sábado, 19 de febrero de 2011

UN CHICO MUY EXTRAÑO

                           UN CHICO MUY EXTRAÑO.

Javier era un chico muy extraño, veía cosas que otras personas no alcanzaban a ver; escuchaba voces que pasaban inadvertidas a los demás y vivía situaciones en ocasiones extraordinarias. Entre las gentes de su entorno el comentario generalizado sobre su persona era: “Qué chico más raro, no es como los demás. ¿Parece algo despistadillo no?,  ¿es como si viviese en otro mundo, verdad?.
Javier intentaba explicar los porqués de su comportamiento, no paraba de intentarlo, pero sus palabras salían de su boca amordazadas por el murmullo de lo cotidiano. Y entre dimes y diretes añadidos a su peculiar percepción de las situaciones del día a día, transcurría su deambular por la vida y sus azares.
Cierto día durante uno de sus paseos escuchó un llanto, al parecer, de un niño muy pequeño, aguzó el oído y se encaminó hacia el origen de ese llanto; en el suelo envuelto en una bolsa de plástico negro un cuerpecito se movía. Javier no pudo evitar su asombro al observar cómo la multitud pasaba caminando a los lados de la bolsa sin prestar atención al cuerpecito que lloraba y se movía en su interior; era como si aquello no estuviese sucediendo para los demás, como si no hubiese nada en el suelo.
Se acercó a la bolsa y, al abrirla, encontró en su interior… ¡un bebé!. Con una mezcla de ternura y estupefacción lo sacó de la bolsa y envolvió en su chaqueta aquel cuerpecito desnudo, anacarado y frío; al acercárselo al pecho para protegerlo y darle algún calor humano el pequeñín sonrió y dijo: “gracias, Javier”. Javier no salía de su asombro; lo que tenía entre sus brazos era apenas un lactante; según las reglas de la naturaleza y de la evolución humana era del todo imposible que pudiese hablar, IN PO SI BLE, pero… allí estaba con su carita triste y sus ojos de bebé, unos ojos extraños, como si hubiesen vivido una vida antes de empezar a vivir, unos ojos que parecían haber contemplado todos los horrores del mundo, unos ojos extrañamente vidriosos y fríos.
-          ¿Cómo puede ser posible que hables?
-           Soy la voz de una agonía, Javier; soy un niño huérfano de padres y adoptado por la muerte; soy un niño asesinado en el vientre de una madre que no me quiso; yo vivía feliz en aquella bolsita, unido a mi madre, sintiendo sus latidos y dándole pataditas para que supiese de mi existencia; vivía pensando en el momento en que ella me cogiese entre sus brazos y me acercase a su pecho, como acabas de hacer tú, pero un día sentí algo frío como una garra que me cogió por las piernas y una a una… las fue arrancando de cuajo de mi cuerpecito, después me arrancó los brazos también, el dolor era insoportable y mi mamá no estaba para protegerme; cuando pensaba que nada peor podía pasarme esa misma garra aferró mí cabeza y la aplastó sin compasión y yo dejé de sentir la vida a mi alrededor, de repente abrí los ojos en los brazos fríos de una extraña mujer vestida de negro; me dijo que era mi nueva madre y se llamaba muerte; me aseguró también que mis padres no me querían y que ahora era suyo. Estábamos los dos en una habitación extraña, con muchos objetos que yo desconocía y una mujer tendida en una cama muy rara; al lado, en una especie de bandeja, había un cuerpecito muy pequeño, despedazado; ese eras tú me dijo mi nueva mamá; después metieron el cuerpecito en esta bolsa negra que está en el suelo y lo arrojaron en un especie de caja grande de plástico llena de basuras y residuos. Mi nueva mamá me dijo que si alguien, en un mundo saturado de odio, era capaz de escucharme, tenía permiso para despedirme de la vida luminosa que no llegué a conocer, de la vida prodigiosa que no llegué a vivir. Entonces apareciste tú.
Adiós, Javier, adiós también a este mundo que los hombres han hecho hostil, frío y cruel, que mata con saña a alguien inocente y débil, sin poder defenderse, sin poder preguntar por qué le habían condenado a una muerte  tan prematura y cruenta.

 El niño desapareció de sus brazos dejando entre los mismos una chaqueta vacía, y a Javier sumido en una honda tristeza y un enorme dolor. ¿Cómo podían suceder esas atrocidades ante la impasibilidad de toda una sociedad?
Siguió su camino cabizbajo y reflexivo; a lo lejos se oían risas, discusiones y frases entrecortadas que impregnaban de asco su corazón resquebrajado por la última vivencia; una gran algarabía horadaba sus oídos con el taladro de sus gritos.
Al acercarse más pudo ver algo parecido a un escenario de títeres; sobre la tarima improvisada, hombres y mujeres sostenían en sus manos palos en forma de cruz de los que partían hilos que, de una forma extraña, sujetaban las cabezas, piernas y brazos de las gentes que a su alrededor blasfemaban y se enfrentaban entre ellos al ritmo de risas forzadas, de palabras soeces, e incluso algún acto de violencia física.
-          Acércate, ciudadano, acércate, (le decían aquellos titiriteros de multitudes), acércate y podrás escuchar las grandes verdades, las nuestras. Acércate a contemplar nuestro espectáculo y participa, tú formas parte de esto también.
De repente uno de los comediantes gritó asustado: ¡cuidado, no lleva hilos, está suelto…cogedle!.
Javier corrió asustado entre los gritos de alarma de quienes manejaban los hilos, y los insultos del público atado y manejado por ellos. Corrió tan rápido que no pudieron atraparlo y mientras se alejaba le llegó el eco de aquellas voces – dejadle, no podrá ir muy lejos solo, no podrá hacer nada solo, nosotros manejamos los hilos-.
Asustado aún, corría por unas calles llenas de edificios con paredes sucias y saturadas de pintadas groseras, con mendigos adosados en las esquinas y viandantes que pasaban ignorando todo aquello, como si no fuese con ellos, como si nada de eso existiese o importase.
-          Una limosna, señor, una limosna para este pobre mendigo abandonado a su suerte por los señores de los hilos.
Al mirar hacia la voz, una cara sucia le sostuvo una mirada triste con la mano extendida, y un aliento de hambre, vino barato y desesperación; Javier le dejó unas monedas.
Al cruzar la calle unas mujeres le ofrecieron ir con ellas a un mundo donde todos sus deseos podrían ser reales, todas sus fantasías, todas…alguien le preguntó si quería colocarse, “tengo de todo y a buen precio”; unos metros más allá un hombre estaba siendo desvalijado a golpe de navaja y puñetazos y la gente seguía su camino sin inmutarse… Javier no pudo contenerse; gritó, corrió sin descanso hasta casi caer extenuado, sin rumbo fijo, sin mirar donde pisaba siquiera.
Agotado se paró a descansar; estaba en una lujosa calle con árboles y bancos para sentarse; descansó unos instantes; mientras se recuperaba, dedicó una mirada curiosa al lugar en el que estaba: centros comerciales, bancos, concesionarios de automóviles, agencias de viajes, inmobiliarias, restaurantes, todos ellos con vistosos escaparates y publicidad sugerente ante la que se paraban maravilladas y absortas  personas idénticas a aquellas que pasaban indiferentes, como negando la realidad en las tristes situaciones por él vividas a lo largo de aquel día. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía ser más importante el último libro, el coche de moda, o aquel viaje al Caribe?. 

Algo dentro de él le empujó a levantarse y, como mejor pudo, intentó explicar a quienes pasaban a su lado todo lo que estaba sucediendo, sus experiencias, sus sentimientos, cuanto había visto ese día y otros días parecidos a éste, lo que seguiría ocurriendo mientras fuesen más importantes los cantos de sirena que pueden confortarnos a corto plazo que aquellos remedios que a largo plazo podrían acabar con la tristeza y miseria cotidianas, con aquellas situaciones ante las que no por pasar de largo ante ellas dejan de existir. Pero… empezaron a mirarle de forma extraña, a reírse haciendo un corro a su alrededor:
-           ¿De qué hablas?. Mira, ¿dónde ves esa pobreza, esos niños muertos que sólo te hablan a ti?, ¿de qué planeta eres, chalado?, mira qué cochazo, ¿ves ese traje en aquella tienda?, mira, mira qué carta de menús y vinos; fíjate qué préstamos más buenos conceden en aquel banco de allí, y en aquel de más allá… ja ja ja; anda, vuelve al psiquiátrico que se acabó el recreo.

Entre varios abucheos, alguna risa suelta y dos o tres empujones, Javier abandonó el lugar. Caminó, caminó sin rumbo fijo, sin alzar apenas la mirada del suelo, caminó durante horas y horas hasta que sin darse cuenta se encontró fuera de la ciudad, en pleno campo, pero aún así… caminó un poco más mientras el sol anunciaba su intención de retirarse a descansar, y la luna empezaba a insinuarse lentamente.
Totalmente agotado y hambriento se tumbó bajo un árbol sollozando amargamente. Una voz le interrumpió:
-           ¿Está usted bien, le ocurre algo?.
 Javier, sorprendido ante el gesto humano, ante la voz preocupada que se interesaba por su llanto, levantó la mirada y pudo ver a un anciano, de mirada noble, con tantas arrugas como anillos podría tener el tronco de un árbol centenario, y una blanca barba a juego con su pelo.
-          Ande, ande, levántese; vivo aquí cerca, permita que le invite a comer algo y, si se siente con ánimo, tal vez quiera contarme el motivo de su tristeza.
-          ¿Mi tristeza o mi locura?, ¿qué quiere que le cuente primero?. Verá, buen anciano, la tristeza en la que me ha sorprendido es a causa de la locura que aún no conoce y…
Como un torrente de agua desbordada de su cauce las palabras salieron de su boca, atropelladas en principio, y después con más calma y serenidad. Javier simplemente le contó todo, todo lo que le había sucedido durante el día, durante el anterior, o durante tantos otros días parecidos a lo largo de su vida.
Al terminar su relato, el relato de la vida de un chico muy extraño, la noche casi había terminado también; el anciano le miraba sonriente. ¿Locura? Bendita locura la tuya Javier. Los que manejan los hilos tildan de locos, de retrógrados a los que se conmueven por de la sangre de niños inocentes e indefensos; a los que se conmueven ante la miseria y la pobreza humanas, ante aquellos que son incapaces de pasar de largo ante la injusticia e insensatez avariciosa provocadas por los titiriteros. Yo llegué hace años a este lugar de una manera parecida y aquí me quedé a vivir mi desengaño. Lo tuyo no es locura amigo mío, sino…conciencia.

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