lunes, 21 de febrero de 2011

LA ESTRELLA DE DAVID.

              LA ESTRELLA DE DAVID.



-          ¿Me llamarás en cuanto puedas verdad?
-          Claro que sí, tonto, ¿acaso no ves que aún tengo mi mano entre las tuyas, y ya me muero de nostalgia?
-          ¡Raquel, Javier! dejad un poco de amor para otro día, ¿queréis gastarlo todo esta tarde?
-          Perdona, papá; anda, Javier, salgamos a la calle para no escandalizar más a mis padres.
Lo cierto es que los padres de Raquel contemplaban aquella escena entre escandalizados y divertidos; aunque al comienzo se opusieron con rotundidad a la relación, ¡una chica judía y de buena familia con un joven gentil!... ¡Qué escándalo Dios mío!
De esta manera pusieron mil trabas a los jóvenes, hasta llegar a reunirlos una tarde para poner punto y final a tamaña insensatez propia de unos jovenzuelos alocados jugando a amarse.
-          ¿No veis que es imposible? pertenecéis a mundos distintos; dime, Javier, si tenéis hijos un día ¿qué llevarán colgado de sus cuellos, la cruz, o la estrella de David?.
-          Mire, señor, si tenemos hijos solo quiero que lleven los ojos de Raquel, su mirada limpia y serena, su sonrisa, y lo demás ya lo decidiremos nosotros cuando llegue la ocasión, ¿le parece bien?. Dios es amor para todos los que en Él creen y Raquel es amor para mí ¿cómo podrían negar el amor aquellos que creen en el amor?.
Nadie puede apreciar más la felicidad que aquellos que han sufrido una larga historia de persecución, esclavitud  y holocaustos sangrientos a lo largo de los siglos y la pequeña Raquel parecía tan feliz al lado de Javier, que no pudieron negarse a la felicidad de la joven pareja.
Desde aquel instante Javier pasó a ser el pequeño escándalo de la familia y de algunos de sus amigos y se convirtió en el novio gentil de Raquel. De aquello hacía ya tres años, tres años en los que apenas se separaban y, cuando lo hacían, era por breves pero eternas horas por el profundo amor y los sentimientos que se profesaban; en esta ocasión, Raquel y sus padres marchaban unos días a Israel a visitar a su familia y pasar unas breves vacaciones.
-          Míralo por el lado bueno, Javier; el próximo viaje lo haremos juntos y en la sagrada tierra de Israel, en la ciudad santa de Jerusalén Dios bendecirá nuestro amor y consagraremos nuestra unión ante sus ojos.
-          ¿Me llamarás cuanto llegues verdad?.
-          Claro que lo haré, Javier; anda, bésame con fuerza, tiene que durarme dos semanas el sabor de tu beso.

-          Dos semanas sin verte, Raquel, sin abrazarte, sin charlar cogidos por las manos y las miradas, dos semanas sin llevarme tu perfume en mis manos y mí recuerdo cada noche al regresar a casa. ¿Te das cuenta de que esta será la primera vez que nos separaremos durante varios días?, te añoraré cada segundo, cada minuto, cada hora de cada día durante tu ausencia.
-          Se me ocurre algo, déjame tu cruz y algo tuyo me acompañará en este viaje a la tierra de mis antepasados, y yo te dejaré mí estrella de David, y así algo mío estará contigo hasta mi regreso. Yo misma la colgaré en tu cuello Javier y prométeme que no te la quitarás hasta que volvamos a vernos de nuevo, y hasta que volvamos a vernos de nuevo yo llevaré tu cruz de oro.
-          Te lo prometo, Raquel, llevaré tu estrella de David hasta que volvamos a vernos.

De esta manera Javier se quedó ante la puerta hasta que Raquel regresó al interior de su casa y después se alejó imaginando que ella le observaba alejarse a través de los cristales de alguna ventana.
¡Qué tristes son las despedidas para aquellos que se aman! y ¡qué triste el camino de regreso sabiendo que su pequeña se alejaría miles de kilómetros durante unos días!, aunque él la llevaba tan dentro que sus almas funcionaban en una perfecta simbiosis.
Esta despedida le parecía un breve ensayo de la muerte.
Dos días más tarde un teléfono llamó a Javier.
- ¿Diga… diga?... ¡Dios mío nooooooooooo! ¡Oh Dios santo!..
   
  Aquella mañana el fanatismo tomó sangre con el desayuno, aquella mañana la intolerancia entró oliendo a muerte y odio con un cinturón cargado de muerte y odio entre sus ropas, en un autobús que circulaba por una ciudad del estado de Israel. Aquella mañana una fuerte explosión de odio injustificado segó vidas y destinos. Once muertos y varios heridos graves, dijeron las noticias; en realidad fueron doce muertos; once de ellos en aquel autobús de una ciudad del estado de Israel; el duodécimo a miles de kilómetros con el auricular de un teléfono que tocaba a muerto entre sus manos, en una capital de provincias en España.
Causa vértigo pensar que, si este relato fuese cierto, hoy tal vez se cumpliesen 18 años de aquel triste día, y tal vez un maduro Javier aún llevaría colgada de su cuello una pequeña estrella de David con una cadena de plata y en su mente surgiese el eco de una vieja y amada voz diciendo: “No te la quites, Javier, hasta que volvamos a vernos”. Tal vez respondiese el eco de un corazón acongojado: “No me la quitaré, Raquel, no, hasta que volvamos a vernos. Ten la certeza de que moriré con esa pequeña estrella de David colgada de mi cuello, como tú has muerto con la cruz que un día colgaste del tuyo.
Tal vez hoy Javier, si existe realmente, tendría la mirada perdida en el pasado envuelta en los recuerdos; tal vez incluso unas lágrimas rebeldes labrarían sus mejillas con surcos de húmeda tristeza al acariciar su pequeña estrella de David, cuyo fulgor apagó el oscurantismo virulento del fanatismo.


Existe una vieja canción, cuyo estribillo decía algo así: “Se alejó de mí en un atardecer con un beso a flor de piel, y al decirme adiós poco antes de partir me entrego su estrella de David”.

Es posible que para muchos esta letra no tenga ningún significado; para Javier no sólo era un recuerdo doloroso sino una huella imperecedera y una marca indeleble cincelada en su corazón.
Lo más triste de este cuento, cierto o no, es que es una historia cotidiana en aquellos lugares donde forman pareja intolerancia y racismo dando a luz muerte y destrucción en su macabro ritual de apareamiento. Tal vez la víctima no se llame Raquel, tal vez en vez de un autobús sea un edificio quien reciba la visita del fanatismo asesino, y tal vez el país no se llame Israel; pero las consecuencias siempre son las mismas.

1 comentario:

  1. No era el remis, asi qeu me quede aquí contigo, leyendote y llorando, así no le vale, me iras hacer lloar en cada cuento.
    No se si es real o no, yo la vivi y la senti real y con eso , para mí, vale.
    Mis aplausos para este cuento , sin mas palabras
    besos de luz para ti, Jesús

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