jueves, 20 de septiembre de 2018


Tal vez la melancólica mirada del poeta
sea comparable a los ojos tristes del patriota
al contemplar, instalados en sus almenas
todos los besos de Judas entre almenaras encendidas.
La madera es escasa y el odio aviva las llamas,
pertinaces ascuas encendidas por sonrisas de hiena,
el aullido del lobo, la víscera como quinta esencia
en el funeral de la ilustración y doña Pepa.
Tormentas en la noche, rugidos de trueno
y una brújula sin norte definido para marcar el rumbo.
La voz deja de ser voz secuestrada por el grito,
el grito deja de ser grito enmudecido por aquel colérico
infante desproporcionado que jamás supo llegar a buen puerto.
 A la deriva sin capitán o tripulación experta,
el Galeón  Español hace aguas mientras sus ratas
huyen en pequeñas embarcaciones provincianas.
Una vez más, en aquella tierra de nadie la bandera desgajada
contempla impotente el campo de batalla.
Ya no es tiempo de héroes o caballeros, los bufones tomaron
la corte y acuden a los consejos de ministros de una corona oxidada.
Y el poeta, siglos después, sigue mirando los muros de la patria suya.

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