jueves, 1 de diciembre de 2016

SOLILOQUIO DE INFIERNO.

Una mañana más frente a ese campo de batalla que es la vida, dos pasos y uno de tantos silencios necesarios. Un arbusto coqueteando con una palmera desnuda sobre un mar de asfalto en mal estado. Sombras furtivas con prisas por llegar a un lugar al que no merece la pena llegar, el claxon de un coche ante mí, otro conductor con derecho al atropello con o sin licencia. Qué saben ellos de mi silencio ensimismado. Que saben de mi realidad. Fueron esos mismos, con distinta cara y circunstancias los que me llevaron hacia el monte, ese monte pelado plagado de cruces en las que ellos sin saberlo también cuelgan.

Tantas muecas hipócritas fingiendo ante mi lucha, tantas sonrisas condescendientes enmascarando un no me importa pero disfruto. Tantas piedras y salivazos sobre el rostro en el camino que te endurece, y por fin hoy comprendes demasiado tarde que dejaste de importarme desde el instante en que comprendí que jamás te importé. Miro mis viejas sandalias, gastadas por la dureza del claustro y sus habitantes. Tal vez si hubieses usado menos discursos prefabricados para intentar convencerme con palabras de aquello que desmentían tus acciones, para dedicar algo de tiempo a comprenderme no estaríamos enfrentados.

Te duelen mis palabras lo sé, te duelen tanto como me dolieron tus silencios fingidos y hoy por fin te devuelvo cada silencio, cada piedra, cada salivazo, cada indiferencia. Te devuelvo la fe que me quitaste al ensombrecer su realidad con tu auto complacencia libre de toda crítica, y tu paja en ojo ajeno, te devuelvo también tus golpes en la otra mejilla. Pero no es venganza devolver lo que otros te ofrecieron, no es venganza devolver aquello que no quieres conservar. También devuelvo los malos recuerdos al olvido que siempre pertenecieron y devuelvo las ofensas a sus ofensores, porque no quiero conservar lo malo que otros me dieron.


Yo lo llamo desapego con desgana, esa misma desgana que siempre practicaste para conmigo. Es cierto, conseguiste crucificarme y lo hiciste sin saber que cada clavo sobre mi carne sedienta de respuestas era también un clavo sobre la tuya, muerta mucho antes de lograses asesinarme. Que al matarme también morías tú. No podías saber que al matar a un hombre bueno matas lo bueno que hay en ti. Y hoy por fin estamos todos muertos sin derecho a descansar en paz 

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