jueves, 14 de septiembre de 2017

Imagina a un gran ejército de zombis marchando alegres con una papeleta electoral en la mano hacia sus ataúdes colectivos de cristal. Imagina al mismo tiempo a todos sus enterradores frotándose las manos de satisfacción pensando en los beneficios personales del funeral colectivo mientras animan a esos zombis con distintas banderas y colores a alinearse en diversos lados de sus propias sepulturas. Imagina si puedes (al mismo tiempo) un plaga de cucarachas saliendo por las mangas y perneras del pantalón de los enterradores, ansiosas por devorar las migajas del festín macabro y varios buitres sobrevolando la dantesca escena con sus picos afilados y dispuestos a alimentarse de la poca carne que aún quede pegada a los tristes huesos del ejercito de zombis. Junto a todos ellos se encuentran diversos apóstoles envestidos de un extraño poder divino concediendo indulgencias y absolución en nombre de sus diversas confesiones y dioses a víctimas y verdugos con la mano derecha, mientras la izquierda aguarda impaciente su paga por los servicios prestados. Imagina que las palabras son condimento para aderezar el sabor de la menguada carne de los zombis y mantenerles tranquilos en su fila mientras les llega el turno del sacrificio humano y cae sobre su cabeza el hacha implacable. Imagínales a todos, unos brindando alegres, otros muriendo sin saberlo, unos disfrutando de suculentos banquetes, los otros, convidados de piedra al fin y al cabo, sin terminar de comprender de que son alimento y terminaran saliendo por el culo  de enterradores, cucarachas, buitres y apóstoles  tras un largo proceso de digestión en forma de heces fecales.
Por imaginar que no quede, no hay prisa la digestión es larga y siempre hay sitio en las cloacas situadas bajo cada escaño-inodoro. Tú también flotaras allí abajo, no lo dudes.

lunes, 4 de septiembre de 2017


Entré en estado de prosa cuando me dejaron de latir los versos, enchufado como estoy a un aparato de respiración artificial que mantiene mis constantes vitales en estado de alerta. No me intuben el suero de unos versos ñoños para convencerme, la cicuta mata más rápido a las musas y se evitan el hastío de los renglones torcidos. Prefiero regar el pequeño laurel del patio trasero y respirar el aroma a libertad de la constancia que impregna sus verdes hojas. La lira eléctrica está de moda es cierto, tan de moda como estuvo en su tiempo la lengua de los rolling stones que siguen subiendo al escenario con pañales para adulto e incontinencia marcando paquete sobre el escenario. Me falta endecasílabo y arte mayor para caer vertiginosamente en las tentaciones sociales, y el faro alejandrino sigue brillando en el horizonte para guiar a buen puerto a los marineros tenaces alejados de los cantos de sirena de la impostura. Debería marcar distancia con la revolución democrática de la guillotina virtual y sus falsos héroes, pero cuando pienso en el esfuerzo de construir calzadas romanas de catorce endecasílabos con rima consonante repartidos en dos cuartetos y dos tercetos, me caen décimas de sudor sobre la frente agostada por la falta de vocabulario. Las autopistas actuales son de cómodo alquitrán, el viaje a ninguna parte más rápido y hay que pagar pocos peajes hasta llegar a la corrala donde el vulgo instalado cómodamente en sillas de tres patas   espera con el aplauso en sus bolsillos raídos. Imaginad el esfuerzo empleado innecesariamente en dar a las gallinas otro alimento que no sea su pienso habitual, siendo su naturaleza de vuelo corto es vano el empeño en fortalecer sus alas no habituadas a las alturas del cielo claro.      

domingo, 3 de septiembre de 2017

Voy a escribir una nota de suicidio en mi nombre, en el nombre de los míos, en el nombre de mis antepasados. También en el nombre del padre que sufre, del hijo sin futuro ni tierra que le sepulte, la mujer violada por el Corán. Después cortaré las venas de mi cultura, de  mi historia y de  mi raza, para sumergirme en las aguas tormentosas del mar invasor y desangrarme lentamente entre titulares colaboracionistas. El horizonte ennegrecido por las cúpulas de la media luna, el silencio perturbado por gritos paganos y dioses de muerte, las calles empapadas por la sangre del cordero occidental, y de nuevo más silencio, un silencio sepulcral, hediondo como un cadáver sin batalla. Los buitres sobrevuelan el festín, satisfechos, sin dar gracias por los alimentos recibidos carroñean con sus picos afilados por la ambición y sus garras sostienen con fuerza las actas de su poder. La tierra también agoniza, el verde  muere para dar paso a la desertificación y negros demonios cabalgando con sus alfanjes desenvainados. Los viejos dioses se mudaron hace siglos, el nuevo dios solo sabe poner la otra mejilla. Su rebaño sigue siendo de ovejas, sus apóstoles ya no son pescadores de hombres si no de valores bursátiles y niños despistados. En Roma un viejo loco pasea su soberbia ignorante por el mundo con alma negra y blancas vestiduras mientras el apóstol enterrado bajo la Basílica le llama Judas. Garibaldi espantado convoca un consejo de estado y ultratumba, pero las camisas rojas no significan lo mismo que antaño, nadie responde a su llamada y el Águila tiene reuma en las alas. El tótem de Europa es ahora un feo edificio de cristal y hormigón con plaga de cucarachas.