martes, 29 de agosto de 2017

EL LABERINTO DEL FAUNO.

Llegué al Laberinto del fauno de la mano de todos mis diputados. Pero no había historias bonitas, ni seres mitológicos. Llegué con un sabor amargo a pasado, al pasado de no pasaran, y las gargantas del coro de paz entonaban himnos de guerra. Los viejos cadáveres prestaron sus uniformes apolillados con agujeros de bala para dejar pasar el aire enrarecido. De pronto me encontré en medio de un bosque de puños alzados con guantes de alambre de espino y perros policías que olfateaban la casa de  mis vecinos, pero todo estaba en silencio. Los mayores recordaban la bajada atropellada por las escaleras de medianoche, el frío cañón del fusil apuñalando su espalda. Los motores encendidos hacia el parque temático de la fosa común, la complicidad de los muertos con la boca cosida a balazos. Los mayores siempre recuerdan aquel laberinto, miran con tristeza las puertas abiertas hacia las fauces del Fauno siempre hambriento de vida y de muerte, sus ojos brillan con malevolencia y su sonrisa es una trituradora de carne.


Su guarida sigue en el mismo lugar, escondida en el tronco de un árbol podrido, no necesita salir a cazar, él sabe que todos entraran para no salir jamás. Tal vez uno o dos para que cuenten su historia y otros la olviden, así funciona el laberinto, se alimenta de mentiras que encienden fuegos de odio. Me senté a descansar al lado de un anciano que me contó su historia, él estuvo antes que yo frente al laberinto. Todo comenzó porque un Rey no quiso defender su reino, y sus senescales lo dividieron usando muertos para construir fronteras. Los más crueles llevaban pendones rojos como la sangre de 100 millones de muertos. Gritaban libertad con la voz desencajada por el odio liberticida, pisaban con la fuerza del opresor. Bailaban aquelarres alrededor de templos incendiados y momias crucificadas. Sus voces al final despertaron a los cuatro jinetes y sus perros de la guerra. El brillo de sus fuegos se eclipso ante el brillo de las hojas desnudas de los sables y todo quedó en silencio.