con la oscura maldición de sus siluetas aladas
eclipsando los valores.
Sus graznidos, confusos como una ceguera
recién estrenada, matan la vida a su paso.

Es el tiempo de los muertos.

Siempre fue el tiempo de los muertos.
Los brazos putrefactos de un cadáver,
señalan el paso del tiempo en las esferas vacías
de las cuencas de los ojos.
Y unos dientes en los huesos
cantan horas sobre una calavera.

Hay baile en la ciénaga.

Una orquesta de reptiles toca un réquiem,
y danzan las ramas descarnadas
de unos árboles sin vida.
Alrededor, unos fuegos fatuos  de artificio
iluminan el ritual de apareamiento
del escorpión, con una víbora.

No hay problema, en la ciénaga no existe
el horario infantil. Y dos zombis tararean:
-         No pasa nada, todo vale aquí, en la ciénaga.

Un gusano toma el sol, junto a los restos de una estatua
con los ojos vendados y una balanza trucada.
El último hombre vivo intenta huir de la marisma,
pero se lo impide un inmenso vallado de palabras espinosas. 
  

UN CHICO MUY EXTRAÑO

                           UN CHICO MUY EXTRAÑO.

Javier era un chico muy extraño, veía cosas que otras personas no alcanzaban a ver; escuchaba voces que pasaban inadvertidas a los demás y vivía situaciones en ocasiones extraordinarias. Entre las gentes de su entorno el comentario generalizado sobre su persona era: “Qué chico más raro, no es como los demás. ¿Parece algo despistadillo no?,  ¿es como si viviese en otro mundo, verdad?.
Javier intentaba explicar los porqués de su comportamiento, no paraba de intentarlo, pero sus palabras salían de su boca amordazadas por el murmullo de lo cotidiano. Y entre dimes y diretes añadidos a su peculiar percepción de las situaciones del día a día, transcurría su deambular por la vida y sus azares.
Cierto día durante uno de sus paseos escuchó un llanto, al parecer, de un niño muy pequeño, aguzó el oído y se encaminó hacia el origen de ese llanto; en el suelo envuelto en una bolsa de plástico negro un cuerpecito se movía. Javier no pudo evitar su asombro al observar cómo la multitud pasaba caminando a los lados de la bolsa sin prestar atención al cuerpecito que lloraba y se movía en su interior; era como si aquello no estuviese sucediendo para los demás, como si no hubiese nada en el suelo.
Se acercó a la bolsa y, al abrirla, encontró en su interior… ¡un bebé!. Con una mezcla de ternura y estupefacción lo sacó de la bolsa y envolvió en su chaqueta aquel cuerpecito desnudo, anacarado y frío; al acercárselo al pecho para protegerlo y darle algún calor humano el pequeñín sonrió y dijo: “gracias, Javier”. Javier no salía de su asombro; lo que tenía entre sus brazos era apenas un lactante; según las reglas de la naturaleza y de la evolución humana era del todo imposible que pudiese hablar, IN PO SI BLE, pero… allí estaba con su carita triste y sus ojos de bebé, unos ojos extraños, como si hubiesen vivido una vida antes de empezar a vivir, unos ojos que parecían haber contemplado todos los horrores del mundo, unos ojos extrañamente vidriosos y fríos.
-          ¿Cómo puede ser posible que hables?
-           Soy la voz de una agonía, Javier; soy un niño huérfano de padres y adoptado por la muerte; soy un niño asesinado en el vientre de una madre que no me quiso; yo vivía feliz en aquella bolsita, unido a mi madre, sintiendo sus latidos y dándole pataditas para que supiese de mi existencia; vivía pensando en el momento en que ella me cogiese entre sus brazos y me acercase a su pecho, como acabas de hacer tú, pero un día sentí algo frío como una garra que me cogió por las piernas y una a una… las fue arrancando de cuajo de mi cuerpecito, después me arrancó los brazos también, el dolor era insoportable y mi mamá no estaba para protegerme; cuando pensaba que nada peor podía pasarme esa misma garra aferró mí cabeza y la aplastó sin compasión y yo dejé de sentir la vida a mi alrededor, de repente abrí los ojos en los brazos fríos de una extraña mujer vestida de negro; me dijo que era mi nueva madre y se llamaba muerte; me aseguró también que mis padres no me querían y que ahora era suyo. Estábamos los dos en una habitación extraña, con muchos objetos que yo desconocía y una mujer tendida en una cama muy rara; al lado, en una especie de bandeja, había un cuerpecito muy pequeño, despedazado; ese eras tú me dijo mi nueva mamá; después metieron el cuerpecito en esta bolsa negra que está en el suelo y lo arrojaron en un especie de caja grande de plástico llena de basuras y residuos. Mi nueva mamá me dijo que si alguien, en un mundo saturado de odio, era capaz de escucharme, tenía permiso para despedirme de la vida luminosa que no llegué a conocer, de la vida prodigiosa que no llegué a vivir. Entonces apareciste tú.
Adiós, Javier, adiós también a este mundo que los hombres han hecho hostil, frío y cruel, que mata con saña a alguien inocente y débil, sin poder defenderse, sin poder preguntar por qué le habían condenado a una muerte  tan prematura y cruenta.

 El niño desapareció de sus brazos dejando entre los mismos una chaqueta vacía, y a Javier sumido en una honda tristeza y un enorme dolor. ¿Cómo podían suceder esas atrocidades ante la impasibilidad de toda una sociedad?
Siguió su camino cabizbajo y reflexivo; a lo lejos se oían risas, discusiones y frases entrecortadas que impregnaban de asco su corazón resquebrajado por la última vivencia; una gran algarabía horadaba sus oídos con el taladro de sus gritos.
Al acercarse más pudo ver algo parecido a un escenario de títeres; sobre la tarima improvisada, hombres y mujeres sostenían en sus manos palos en forma de cruz de los que partían hilos que, de una forma extraña, sujetaban las cabezas, piernas y brazos de las gentes que a su alrededor blasfemaban y se enfrentaban entre ellos al ritmo de risas forzadas, de palabras soeces, e incluso algún acto de violencia física.
-          Acércate, ciudadano, acércate, (le decían aquellos titiriteros de multitudes), acércate y podrás escuchar las grandes verdades, las nuestras. Acércate a contemplar nuestro espectáculo y participa, tú formas parte de esto también.
De repente uno de los comediantes gritó asustado: ¡cuidado, no lleva hilos, está suelto…cogedle!.
Javier corrió asustado entre los gritos de alarma de quienes manejaban los hilos, y los insultos del público atado y manejado por ellos. Corrió tan rápido que no pudieron atraparlo y mientras se alejaba le llegó el eco de aquellas voces – dejadle, no podrá ir muy lejos solo, no podrá hacer nada solo, nosotros manejamos los hilos-.
Asustado aún, corría por unas calles llenas de edificios con paredes sucias y saturadas de pintadas groseras, con mendigos adosados en las esquinas y viandantes que pasaban ignorando todo aquello, como si no fuese con ellos, como si nada de eso existiese o importase.
-          Una limosna, señor, una limosna para este pobre mendigo abandonado a su suerte por los señores de los hilos.
Al mirar hacia la voz, una cara sucia le sostuvo una mirada triste con la mano extendida, y un aliento de hambre, vino barato y desesperación; Javier le dejó unas monedas.
Al cruzar la calle unas mujeres le ofrecieron ir con ellas a un mundo donde todos sus deseos podrían ser reales, todas sus fantasías, todas…alguien le preguntó si quería colocarse, “tengo de todo y a buen precio”; unos metros más allá un hombre estaba siendo desvalijado a golpe de navaja y puñetazos y la gente seguía su camino sin inmutarse… Javier no pudo contenerse; gritó, corrió sin descanso hasta casi caer extenuado, sin rumbo fijo, sin mirar donde pisaba siquiera.
Agotado se paró a descansar; estaba en una lujosa calle con árboles y bancos para sentarse; descansó unos instantes; mientras se recuperaba, dedicó una mirada curiosa al lugar en el que estaba: centros comerciales, bancos, concesionarios de automóviles, agencias de viajes, inmobiliarias, restaurantes, todos ellos con vistosos escaparates y publicidad sugerente ante la que se paraban maravilladas y absortas  personas idénticas a aquellas que pasaban indiferentes, como negando la realidad en las tristes situaciones por él vividas a lo largo de aquel día. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía ser más importante el último libro, el coche de moda, o aquel viaje al Caribe?. 

Algo dentro de él le empujó a levantarse y, como mejor pudo, intentó explicar a quienes pasaban a su lado todo lo que estaba sucediendo, sus experiencias, sus sentimientos, cuanto había visto ese día y otros días parecidos a éste, lo que seguiría ocurriendo mientras fuesen más importantes los cantos de sirena que pueden confortarnos a corto plazo que aquellos remedios que a largo plazo podrían acabar con la tristeza y miseria cotidianas, con aquellas situaciones ante las que no por pasar de largo ante ellas dejan de existir. Pero… empezaron a mirarle de forma extraña, a reírse haciendo un corro a su alrededor:
-           ¿De qué hablas?. Mira, ¿dónde ves esa pobreza, esos niños muertos que sólo te hablan a ti?, ¿de qué planeta eres, chalado?, mira qué cochazo, ¿ves ese traje en aquella tienda?, mira, mira qué carta de menús y vinos; fíjate qué préstamos más buenos conceden en aquel banco de allí, y en aquel de más allá… ja ja ja; anda, vuelve al psiquiátrico que se acabó el recreo.

Entre varios abucheos, alguna risa suelta y dos o tres empujones, Javier abandonó el lugar. Caminó, caminó sin rumbo fijo, sin alzar apenas la mirada del suelo, caminó durante horas y horas hasta que sin darse cuenta se encontró fuera de la ciudad, en pleno campo, pero aún así… caminó un poco más mientras el sol anunciaba su intención de retirarse a descansar, y la luna empezaba a insinuarse lentamente.
Totalmente agotado y hambriento se tumbó bajo un árbol sollozando amargamente. Una voz le interrumpió:
-           ¿Está usted bien, le ocurre algo?.
 Javier, sorprendido ante el gesto humano, ante la voz preocupada que se interesaba por su llanto, levantó la mirada y pudo ver a un anciano, de mirada noble, con tantas arrugas como anillos podría tener el tronco de un árbol centenario, y una blanca barba a juego con su pelo.
-          Ande, ande, levántese; vivo aquí cerca, permita que le invite a comer algo y, si se siente con ánimo, tal vez quiera contarme el motivo de su tristeza.
-          ¿Mi tristeza o mi locura?, ¿qué quiere que le cuente primero?. Verá, buen anciano, la tristeza en la que me ha sorprendido es a causa de la locura que aún no conoce y…
Como un torrente de agua desbordada de su cauce las palabras salieron de su boca, atropelladas en principio, y después con más calma y serenidad. Javier simplemente le contó todo, todo lo que le había sucedido durante el día, durante el anterior, o durante tantos otros días parecidos a lo largo de su vida.
Al terminar su relato, el relato de la vida de un chico muy extraño, la noche casi había terminado también; el anciano le miraba sonriente. ¿Locura? Bendita locura la tuya Javier. Los que manejan los hilos tildan de locos, de retrógrados a los que se conmueven por de la sangre de niños inocentes e indefensos; a los que se conmueven ante la miseria y la pobreza humanas, ante aquellos que son incapaces de pasar de largo ante la injusticia e insensatez avariciosa provocadas por los titiriteros. Yo llegué hace años a este lugar de una manera parecida y aquí me quedé a vivir mi desengaño. Lo tuyo no es locura amigo mío, sino…conciencia.

WICKED GAME- Relato Breve

                          WICKED GAME.
                                
                                      
-          ¿Qué hago aquí, cómo me he dejado convencer otra vez para volver?.
Ana estaba de nuevo en el bar de copas, rodeada por sus amigas y sin tener muy claro qué pintaba ella allí. Ese no era su estilo de vida, ella era una chica tímida, algo insegura y provinciana; llevaba dos años viviendo en Madrid, estudiaba en la complutense y no le gustaba la vida nocturna; ella disfrutaba más en plena naturaleza, alejada del ruido y los ambientes cargados; por eso precisamente quería ser veterinaria, cuando terminase la carrera volvería a su pueblo para montar una pequeña clínica y ejercer su profesión.
Se sentía desplazada en las fiestas, sobre todo, en las nocturnas; no en vano se había ganado el apodo de “virginal Ana María” entre sus amigas; en estos dos años en la capital se había dedicado a estudiar de firme, sin citas ni juergas, y estos últimos días estaba jugando a no ser ella.
-          ¡Vamos Ana anímate, mira que ambientazo!.
Cristina era la más lanzada del grupo, la responsable de aquel apodo que ostentaba entre sus más allegados y la culpable de que llevase tres noches arrastrando sueño; su novio y dos amigos habían abierto el pub en el que se encontraba, hacía apenas una semana. Ella, por supuesto, acudió el primer día pero nada más lejos de su intención que hacerse asidua y menos aún en época de exámenes. Mañana tendría una conversación con Cristina y terminaría con esta situación de una vez por todas.
-          Perdona, Cristina, voy por una copa.
Estupendo, ya tenía la excusa perfecta para alejarse durante un rato. El pub tenía una zona más tranquila con barra, para aquellos que prefiriesen conservar sus oídos al menos durante unos años y allí es donde Ana pensaba desterrarse el mayor tiempo posible antes de ser localizada y secuestrada de nuevo por sus amigas.
-          ¡Cuidado!. Mira por dónde vas.
-          Perdona, no me he dado cuenta, te he salpicado con mi copa, lo siento de verdad.
¡Vaya no está nada mal! pensó Ana. El chico tenía un cierto aire misterioso, de mirada intensa en unos ojos negros a juego con un largo abrigo de cuero; la verdad se daba un aire a ese chico ¿cómo se llamaba? de la película Matrix; además, parecía tan fuera de lugar en ese ambiente… es como si no terminase de encajar en un ruidoso y atestado garito; al mismo tiempo se desenvolvía como si la noche fuese su elemento ideal; en fin, ya que estaba allí tendría que aguantar unas horas al menos. ¿Por qué no hacerlo en buena compañía?. El chico le gustaba.
-          Perdona de nuevo, me llamo Ana, ¿me dejas invitarte a una copa para compensarte?.
-          La verdad es que no soy muy bebedor, pero si conseguimos encontrar una esquina donde hablar, nos evitaremos una molesta afonía…mi nombre, por cierto, es Cristian.
La parte tranquila del pub semejaba una especie de cueva con unas estalactitas artificiales que colgaban del techo irradiando todo un juego de luces, aunque todo el local tenía una decoración de caverna, de hecho ese era su nombre.
-          Esto es lo más tranquilo que vamos a encontrar en este antro, Cristian. ¿te viene bien?
-          Me viene bien; si lo consideras un antro…¿por qué vienes a él?.
-          No tengo otro remedio, uno de los dueños es novio de mi amiga, compañera de estudios y piso.
-          ¿Qué estudias?
-          Estudio veterinaria, y tú ¿qué haces?
-          Yo soy profesor de lenguas muertas.
-          Profesor de Lenguas muertas, ¿no hay que ser más mayor para ello? No sé, a primera vista no aparentas más de veinticuatro o veintiséis años.
-          Es que fui un estudiante muy aplicado y aparento menos edad de la que tengo realmente.
La conversación se alargaba y Ana estaba fascinada con Cristian; desde luego su conversación no desmerecía en nada del resto de sus cualidades físicas, aunque algo no encajaba del todo: facciones juveniles, extraño halo de “criatura de la noche” que se percibía en él, extensa cultura que destilaban sus palabras…, no sabía exactamente cómo ni por qué, pero, a pesar de sus inquietudes, no podía evitar sentirse atraída poderosamente por aquel chico.
-          Tienes unos ojos preciosos, Ana.
Cristian la estaba mirando fijamente y ella no se sentía capaz de resistir esa mirada mucho tiempo más. De repente la cogió suavemente por los hombros; la besó con pasión y en el abrazo enloquecido notó que ella lo estaba deseando.
-          ¿Qué sucede?, ¿no te ha gustado?. Sé que sí; temblabas en mis brazos, no lo niegues; ven conmigo, Ana, salgamos de aquí.
-          Pero ¡si apenas te conozco! -intentaba resistirse, al menos no pensaba demostrar demasiada docilidad, aunque sabía que sí, que se marcharía con él- Mira, eres un chico muy majo, no negaré que me gustas, pareces interesante, pero, pero este no es mi estilo, yo no soy así.
-          Salgamos de aquí, ven conmigo.
De nuevo esa mirada clavada en sus ojos, esa mirada que le hacía flaquear las piernas y las intenciones, esa mirada penetrante que parecía recorrer incluso sus pensamientos; esa mirada casi hipnótica.
-          Por favor, yo no hago estas cosas, de verdad, acabo de conocerte, llevo dos años aquí y no he salido con nadie, sólo con mis amigas, entiéndelo.
-          ¡Tienes las manos frías!
De repente estaba en la calle, ¡qué locura, ni siquiera se había despedido de nadie!.
-          Ven tengo el coche un poco más abajo, iremos a mi casa-
La noche se deslizaba alrededor del BMV de Cristian; Ana iba sentada en silencio, analizando todos los momentos que de alguna manera habían desencadenado este viaje con alguien a quien conocía apenas de unas horas, alguien que la llevaba a su casa; ella sabía lo que ocurriría allí, sabía que se acostaría con Cristian. Una confusa excitación la recorría hasta estremecerla.
-          Bien, Ana, hemos llegado. Entra, por favor, entra como si de tu casa se tratase y ponte cómoda; ¿quieres un vino?, yo no suelo beber como te dije antes, pero no hago ascos a un buen vino.
-          Un vino estará bien, gracias.
La verdad es que su apartamento era una pasada, un loft de unos cien metros, con biombos para separar espacios; la decoración era de lo más diversa, como una mezcla de siglos y culturas concentradas en ese espacio, grandes anaqueles repartidos entre las paredes formaban una buena biblioteca; había, además, rimeros de libros apilados en distintos puntos del suelo cubierto en algunos puntos por alfombras, y una chimenea muy grande con troncos encendidos.
-          ¿Te gusta la chimenea? Es un efecto de luz, no creas, la calefacción es centralizada, esto fue un capricho mío. Aquí tienes el vino, ¿por qué no vienes a sentarte aquí en el sofá, junto a mí?
La verdad es que ya no tenía sentido dar más rodeos y se acercó al sofá para sentarse muy pegada a un Cristian al que le falto tiempo para empezar por un abrazo y suaves caricias, mientras la besaba con intensidad, pero sin apretarla; antes de darse cuenta estaba reclinada y semidesnuda en el sofá. Cristian sabe muy bien lo que hace, pensó, la verdad es que se encontraba genial, se sentía viva y excitada, un final excelente.

    -Me gusta esta canción que suena Cristian, ¿qué grupo la canta?-
    -La canción se llama Wicked Game, es un tema de Black Metal; la canta un grupo que se llama H.I.M.-

 Delicioso, pensaba Ana, mientras las manos de Cristian acariciaban todo su cuerpo; maravilloso pensaba al sentir sus labios jugando por su cuello.
Deliciosa, pensó Cristian al clavar sus afilados colmillos vampíricos en la carótida de Ana; deliciosa, se repitió al saborear el dulce néctar de la sangre.
Un final excelente, pensaba el vampiro, al sentir la vida de Ana extinguirse entre sus brazos, al ritmo de su canción predilecta.