viernes, 15 de marzo de 2013

En el camino, mi nuevo poemario

A TODA ESA GENTE.






Tal vez, y sólo tal vez,

cuando no permanezcas ni en el recuerdo

de los gusanos que devoraron tu carne putrefacta,

permanezca vivo el eco de mis sentires.





Cuando cansado de arrastrarte por el mundo,

carcomido por tu veneno, desfallezcas,

vivirán mis pensamientos y emociones.





Puedes golpearme con la cobardía de tus injurias

y yo escupiré mi desprecio

sobre la mordaza de tus insidias.

Atropéllame si lo deseas, me levantaré.

Ni al destierro puedes condenarme

ya que tus dominios no se extienden más allá

del cubil de las serpientes.





Tal vez, y sólo tal vez,

cuando no quede de ti ni el vestigio

de la ponzoña que sembraste

y tus huesos calcinados por los años, enmudezcan,

yo profanaré tu tumba, silente al fin,

con la huella de mis versos.

viernes, 8 de marzo de 2013

Madre Inmaculada

Madre inmaculada, ya sale el cordero
con la carne desgarrada y la afrenta
desplegada sobre el santo cuerpo.
Qué dócil camina y que poco se lamenta,
Madre de los dolores, aferrado a su madero
aquella condena a muerte, con rostro de Nazareno.

Rompe en mil pedazos tu manto
María, por hacer pañuelos de espanto
que yo quiero llorar contigo
aquel caminar cargado bajo corona de espino.
¿Tanto pesan mis pecados por la sangre de tu hijo
qué camina entre quebrantos con el madero bendito?

¿Tanto, tanto pesan que lo arrojan tres veces al suelo?
Dulce y triste María, quiero caminar contigo
y llorar por el hijo que va al calvario cargado
con la cruz de mis pecados sobre el rostro ensangrentado.
Madre de misericordia quiero hacer mío tu duelo
besar tus lágrimas benditas por aquel hijo perdido.

Ya ha llegado al monte del calvario el cordero
y los viles legionarios desnudan de ropas su cuerpo.
Mira, ya lo tumban desnudo sobre la cruz.
Y los cielos aventan nubes y vientos.
Como llora y oscurece el firmamento
mientras levanta el madero, crucificada la luz.

sábado, 2 de marzo de 2013

EL RENACER

Claudio estaba asustado, ¿qué había pasado? Lo último que recordaba era haberse quedado solo, sus amigos habían empezado a marcharse del local, y él se quedó a tomar “la última”, recordaba también a aquella chica que le invitó a fumar. Tal vez la mezcla de alcohol y drogas es lo que le tenía tan desorientado en este instante. ¿Dónde estaba? Era una habitación oscura, con olor a humedad, el aire flotaba rancio, saturado, viscoso, agobiante como un espacio cerrado durante demasiado tiempo. ¿Estaría soñando? Un mal sueño, seguro, un extraño sueño producto de sus abusos nocturnos. La cabeza le pesaba, tenía sed, mucha sed; no podía moverse, un extraño frío recorría su interior, sentía además una extraña rigidez en sus extremidades, como si le faltase el riego sanguíneo en ellas. El cuello le latía con intensidad, como si las venas y arterias que corrían por su interior tuviesen vida propia. Aguzó el oído, nada, un silencio absoluto, espeso como el aire estancado de aquella habitación. Intentó recordar, se esforzó. Recordaba haber invitado a la chica a una o varias copas, estuvieron charlando, no recordaba sobre qué, seguramente las chorradas propias de una noche de juerga; la chica volvió a invitarle a fumar, la verdad es que aquella yerba que le dio era estupenda, no recordaba haber fumado nunca nada parecido, recordaba aquella extraña sensación de vacío, era como si la chica y él estuviesen flotando en un inmenso espacio, como si nada hubiese bajo sus pies, sobre sus cabezas o a su alrededor. Ella le susurraba al oído, le mordisqueaba el lóbulo de la oreja, le besó profundamente y salieron a la calle juntos. Sí, ahora recordaba aquel paseo lleno de intenciones, la chica le estaba poniendo a cien, caminaban sin rumbo aparente, las calles y la noche les pertenecían, eso le dijo ella. También le dijo que nunca olvidaría esa noche, que ella le daría lo que ninguna otra sería capaz de darle, mientras sus manos recorrían sus muslos, ansiosas pero expertas, recordaba aquel calor sobre la tela de sus tejanos, el fuego que le inundaba, el deseo que le explotaba mientras la chica exploraba todo su cuerpo con sus manos. Recordaba como aquel deseo creciente odiaba aquellas calles que le separaban del cuerpo desnudo de la chica. - ¡Vamos a mi casa! - La dijo- ¡Vamos a mi casa! - Tranquilo, déjame hacer a mí, te llevaré a un lugar donde todo es posible, a un lugar donde no hay límites, y allí tendrás mucho más de lo que esperas, tendrás incluso lo más inesperado. - ¡Cómo te llamas, aún no sé ni tu nombre y lo quiero todo de ti! - Morgana, me llamo Morgana; y como te dije tendrás todo y más. Recordaba aquella fachada lúgubre, aquel portón de madera con su escudo nobiliario tallado en la piedra. Sobre la noche y sus sombras se recortaba la silueta de un viejo caserón; eran comunes en ciudades como la suya, ciudades con aires medievales, ciudades que conocieron muchas noches como esta a través de los siglos. - Esta es la casa de mi familia, aquí estaremos bien, nadie nos molestará en ella, y adentro tenemos todo lo que necesitamos. - Todo lo que yo necesito lo tienes tú, lo tienes bajo tu ropa, lo tienes en esa boca que me incendia en cada beso, en esas manos que me atan en cada caricia, como dos correas de terciopelo. - Entra, entra; como si fuese tu propia casa. Tras la puerta, una enorme sala con columnas de piedra, y entre dos de aquellas columnas el comienzo de una escalera, qué ascendía sinuosa hasta la primera planta, del alto techo colgaba una enorme lámpara, muy antigua, todo allí era de otro siglo, todo menos Morgana, y la impaciencia de Claudio por llevarla a la cama. - ¿Dónde vas Claudio? No tengas tanta prisa por conocer esa escalera o las habitaciones a las que conduce. Ven, ven conmigo. Tras aquellas columnas una puerta, tras la puerta una gran sala a modo de comedor, una larga mesa de madera presidia en su centro, en una esquina una chimenea apagada, algún arcón pegado en sus paredes, cuadros, un enorme mueble también de madera, y alfombras sobre un enlosado de piedra. - Ven, tomemos un coñac, es de nuestra bodega, tiene más de trescientos años, para ocasiones especiales. Y tú, Claudio, eres una de esas ocasiones especiales; me gustas mucho, por eso estás aquí; si no te hubiese tomado en serio ahora estarías tirado en la calle, solo. ¡Ven, ven! Brindemos por ti y por mí, por el comienzo de algo nuevo. - Por nosotros Morgana, por lo que tú quieras, me tienes hechizado, soy incapaz de negarte nada esta noche. - Yo no me apareo por noches, soy algo chapada a la antigua, ya te dije que estás aquí porque me gustas mucho, salud Claudio. Tras el brindis llegó un beso, aquellos labios golosos de Morgana se pegaron a los suyos, suaves, calientes y húmedos como el licor que acababan de tomar. Claudio se dejó llevar, ella era como un torrente que arrastraba su voluntad y sus deseos hasta su cuerpo, Morgana le recorría la piel con sus labios traviesos, la boca, mordisqueando sus labios, el cuello, la nuca, mientras, sus manos acariciaban su espalda y su pelo. De repente sintió un calor intenso, se notó mareado, todo empezaba a darle vueltas, todo se volvió negro a su alrededor. Después de eso, nada, nada hasta este instante, nada hasta este extraño despertar. La oscuridad empezaba a diluirse entre el brillo mortecino de unas velas, sí, era Morgana con un candelabro en sus manos, miró a su alrededor, estaba en una vieja cama con dosel, en una habitación con todos los postigos cerrados. Ella se acercaba, llevaba una especie de camisón largo y vaporoso, bajo él, solo su cuerpo, solo esa piel que había encendido sus ansias. - ¡Ya te has despertado cariño! Me alegro, espero que hayas descansado, has dormido todo el día sabes, es casi medianoche; bienvenido al primer despertar de tu nueva vida, junto a mí. Estarás hambriento, estoy segura. La verdad es que sí, estaba hambriento, una extraña sensación le recorría, necesitaba alimentarse, pero no, no era alimento sólido lo que su cuerpo reclamaba, era... otra cosa. Morgana sonrió, le besó; su boca entreabierta dejaba ver dos afilados incisivos, y unas gotas carmesíes bajo sus labios. - Ya te dije que te daría lo que ninguna otra podría darte, una vida eterna. Vamos Claudio, te enseñaré a cazar; no te preocupes por mí, yo ya he cenado.