sábado, 22 de junio de 2019


Primero aprendí a perder, porque no puedes conocer la victoria sin aprender antes la dignidad de la derrota. Un hombre ante todo se mide por sus enemigos, los amigos son un bien escaso y fluctúan.
Perdí la inocencia entre decepciones y  falsas expectativas. También la vida, poco a poco, día tras día, inhalación tras inhalación de un puñado de aire que llevarse a los pulmones; pero eso lo supe años después. En el fondo la vida es una derrota que se camina lentamente entre espejismos, tal vez entre copas tan vacías como tu mirada, frases hechas para salir del paso y alguna “cenicienta de saldo” para llegar a fin de mes sin contar las balas del tambor del revolver.
Si eres afortunado conocerás el desierto, en el aprendes a sobrevivir a la adversidad. No hay agua allí, los días abrasan la piel y las noches te hielan los recuerdos. . De esa manera llegan las revelaciones que se hunden sobre tu pasado igual que tus pies sobre la arena ardiente que pisas, la boca seca y los labios agrietados te impelen a buscar otro horizonte. Si miras hacia atrás, solamente veras soledad en las huellas de tu camino, pero debes evitarlo o te convertirás en otra estatua de sal con vistas al pasado. 
Entonces y solo entonces    conoces la trinidad de la transformación, te elevas en cada duna que debes salvar antes de llegar a tierra de nadie. No, no existe otra tierra prometida que aquella que cubrirá tu último descanso ¡desengáñate! Tampoco existen paraísos perdidos más allá de la literatura pasada de moda. Pero puedes aprender a buscar silencio en medio del Pandemónium y encargar tu cruz en Ikea, tarde o temprano la usaras. Al final todos prefieren a Barrabas

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