miércoles, 2 de marzo de 2011

HISTORIA DE UN DÍA DE LLUVIA.



Llovía; los cristales parecían un mapa fluvial con aquellos chorros deslizándose y formando caprichosos cauces hasta el final del cerco de las ventanas. Javier contemplaba desde el otro lado el fragmento de paisaje que le ofrecía aquella pequeña pantalla acristalada con bordes de blanco aluminio. Como un cuadro se perfilaba la montaña a través de sus cristales entre agua y nubes, y en el interior crepitaban troncos en su acogedora chimenea encendida.
Un día gris, pensó, un día para acomodarse plácidamente en su butaca, al lado de aquel fuego benefactor que templaba el interior de su casa. Tal vez podría aprovechar para empezar a leer aquel libro que le regalaron hace unas semanas, por su cumpleaños.
Javier era escritor aunque llevaba unos meses sin escribir apenas unas líneas; parecía que su imaginación había decidido coger vacaciones largas. No estaba preocupado, no era la primera  vez que Javier se sentía falto de inspiración y, cuando menos lo esperaba, el pequeño genio se desperezaba y terminaba por aparecer con su maleta de viaje llena de nuevas ideas, impetuosa como una brisa repentina que todo lo envuelve a su paso. Miró de reojo su ordenador portátil que parecía esperarle sin demasiadas expectativas; era lógico pues últimamente lo cogía para comprobar su correo, chatear con alguna amistad y poco más.
Se acercó a la estantería en busca del libro que curiosamente no parecía estar donde recordaba haberlo colocado; buscando entre los anaqueles encontró una vieja fotografía que mostraba dos caras sonrientes, dos cuerpos abrazados bajo otro día gris muy parecido a éste.
Sus recuerdos volaron hasta aquel momento, apenas a pocos kilómetros bajando el sendero que unía la casa de Javier con la carretera que a su vez llevaba al pequeño pueblo. Él paseaba a su perro todos los días por ese sendero hasta el mirador, donde se sentaba al lado de una fuente de agua fría y cristalina a fumar un cigarrillo mientras Pancho corría a sus anchas por el verde paraje ladrando a todo lo que se le ocurría.  

-          ¿Perdona, podrías hacerme una foto?
Javier levantó la cabeza y lo primero que vio fueron sus ojos almendrados bajo una cascada de pelo negro.
-          ¿Te importa hacerme una foto?
-          No, por supuesto que no, ¿dónde tienes pensado colocarte?.
-          ¡Es todo tan bonito, cualquier sitio es perfecto aquí!, ¿estás de paso también?.
-          No, yo vivo en una cabaña de madera un par de kilómetros más arriba, por cierto me llamo Javier-
-          Hola, Javier, yo me llamo Laura, encantada; aquel perro tan gruñón es tuyo, supongo.
-          Pancho no es gruñón, sólo que le gusta saludar el día a su manera; los perros se comunican a través de sus ladridos entre otros tipos de lenguaje que posiblemente tendrán.
-          Bueno, Javier, ya que conoces esto mejor que yo, ¿dónde me recomiendas hacer la foto?
Sin saber exactamente cómo, una foto dio lugar a otra, y después a otra; separados y juntos aprovechando una piedra alta que hizo las veces de trípode para sujetar la cámara.
-          ¡Anda, cógeme, no seas tonto!, esta es una foto de amigos recientes.
Antes de darse cuenta, Javier se vio abrazado por una sonriente Laura con la mejilla pegada a su cara.

-          Di patata-  -café-
-          ¿Cómo dices?, perdona Laura,  digo que si te apetece un café, empieza a llover; yo vivo aquí al lado, ¿no querrás que Pancho pille una pulmonía por nuestra culpa?.
Laura había salido de su casa sin destino concreto, sin rutas trazadas.
-          quiero que me sorprenda el destino, sabes; este es un viaje en busca del destino aprovechando mis vacaciones.    

Tras dos tazas de humeante café Laura empezó a comentarle su teoría sobre el destino escondido tras los días aburridos de una chica de ciudad que necesitaba algo de emoción en su vida, vida que transcurría en una silla fría, de un frío buró en un edificio de carácter oficial.
-          Ya ves, soy una aburridísima funcionaria pública, y no me hagas chistes facilones vale, púbica es la broma más frecuente.  ¿y tú, a qué te dedicas?
-          Soy escritor, o al menos eso intento.
-          Vaya, escritor…oficio arriesgado e interesante. ¿Me dejas leer algo tuyo? Y ya puestos, si quieres, puedes descargar en tu portátil las fotos que nos hicimos.
Esa chica era un ciclón de espontaneidad, todo lo revolvía al instante; sin saber cómo, se quedó a comer, a cenar, a dormir, y dos semanas enteras. Javier estaba encantado; parecían complementarse, ya que el ciclón de espontánea simpatía llamado Laura conseguía sacarle de sus etapas de melancólica languidez, y la muy canalla no sólo había conseguido captar toda su atención y unos sentimientos mezcla de simpatía, amistad y algo sospechosamente parecido al amor, sino que además le había birlado el cariño de su fiel perro Pancho.
Pero todas las vacaciones terminan, incluso las de Laura que esa mañana neblinosa y húmeda compartía una mirada triste y café con Javier.
-          Supongo que te toca devolverme la visita, Javier; un poco de ciudad tampoco va a matarte y hay un parque cerca para que Pancho corra y ladre, ¡no se te ocurra venir sin Pancho, celoso! Sois ahora los hombres de mi vida…bueno, el hombre y el perro de mi vida.
-          Ten cuidado al bajar el puerto, hay mucha niebla y seguramente la carretera está resbaladiza por la humedad; llama cuando llegues, Laura.


El día siguiente amaneció soleado y frío, así que Javier aprovechó para bajar al pueblo a reponer la despensa y acercar a Pancho al veterinario, parecía tener molestias en una oreja.

-          Bueno, Javier, esto ya está; es una pequeña otitis que pasará enseguida con este tratamiento, pancho estará como nuevo en dos o tres días, corriendo y ladrando al viento como siempre. Es peor lo de aquella chica de ayer, pobre ¿no te has enterado?. Parece ser que andaba recorriendo esta zona y ayer se despeñó por el puerto, una pena, dicen que era muy joven, aunque ha quedado casi destrozada. ¿Estás bien, Javier?, te has quedado blanco como la nieve.

Sí, fue en un día gris muy parecido a este cuando conoció a Laura, y en un día gris muy parecido a este ella se despeñó con su coche volviendo a la ciudad; parecía casi un sueño pensar que habían pasado cuatro años desde entonces. Javier dejó lentamente la fotografía en el mismo anaquel de la estantería; sentía una cierta humedad recorriendo sus mejillas. Se acercó a su portátil; aún mantenía aquel viejo archivo con un nombre en la figura en forma de carpeta (Laura y Javier-fotos)
Abrió su programa de Office Words; la pantalla esperaba ante él, como un blanco desafío, Javier apagó el cigarrillo en el cenicero y empezó a escribir:

                                                 Historia De Un Día De Lluvia 

1 comentario:

  1. Sin palabras Jesús,simplemente es hondo y real

    Abrazos con afecto,amigo

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