sábado, 19 de febrero de 2011

WICKED GAME- Relato Breve

                          WICKED GAME.
                                
                                      
-          ¿Qué hago aquí, cómo me he dejado convencer otra vez para volver?.
Ana estaba de nuevo en el bar de copas, rodeada por sus amigas y sin tener muy claro qué pintaba ella allí. Ese no era su estilo de vida, ella era una chica tímida, algo insegura y provinciana; llevaba dos años viviendo en Madrid, estudiaba en la complutense y no le gustaba la vida nocturna; ella disfrutaba más en plena naturaleza, alejada del ruido y los ambientes cargados; por eso precisamente quería ser veterinaria, cuando terminase la carrera volvería a su pueblo para montar una pequeña clínica y ejercer su profesión.
Se sentía desplazada en las fiestas, sobre todo, en las nocturnas; no en vano se había ganado el apodo de “virginal Ana María” entre sus amigas; en estos dos años en la capital se había dedicado a estudiar de firme, sin citas ni juergas, y estos últimos días estaba jugando a no ser ella.
-          ¡Vamos Ana anímate, mira que ambientazo!.
Cristina era la más lanzada del grupo, la responsable de aquel apodo que ostentaba entre sus más allegados y la culpable de que llevase tres noches arrastrando sueño; su novio y dos amigos habían abierto el pub en el que se encontraba, hacía apenas una semana. Ella, por supuesto, acudió el primer día pero nada más lejos de su intención que hacerse asidua y menos aún en época de exámenes. Mañana tendría una conversación con Cristina y terminaría con esta situación de una vez por todas.
-          Perdona, Cristina, voy por una copa.
Estupendo, ya tenía la excusa perfecta para alejarse durante un rato. El pub tenía una zona más tranquila con barra, para aquellos que prefiriesen conservar sus oídos al menos durante unos años y allí es donde Ana pensaba desterrarse el mayor tiempo posible antes de ser localizada y secuestrada de nuevo por sus amigas.
-          ¡Cuidado!. Mira por dónde vas.
-          Perdona, no me he dado cuenta, te he salpicado con mi copa, lo siento de verdad.
¡Vaya no está nada mal! pensó Ana. El chico tenía un cierto aire misterioso, de mirada intensa en unos ojos negros a juego con un largo abrigo de cuero; la verdad se daba un aire a ese chico ¿cómo se llamaba? de la película Matrix; además, parecía tan fuera de lugar en ese ambiente… es como si no terminase de encajar en un ruidoso y atestado garito; al mismo tiempo se desenvolvía como si la noche fuese su elemento ideal; en fin, ya que estaba allí tendría que aguantar unas horas al menos. ¿Por qué no hacerlo en buena compañía?. El chico le gustaba.
-          Perdona de nuevo, me llamo Ana, ¿me dejas invitarte a una copa para compensarte?.
-          La verdad es que no soy muy bebedor, pero si conseguimos encontrar una esquina donde hablar, nos evitaremos una molesta afonía…mi nombre, por cierto, es Cristian.
La parte tranquila del pub semejaba una especie de cueva con unas estalactitas artificiales que colgaban del techo irradiando todo un juego de luces, aunque todo el local tenía una decoración de caverna, de hecho ese era su nombre.
-          Esto es lo más tranquilo que vamos a encontrar en este antro, Cristian. ¿te viene bien?
-          Me viene bien; si lo consideras un antro…¿por qué vienes a él?.
-          No tengo otro remedio, uno de los dueños es novio de mi amiga, compañera de estudios y piso.
-          ¿Qué estudias?
-          Estudio veterinaria, y tú ¿qué haces?
-          Yo soy profesor de lenguas muertas.
-          Profesor de Lenguas muertas, ¿no hay que ser más mayor para ello? No sé, a primera vista no aparentas más de veinticuatro o veintiséis años.
-          Es que fui un estudiante muy aplicado y aparento menos edad de la que tengo realmente.
La conversación se alargaba y Ana estaba fascinada con Cristian; desde luego su conversación no desmerecía en nada del resto de sus cualidades físicas, aunque algo no encajaba del todo: facciones juveniles, extraño halo de “criatura de la noche” que se percibía en él, extensa cultura que destilaban sus palabras…, no sabía exactamente cómo ni por qué, pero, a pesar de sus inquietudes, no podía evitar sentirse atraída poderosamente por aquel chico.
-          Tienes unos ojos preciosos, Ana.
Cristian la estaba mirando fijamente y ella no se sentía capaz de resistir esa mirada mucho tiempo más. De repente la cogió suavemente por los hombros; la besó con pasión y en el abrazo enloquecido notó que ella lo estaba deseando.
-          ¿Qué sucede?, ¿no te ha gustado?. Sé que sí; temblabas en mis brazos, no lo niegues; ven conmigo, Ana, salgamos de aquí.
-          Pero ¡si apenas te conozco! -intentaba resistirse, al menos no pensaba demostrar demasiada docilidad, aunque sabía que sí, que se marcharía con él- Mira, eres un chico muy majo, no negaré que me gustas, pareces interesante, pero, pero este no es mi estilo, yo no soy así.
-          Salgamos de aquí, ven conmigo.
De nuevo esa mirada clavada en sus ojos, esa mirada que le hacía flaquear las piernas y las intenciones, esa mirada penetrante que parecía recorrer incluso sus pensamientos; esa mirada casi hipnótica.
-          Por favor, yo no hago estas cosas, de verdad, acabo de conocerte, llevo dos años aquí y no he salido con nadie, sólo con mis amigas, entiéndelo.
-          ¡Tienes las manos frías!
De repente estaba en la calle, ¡qué locura, ni siquiera se había despedido de nadie!.
-          Ven tengo el coche un poco más abajo, iremos a mi casa-
La noche se deslizaba alrededor del BMV de Cristian; Ana iba sentada en silencio, analizando todos los momentos que de alguna manera habían desencadenado este viaje con alguien a quien conocía apenas de unas horas, alguien que la llevaba a su casa; ella sabía lo que ocurriría allí, sabía que se acostaría con Cristian. Una confusa excitación la recorría hasta estremecerla.
-          Bien, Ana, hemos llegado. Entra, por favor, entra como si de tu casa se tratase y ponte cómoda; ¿quieres un vino?, yo no suelo beber como te dije antes, pero no hago ascos a un buen vino.
-          Un vino estará bien, gracias.
La verdad es que su apartamento era una pasada, un loft de unos cien metros, con biombos para separar espacios; la decoración era de lo más diversa, como una mezcla de siglos y culturas concentradas en ese espacio, grandes anaqueles repartidos entre las paredes formaban una buena biblioteca; había, además, rimeros de libros apilados en distintos puntos del suelo cubierto en algunos puntos por alfombras, y una chimenea muy grande con troncos encendidos.
-          ¿Te gusta la chimenea? Es un efecto de luz, no creas, la calefacción es centralizada, esto fue un capricho mío. Aquí tienes el vino, ¿por qué no vienes a sentarte aquí en el sofá, junto a mí?
La verdad es que ya no tenía sentido dar más rodeos y se acercó al sofá para sentarse muy pegada a un Cristian al que le falto tiempo para empezar por un abrazo y suaves caricias, mientras la besaba con intensidad, pero sin apretarla; antes de darse cuenta estaba reclinada y semidesnuda en el sofá. Cristian sabe muy bien lo que hace, pensó, la verdad es que se encontraba genial, se sentía viva y excitada, un final excelente.

    -Me gusta esta canción que suena Cristian, ¿qué grupo la canta?-
    -La canción se llama Wicked Game, es un tema de Black Metal; la canta un grupo que se llama H.I.M.-

 Delicioso, pensaba Ana, mientras las manos de Cristian acariciaban todo su cuerpo; maravilloso pensaba al sentir sus labios jugando por su cuello.
Deliciosa, pensó Cristian al clavar sus afilados colmillos vampíricos en la carótida de Ana; deliciosa, se repitió al saborear el dulce néctar de la sangre.
Un final excelente, pensaba el vampiro, al sentir la vida de Ana extinguirse entre sus brazos, al ritmo de su canción predilecta.

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