viernes, 11 de marzo de 2011

ROJO Y NEGRO.

ROJO Y NEGRO.


El día amaneció como un sangriento sudario, entre lamentos confusión y olor aún a pólvora y sangre.
La entrada al pueblecito era una mezcla heterogénea de trincheras, pozos de vigía, barricadas improvisadas, cadáveres, soldados y civiles malheridos; rastros de sangre conducían a un improvisado hospital de campaña donde se intentaba clasificar a quienes podrían sobrevivir a sus heridas y quienes formarían parte de la siniestra lista de caídos. Algunos vecinos, aterrados y confusos buscaban en aquella macabra miscelánea con la esperanza de encontrar a sus seres queridos.


UNAS HORAS ANTES DEL COMBATE.

Ernesto montaba guardia esa tarde, vigilaba inquieto aquella tierra de nadie que le separaba del lado rojo, donde estaba ubicado aquel pueblecito que por alguna paradoja del destino estaba considerado como un enclave de vital importancia militar.

-          ¡Alto, quien va!
-          España Ernesto, vengo a traer tu relevo.
-          Sin novedad en el puesto.
-          Bien, en unas horas, entraremos allí, ¿estás nervioso Ernesto?
-          Llevo dos años combatiendo mi alférez, es una batalla más.
-          ¿Una batalla más? Pensaba que tal vez, a causa de las circunstancias te sentirías algo inquieto amigo.
-          Sabes que no puedo permitirme ese lujo Juan, ni tú tampoco, no podemos y ni debemos consentir que nuestros afectos se interpongan, el objetivo es importante. ¿Sabes algo ya?
-          Tienes razón Ernesto amigo, el objetivo es importante, anda ve a descansar, tu petición está concedida, entrarás conmigo en la primera línea de ataque.
-          ¡Gracias Juan! ¿Da su permiso para retirarme mi alférez?
-          Retírese.

Ernesto se había enrolado en una bandera de Falange pocos meses después de estallar la guerra. Su padre había caído en las primeras sacas, no era persona de convicciones políticas, pero sí un hombre de arraigadas creencias religiosas, ése fue su delito y la causa de su muerte. Tras enterrarlo, cogió sus cuatro cosas y tras despedirse de su madre buscó la manera de pasarse al bando nacional y enrolarse bajo una bandera de Falange.

  EN EL LADO ROJO.

Joaquín estaba de guardia esa noche, la oscuridad le ponía nervioso, las guardias eran más difíciles, intentando escrutar entre aquella bruma oscura, atento al menor movimiento para dar la alarma al tiempo que defendía su puesto de vigilancia.
¿A quién se le ocurriría la absurda idea de declarar este cerro como enclave de vital importancia militar?
Llevaban meses intercambiando disparos y pequeñas escaramuzas con el enemigo, casi se había convertido en una rutina para ambos lados; Joaquín lió un cigarrillo con tranquilidad, no parecía que ésta guardia fuese muy diferente de tantas otras en las últimas semanas; se sentó tranquilamente para saborear el cigarrillo y descansar un poco la vista y la tensión que solían producirle éstas vigilias nocturnas.

-          ¡Alto, quien va!

Apenas le dio tiempo a intentar dar el alto y disparar a bocajarro antes de sentir el frío acero de una bayoneta atravesando su pecho, todo comenzó a darle vueltas, sus piernas se negaban a sostenerle, notó en su boca el amargo sabor de su propia sangre
y cayó al suelo.

UNAS HORA DESPUÉS DEL COMBATE.

El sol iluminaba la dantesca escena cómo intentando burlarse con su luz de aquellos lamentos y jirones de niebla matutina que se resistían a abandonar el amanecer.
Un amanecer de victorias, pérdidas y tristezas; el bando nacional por fin había logrado tomar el enclave pagando un alto precio en sangre por su victoria.
Algunos cientos de soldados y milicianos enemigos se sentaban, rodeados y desarmados entre aquel extraño desorden, sus miradas perdidas, sucias, confusas y derrotadas contemplaban aquel sangriento panorama.
La peor parte la llevaron los primeros puestos de vigilancia que sufrieron el asalto inesperado de las tropas regulares del ejército y una bandera de voluntarios de Falange Española. Allí no quedaba nada vivo, incluso la esperanza había huido de aquel siniestro rincón del paisaje castellano, una trinchera más del inmenso campo de batalla en que se había convertido España; una España enfrentada, y rotas sus esperanzas y sueños por la mala gestión de unos gobernantes y políticos que en lugar de buscar el bienestar común desataron una feroz guerra fratricida.  

Justo en la entrada, donde más duros resultaron ser los combates se veía una imagen espacialmente desoladora; un joven alférez provisional intentaba consolar a una anciana mujer que gritaba y lloraba desconsolada abrazada a los cadáveres de dos jóvenes que yacían juntos en la muerte: un miliciano del P.O.U.M con el pecho atravesado por una bayoneta y un falangista a su lado con el cuello destrozado por un disparo efectuado a bocajarro. Joaquín y Ernesto, ambos primos de Juan, el joven alférez provisional que abrazado a su tía contemplaba derrotado los cadáveres de aquellos hermanos a los que la guerra separó para volver a unir la noche que estaban destinados a matarse mutuamente sin reconocerse en la oscuridad y el fragor de la batalla.

Pero sé que si me matan,
de la tierra en que yo muera   
se alzará como una espiga
roja y negra,
con la pólvora y la sangre
mi bandera.  (Fragmento de la canción del falangista)

1 comentario:

  1. Hola Negrito!! Hermoso, muy hermoso y cuantas veces pasará eso, un gusto leerte amigo, sigo, hoy soy toda lectura, besitos de luz

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