martes, 21 de abril de 2015

UN TAXI A NINGUNA PARTE


La noche se descuelga por cada minuto
de éste reloj somnoliento que teje sombras
con los pálidos reflejos de la luna.
Tal vez las calles vacías se lleven
en sus bolsillos la sequía de tantas horas
deshilachadas con el cambio justo
para tomar un taxi y dirigirse a ninguna parte.
En el fondo todo es un dirigirse a ninguna parte
mientras soñamos que la vida existe
entre los labios de cualquier beso despistado
con la suficiente humedad para calmar la sed
de cualquier madrugada apresada entre dos copas
con mucho hielo y soledad concentrada.
Tal vez hoy estoy borracho de mí mismo
y se me escapan ríos de versos por las mejillas,
mientras recuerdo que los recuerdos duelen
como cartas sin escribir y palabras ahogadas
entre el orgullo y la indolencia.
Quizás lo único que tenemos en la vida
es sencillamente la propia vida.

viernes, 10 de abril de 2015

CRÓNICAS DE UN PUEBLO FANTASMA.

Nací en uno de esos lugares que uno jamás elegiría por propia voluntad. Un pueblucho del que es mejor salir cuanto antes para volver lo menos posible. Si existiese un centro geográfico de la mediocridad, la envidia y la mala leche ignorante... ese triste villorio sería sin duda la capital del reino. Tengo recuerdos felices de él ciertamente, pero casi todos ellos ligados a la infancia y arropados por la inocencia que da la misma. Tal vez con los lugares ocurre lo mismo que con las personas, y vistos desde la niñez  se elevan para ir bajando en la misma medida que crecemos en edad y uso de razón. Lo cierto es que dejando a un lado los pequeños vestigios monumentales de un  pasado con cierta gloria y cultura sumados a la huella que dejaron algunos personajes relevantes en la historia (personajes que de seguro no volverían ni a golpe de fusil) más los restos de un entorno aceptable para hacer turismo de pocos días y adiós, aquello es lo más parecido a una ciudad fronteriza del viejo oeste con todo un repertorio de villanos tontos, villanos malos y los pocos que intentan sobrevivir a las consecuencias de los actos de los dos primeros.
Tal vez suene mi relato a ingratitud, ¿pero que gratitud se le debe a un triste pueblucho (o sus habitantes) que siempre fue ingrato para con aquellos de sus hijos que intentaron darle lo mejor que de ellos mismos podían? en fin, sin entrar en demasiadas disquisiciones filosóficas sobre la gratitud, el bien y el mal lo cierto es que cada cual cuenta la guerra según la vivió y esto no deja de ser un relato fruto de la imaginación y con las pertinentes licencias que cualquier autor se toma al escribir.


En teoría situaremos dicho villorio en la meseta central más bien orientado al sur de una cordillera como tantas otras en España, uno de esos pueblos con castillo, iglesia y puente románicos, un convento santuario de una de tantas órdenes religiosas, algún viejo palacete que se queda (como el resto de la población) en pura fachada y ruinas en su interior, y vestigios de poblados celtas salpicando su entorno devastado por los fuegos y la baja calidad moral de sus gobiernos municipales sin excepción sumados a la indolencia envidiosa de sus habitantes.
Ya situados literaria y geográficamente en éste relato ficticio podemos (creo yo) desarrollar la pequeña historia de uno de tantos habitantes del mismo.


Se levantó como cada mañana, asustada.
En el fondo siempre supo que jamás sería nada, que lo único bueno que había en ella es lo que fue capaz de arrebatar con mejores o peores intenciones a la vida para compensar lo que nunca podría llegar a ser por sí misma, y cuarenta años después el espejo le devolvía con burla la imagen de su verdadero rostro: arrugas, vulgaridad, arribismo y frivolidad.
Un embarazo no deseado, un matrimonio prematuro, otro embarazo, deseado esta vez y un patético curriculum como empleada de tienda, sin talento, sin escrúpulos sumados a su insana ambición era toda la suma de sus logros en la vida. Al menos el destino, aunque fuese por accidente le dio el compañero adecuado, tan mediocre, vulgar y arribista como ella misma, y un simpático hermano menor haciendo el papel de perrito faldero de la casa entre permisos.
Se pellizcó las mejillas ante su propio reflejo rodeado por algunos estantes con libros jamás leídos y novelas baratas de amor que tal vez la ayudaban a soñar con una realidad distinta mientras maquillaba una mañana más la máscara de sus facciones envejecidas y desencajadas por demasiados años de insatisfacciones. En el fondo, y ella lo sabía; su casa, su familia y su día a día le hacían sentir que eran poco más que unos tristes gusanitos de seda encerrados en una cajita con hojas de dinero, algunos perros y ninguna posibilidad de transformarse en crisálida.

Una vez vestida tomo su automóvil para incorporarse al cauce de esa pequeña marea humana no muy distinta a ella en sus diversas circunstancias, y dejar pasar las horas de una existencia vacía e inútil, como tantas otras en esa pequeña localidad fantasmática.