sábado, 25 de junio de 2011

ANASTASIO.

                                     ANASTASIO.


                                                          Un galardón inesperado


¡Por fin, todo había terminado! Anastasio se dejó caer en el mullido sillón de relax de su casa. El día había sido agotador, aunque gratificante; se había consolidado como una promesa con su primera novela. Su mente se relajó de la tensión del día, él no se sentía demasiado cómodo en situaciones de protagonismo, por el contrario era una persona con tendencias individualistas, prefería alejarse de las multitudes, de los lugares demasiado concurridos; no es que le pusiese nervioso la multitud, simplemente le hacía sentir cierta sensación de incomodidad. Se sirvió un Jack Daniels con dos cubitos de hielo y puso un cd en su reproductor mp3, las notas del preludio de La Traviata comenzaron a sonar en el ambiente, ¡Cuánto le gustaba esa opera! Ejercía en él, efectos terapéuticos; encendió un habano, tomó un sorbo de su copa y se dejó llevar.

Repasó mentalmente los orígenes de su novela “Los ecos de un ayer tardío”. ¿Dónde estaría en este instante su amigo Ricardo? ¿Llegaría a saber de su novela, a leerla incluso? ¿Se reconocería en uno de sus protagonistas, el joven e impulsivo, pero noble en el fondo, Alberto? Lo último que supo de él, a través de su ex, Pepa, es que llevaba dos meses fuera de la cárcel. Como antiguo amigo de Ricardo y Pepa asistió a su matrimonio y apadrinó a su hija Lujan el día de su bautismo, junto a Celia. ¡Celia! Qué sería de ella, cuánto tiempo había transcurrido desde entonces; en su mente estaban claros todos aquellos recuerdos, aquella noche de excesos que le llevó a conocerla, todas las barrabasadas ingenuas de Ricardo, y aquella paliza que terminó con la amistad de ambos y sus huesos en urgencias. ¡Ricardo, amigo, si supieses que más que los golpes, me dolió la traición que en ellos le hiciste a nuestra confianza!
Fueron tiempos difíciles para Anastasio, era entonces un chico algo enclenque, más bien apocado y bastante tímido, aunque en ese aspecto no es que hubiese mejorado demasiado; simplemente el ejercicio de la docencia le había proporcionado cierta desenvoltura, y poco más. Pero si hubo una constante en aquellos años difíciles para él, esa constante fue Ricardo, siempre a su lado, como consejero en asuntos amorosos, como defensor ante los matones de turno que veían una diana fácil para sus burlas y golpes, en aquel Anastasio de los años 80. Ricardo fue también su pañuelo de lágrimas en innumerables ocasiones, y siendo más despierto para los estudios le ayudó en aquellas asignaturas que se le resistían. Después llegaron aquellas primeras experiencias con el sexo, la bebida y las drogas, aquellas experiencias que arruinaron la vida de su antiguo amigo y de las que gracias a Dios, él salió mejor parado.

¡Ricardo, amigo! ¿Cuánto tiempo ha transcurrido, cuántos años, diez… doce?

Su mente se retrotrajo… un año, dos, cinco… diez…



                            Los años difíciles  


-          ¡Dejadle en paz!
Aquella voz le llegó desde lo alto, giró su cabeza para buscar el origen de la misma, a riesgo de recibir un nuevo golpe, sus libros se encontraban esparcidos por el suelo, sus gafas rotas; pisoteadas, como él mismo. Era alto, bien formado, musculoso; el clásico chico que imponía respeto con su sola presencia física.
-          ¡Qué te importa a ti este pijito cuatro ojos!
-          ¿Y qué te importa a ti si empiezo a repartir guantazos entre idiotas, cómo tú?
-          ¡Vámonos, de todas formas ya le hemos dado la bienvenida a éste imbécil!
ya nos veremos por aquí gusanito.
Ricardo, así se llamaba; le ayudó a levantarse, a recoger sus lentes, tan maltratadas como él, y sus libros; y le dio el primer consejo allí mismo.
-          Más te vale empezar a intentar hacerte respetar, o de lo contrario te van a dar de lo lindo tío, no tengo intención de pasarme el año haciendo de guardaespaldas de un “pijito con gafas”.

Lo cierto es que sí, al final no solo ejerció de guardaespaldas suyo, también terminó por ser su mejor amigo. Anastasio no era mal estudiante, pero algunas asignaturas se le atascaban, necesitaba dedicar muchas horas y esfuerzo para aprobar con cierta desenvoltura, Ricardo por el contrario compensaba su escaso afán por los estudios con una inteligencia increíble. Asimilaba y comprendía cualquier tema, por complejo que fuese, con una facilidad pasmosa;
 lo malo es que su vocación era más deportiva que intelectual, y las mujeres llamaban poderosamente su atención. Si bien es cierto que durante esos primeros años regalaba el orgullo de sus padres con unas magnificas calificaciones, y fue una gran ayuda en los atascos estudiantiles de Anastasio y sus dudas amorosas.
Anastasio no llamaba demasiado la atención de las féminas, no era lo que se dice, el prototipo de chico triunfador con las mujeres, más bien al contrario, sus escasos éxitos con el otro sexo
fueron casi todos a remolque de la arrolladora personalidad de Ricardo.

Entonces llegó su primera experiencia --mala experiencia— con el alcohol y las drogas blandas, y llegó con ella… ¡Celia! Su gran amor, su primer amor. Celia era una chica —en aquella época— llenita, algo seria, muy parecida a él. Se conocieron en un Pub bastante transitado en aquellos años, no hablaron demasiado, pero entonces él empezó a sentirse mareado por un exceso de cervezas y unas caladas de un porro de marihuana que sus amigas y ella les ofrecieron, aún recordaba aquella sensación desagradable, la pérdida de equilibrio, aquella nausea en la boca del estomago y la cabeza embotada, la boca reseca por el efecto de las drogas y la firme promesa ¡Nunca más! Que se formó entre la poca lucidez de su cabeza, introducida de manera vergonzante en la taza del inodoro mientras sentía aquel amargor,
de la bilis de sus vómitos.
Pero al salir del baño medianamente recompuesto; ella estaba esperándole apoyada en la pared, con una sonrisa, mezcla entre lo indolente y comprensivo; al fin y al cabo ella había pasado por la misma prueba con mayor éxito y menor ridículo. Salieron a la calle juntos, cómplices, sin despedirse de nadie; sus manos tardaron apenas unos minutos en encontrarse en la oscuridad de aquella madrugada.
-          ¿Quieres un chicle? Van genial para el mal aliento.
Celia sacó un paquete de goma de mascar, marca Trident, sabor clorofila.
-          Sí, gracias, tengo un sabor horrible de boca.

Caminaron mascando chicle, sin hablar, sin soltarse de la mano; no podría afirmar con exactitud durante cuánto tiempo y distancia pasearon de esta manera. Sin embargo recordaba su corazón, sus latidos desbocados, como un potro joven y salvaje corriendo por las praderas del amor; se armó de valor y se detuvo repentinamente, ella no dijo nada, lo estaba esperando, esperando que Anastasio se atreviese, y Anastasio se atrevió. Fue un beso tímido, torpe, un beso casi aburrido, pero hubo más besos, más años para besar a Celia, para aprender con ella, junto a ella, todos los secretos del amor.

Ricardo, por el contrario, fue también un aventajado alumno en esa asignatura, pasó examen con todas las amigas de Celia, y cuando estas se agotaron buscó más, Ricardo era un sinvergüenza redomado, pero era un imán para las chicas. Entonces llegó Pepa, y con ella una época más estable emocionalmente para su amigo Ricardo; también llegó un embarazo no deseado y una boda. Aquello cambió totalmente los planes de Ricardo, que aunque no se sentía demasiado ansioso ante su futuro universitario, sí tenía intención de seguir experimentando los placeres de la vida estudiantil. Abrió con cierto éxito, un Pub, y allí comenzaron sus problemas.

Fue una época dura para todos, Anastasio comenzó sus estudios universitarios, Celia también; Ricardo retomó sus estudios sobre anatomía femenina, preferiblemente desnudas, allí donde surgiese la ocasión; y complementó su economía con el trafico de drogas. Suspendió en matrimonio, paternidad y amistad. La peor parte de ese suspenso la llevo un maltrecho Anastasio, que le puso nota en la sala de urgencias de un hospital; varias costillas rotas, la nariz también, y fuertes contusiones en torso y cabeza. No volvieron a verse nunca más, aunque el trato con Pepa le traía el eco de sus hazañas, de cuando en cuando.
Después, Celia encontró nuevos besos con otro nombre, y Anastasio puso distancia de por medio; nada mejor para mejorar el nivel de inglés y de olvido, que tres años ejerciendo la docencia en Londres.

-          ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces?   
-          ¡Cuántas vivencias también!
-          RIINNGGG, RIINNGGG, RIINNGGG




                                                    Una cita con el pasado.


El paisaje, se deslizaba ante sus ojos como un monótono fotograma a través de la ventana del vagón de ferrocarril; estaba aletargado, no pudo conciliar el sueño tras la llamada de Pepa, y tampoco tuvo demasiado tiempo para descansar organizando tan repentino viaje, apenas conseguía cabecear ligeramente en el asiento, apoyada la cabeza en la ventanilla. ¡Volvía, después de tantos años! Si bien mantuvo siempre contacto telefónico, además de aquellos regalos que llegaban en fechas concretas para su ahijada, y alguna carta o postal; no había vuelto más por aquella ciudad. Un año después de entrar en la universidad, su padre se jubiló y volvieron a Salamanca, su ciudad natal.

-          ¿Estarían muy cambiados, le verían cambiado a él?
 Una extraña congoja nerviosa se había apoderado de su ánimo desde ayer noche, una congoja que aumentaba al mismo ritmo que se reducía la distancia del encuentro con una parte de su pasado, y algunos de sus fantasmas.
-          Hola Pepa, estoy en la estación ¿Dónde debo ir?

El taxi circulaba por un paisaje que le era conocido, a pesar de los cambios lógicos con el transcurso de los años. ¡Allí estaba el viejo instituto, allí empezó todo! el Pub donde conoció a Celia, era un solar con el cartel publicitario de una promotora inmobiliaria, el parque seguía intacto, nada había cambiado. Cinco minutos después se encontraba abrazando a Pepa y a su ahijada Lujan, que se había convertido en una bonita adolescente.

-          ¡Qué preciosa señorita! Tiene sus ojos, y su misma sonrisa. ¿Dónde está, Pepa, donde está Ricardo?
-          Pasa, está allí dentro, yo prefiero esperarte aquí fuera con la niña.

¡Tras diez largos años, sólo aquella puerta, sólo aquel corto pasillo tras ella! Anastasio recorría esa distancia como intentando retroceder en el tiempo, al tiempo que se reducía la distancia que le separaba de su viejo amigo; ¡allí estaba, qué pálido, que demacrado! Una sensación de amarga tristeza se apoderó de él, unas lágrimas rebeldes corrieron por sus mejillas.

-          ¡Perdóname Ricardo, perdóname! Necesito salir.
-          ¿Cómo, cómo ocurrió Pepa; qué sucedió exactamente?
-          Por lo visto tras cenar en su local habitual, decidió tomar la última, ya sabes cómo era.  Entró en un club de alterne, estuvo bebiendo con una de las chicas y se vio envuelto en una pelea con dos chulos, uno de ellos llevaba un arma…todo sucedió muy rápido, apenas sufrió, eso dijeron los médicos. Anastasio debo decirte algo más, le encontraron esto en uno de los bolsillos.

Era un arrugado periódico con fecha del día anterior, y doblado justo por la sección de cultura. Bajo el titular, una foto de Anastasio; sonriente, recibiendo un premio, una foto salpicada… como si se hubiese mojado de alguna manera…

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