martes, 18 de septiembre de 2012

Santa Cruz Del Valle, un ramillete de versos.


Santa Cruz Del Valle, un balcón al Valle del Tiétar, una flor de tantas que conjuntan el ramillete de las villas que anteceden al puerto del pico que es a su vez la puerta de la parda geografía castellana. Pero no es de geografía Española de lo que quiero escribir, si no de poesía y humanidad, de versos y calor. El calor de una población que se entregó y nos entregó toda su amistad, su hospitalidad su bonhomía. Una noche de sábado lirica, romántica y afectuosa en un marco idílico; un grato recuerdo que nos acompañará a todos, poetas y vecinos.
Quiero agradecer en mi nombre y el de mis compañeros el trabajo y la ilusión de José Carlos, Félix y Emilio “el ventero” ya que su esfuerzo dio los frutos deseados y la amabilidad de todo un pueblo nos condujo por un camino plagado de sonrisas y velas encendidas hacia el lugar del recital ampliamente aplaudido en un local que quedó pequeño ante la afluencia masiva y la grandeza de corazón de los vecinos de la localidad.







lunes, 10 de septiembre de 2012

EL AUTOBÚS



Ernesto abrió los ojos; el traqueteo lo había despertado de su sueño, o eso pensaba hasta el momento, ¿dónde estaba? Él recordaba perfectamente haberse lavado los dientes, haber puesto el despertador en hora y por supuesto haberse metido en la cama; recordaba incluso sus pensamientos antes de cerrar los ojos, ¿dónde estaba?...empezó por mirar a su alrededor; estaba sentado en una butaca muy parecida a las que suelen usarse en trenes, autobuses o  aviones; la butaca al lado de la suya estaba vacía pero, a pesar de las penumbras, Ernesto pudo distinguir más siluetas sentadas delante y detrás suyo; todos iban en silencio y mirando por la ventanilla. ¡La ventanilla, claro! Esa podría ser la confirmación, el argumento para demostrar la realidad; a través de ella podría ver algo más; pero nada, fuera estaba oscuro y apenas se distinguían sombras indescifrables.

-          Calma, calma, estoy soñando, sólo es eso.
Estaba en algún tipo de autobús, eso seguro; de vez en cuando el vehículo se detenía para dejar bajar o subir algún pasajero. La cuestión era ¿hacia dónde viajaba, qué destino tenía, y cómo narices había llegado a él? Estoy soñando, estás soñando, Ernesto; sin embargo estaba vestido, llevaba unos tejanos que reconocía como suyos, una camisa de cuadros que apenas usaba, pero también suya y a su lado descansaba su vieja zamarra de piel, su favorita, la que usaba casi siempre, estoy soñando o…¿seré sonámbulo?.
El vehículo se detuvo y una vez más salieron dos o tres personas, ¡qué raro!, juraría que no había entrado nadie; sin embargo, el asiento que había justo delante de él ahora estaba ocupado. Era un autobús, eso estaba claro, podía distinguir al conductor y el panel de luces al lado del volante; a lo largo del pasillo se veían cabezas reclinadas o rectas, mirando a su alrededor, como él mismo hacía, pero nadie intentaba levantarse, él mismo sentía una extraña modorra además de la curiosidad que le asaltaba con continuas preguntas; la verdad es que se estaba cómodo y calentito, en fin ya se despertaría de este extraño sueño para ir al trabajo; mañana le esperaba una jornada dura, tenía que visitar dos obras en construcción (Ernesto era arquitecto) y por la tarde tenía una cita con dos nuevos clientes para empezar un nuevo proyecto, además tenía una cita con Clara; por fin parecía que iban a hacer las paces tras dos semanas de tensión por un absurdo mal entendido. Clara era buena chica pero un poco celosa a veces y muy cabezota; pero él la adoraba.
Un frenazo repentino. Hasta ahora el conductor manejaba el vehículo de una forma muy suave.
-          ¡Usted no puede subir, éste no es su autobús!
El conductor reprendía a un pasajero que intentaba subir aprovechando la brusca frenada y el pasajero parecía no estar dispuesto a hacerle el menor caso.

-          ¡Le he dicho que no puede viajar en este autobús, amigo!
El pasajero movía la cabeza negándose a bajar. En fin, Ernesto tenía otras cosas de qué preocuparse, mañana por la noche quería sorprender a Clara con la cita perfecta, la compraría rosas negras por supuesto, eran sus favoritas, y la llevaría a cenar a aquel restaurante italiano que tanto le gustaba a ella. Vaya, el malentendido parecía haberse aclarado; el conductor arrancaba de nuevo y el pasajero polizón ya no estaba en el interior del vehículo, ni tampoco estaba la persona que ocupaba el asiento que había delante del suyo; en algún momento entre sus pensamientos y la discusión del conductor con aquel extraño pasajero que no pudo subir, su compañero silencioso de viaje también había descendido del vehículo.
Aunque la verdad, Ernesto tampoco había intentado entablar conversación alguna con él o ella, sinceramente no le había prestado más atención que la de obligada curiosidad al verlo de repente sentado delante de él. Un regalo, tenía que llevar a Clara un regalo además de las rosas, algo que durase más que la fragancia y el color de aquellas rosas, algo más perenne, como sus intenciones hacia ella, quizá un broche o una pulsera, a Clara le gustaban los búhos como adornos, quizá un broche con forma de búho.
El autobús frenó suavemente y dos personas más bajaron de él; ¡un momento!, aquel que bajaba era Sancho, su compañero de cuarto en el colegio mayor de la universidad.
-           Sancho, Sancho.

Nada, no le había oído; se acercó a la ventana por si podía verlo o llamar su atención de alguna otra forma, pero todo estaba oscuro aún, no había forma de ver dónde se dirigía su antiguo amigo o de que él le viese a través de los cristales de la ventanilla. En fin, intentaré dormir; quien sabe si a lo mejor me despierto en casa. Ernesto apoyó la cabeza en el respaldo del asiento, se dejó mecer por el ronroneo del autobús y cerró los ojos.
-          Ernesto despierta, ésta es tu parada.
El conductor, un hombre de rostro intemporal, le sacudía suavemente por los hombros
-          ¡cómo, cómo!, pero si yo no he pedido bajar.
-           tienes que bajar, ésta es tu parada.
-          ¿pero, dónde estoy, cómo he llegado aquí? Usted debe saber cómo llegué y el trayecto de mi viaje.
-          Tienes que bajar, Ernesto; aquí es donde me dijiste que te avisara para bajar, hasta aquí tienes pagado el billete, el resto del viaje debes hacerlo por tu cuenta y por tus propios medios, amigo, ¡buena suerte!
Antes de darse cuenta de cómo exactamente lo había hecho, Ernesto se encontraba tras las puertas del autobús; el vehículo arrancó sin él. Ernesto empezó a caminar sin saber exactamente dónde se encontraba. ¡Qué curioso, empezaba a sentirse ligero!, ¿qué hora sería? Al mirar la esfera de su reloj, se dio cuenta de dos cosas, la cadena de su reloj le quedaba grande en la muñeca y la camisa también.
-          ¿Vaya, qué es lo que parece enredarse entre mis piernas?
El pantalón empezaba también a quedarle grande, demasiado grande y demasiado deprisa.


-          Es un sueño, está claro.
Ernesto siguió caminando en la noche, mientras sus ropas cada vez le quedaban más holgadas y su figura parecía empequeñecer por momentos; o quizás era el efecto que causaban esas ropas cada vez más holgadas que llevaba puestas.
-           No importa, esto es solo un sueño.
Ernesto siguió caminando hacia la noche, hasta confundirse con la oscuridad.

domingo, 2 de septiembre de 2012

NO ME PIDAS QUE CANTE.


Hasta siempre Vicente, que las musas te acompañen en tu viaje a la eternidad.

A Vicente Martin.

 
NO ME PIDAS QUE CANTE.

 

Nadie sabe que prisa te detiene,

es cierto.

Pero no me pidas que te cante.

Yo prefiero deshojar tus silencios

engarzados de palabras,

y tal vez saborear algún guiso de tertulia

literaria bajo el roble.

¡Son tan frondosas sus ramas!

que pueden cobijar varios años.

 

No me pidas que te cante

cuando rendido, te dedicas

a escribir poemas de conformidad

acentuados por las circunstancias.

Hoy he descubierto que no es cierto

que el sol queme la piel

cuando ausente la conversación

proyectas la sombra de tus pronósticos

sobre el calendario.

 

Debe ser – seguramente- que los jardines

del infante conservan la huella de tu paso

sobre el césped encanecido por el descuido.

No, no me pidas que te cante cuando marches

aunque vaya en el oficio y esté presto el laúd.

No soy dado a los himnos y fanfarrias sociales.

 

Yo te cantaré, sí, cuando el alma desgrane

los minutos melancólicos sobre aquella

sonrisa invertida.

Cuando llueva y las mejillas desborden

sobre los labios… entonces, yo te cantaré.