sábado, 25 de junio de 2011

DOS AMIGOS.

                            
                              DOS AMIGOS.



                                              Un menú aburrido.

La bandeja de la cena, el mismo monólogo culinario de cada jueves:

-   Puré de patatas
-   Huevos fritos
-   Flan o fruta
-   Café y algo de televisión
-  Una o varias copas (dependiendo de la economía)

La vida de Ricardo era una continua monotonía con aires de menú polígonero. El futuro incierto, el abatimiento diario y la triste perspectiva de volver a la prisión de la que acababa de salir, eran el aderezo de una vida malograda.

Ricardo cogió el periódico por salir de la cárcel acristalada, en forma de televisor, y se dispuso a hojear las aburridas páginas del mismo; bah, las mismas chorradas con distinta fecha: actualidad nacional, artículos de opinión, la sección internacional, economía, cultura, deportes.
¡Un momento, ésa foto en la sección de cultura! Volvió a pasar las páginas hacia atrás.

Anastasio Manrique Garrido, joven promesa de la literatura.

El escritor ha sido galardonado, con el premio nacional nuevos autores, por su novela “Los ecos de un ayer tardío”. ¡Esa foto! era él, no cabía duda; ¿Cuánto tiempo había pasado; diez, doce años?
-          Qué paradojas tiene la vida, pensó con amargura; yo era el triunfador, la estrella, el más solicitado por las chicas, el as del futbol; yo era el simpático, quien tenía un brillante futuro en perspectiva… y él, él que era un apocado empollón, un embrión de pollito, más parco en palabras que el diálogo de una lapida… y míranos ahora, yo recién salido de la cárcel, y Tasio, recién salido en la sección cultural de un diario nacional.


Su mente retrocedió en el tiempo, un año, dos, cinco, diez…



                                            Aquellos maravillosos años.


 -  ¡Dejadle en paz!
Ricardo miró hacia el suelo; un cuerpo bastante vapuleado gimoteaba justo al lado de unas gafas pisoteadas y algunos libros esparcidos.
       -    Dame la mano hombre, y deja de gimotear; si esa panda de idiotas piensa que eres un debilucho, te van a hacer la vida imposible.
       -     ¡Gracias!, me llamo Anastasio, pero mis amigos me llaman Tasio; acabo de llegar a la                ciudad y empiezo el curso con una paliza de bienvenida. Esos bestias empezaron a insultarme y pegarme sin motivo, menos mal que llegaste tú.
      -      Esos cabronazos suelen recibir a todo el mundo igual, son una manada de zopencos; más te vale empezar a intentar hacerte respetar, o de lo contrario te van a dar de lo lindo tío. Me llamo Ricardo, y no tengo intención de pasarme el año haciendo de guardaespaldas de un “pijito con gafas”.

Sin embargo eso fue justo lo que terminó por ocurrir, Ricardo adoptó a Tasio durante los primeros meses del curso, se buscó un par de líos por él, y terminó por afianzarse un fuerte lazo de amistad entre ambos.
Tasio era un chico tímido, apocadillo; la clásica diana para cualquier gamberro con ganas de divertirse. Era también un ratoncito de biblioteca, buen estudiante, aunque sin destacar  en todas las asignaturas; sin embargo poseía una gran tenacidad  y se esforzaba al máximo, para aprobar con cierta dignidad aquellas asignaturas que se le resistían.

Ricardo era su antítesis; alto, musculoso, con predisposición a todo lo deportivo, y un apasionado futbolero; era también extrovertido, y muy inteligente. Ricardo conseguía sin apenas esfuerzo las mismas, o mejores calificaciones, que tanto sudor y lágrimas costaban a Tasio.
Pero de alguna manera, esas dos piezas tan distintas, encajaron perfectamente en un puzle de cómplice amistad.  
Los Sábados, corrían con el ansía aventurera de dos chavales de dieciséis años, explorando las noches de los recién comenzados años 80; y todo un mundo por descubrir a esa edad. Ricardo tenía cierto imán para las mujeres, y en cierta manera Tasio iba ligando a remolque de su amigo. Podía decirse, que Tasio era el vagón de carga de una locomotora llamada Ricardo, en casi todos los aspectos.

-          ¡Anímate hombre! Pareces un crío recién salido del traje de primera comunión, vaya cara que tienes; estás colorado como un pimiento morrón.

Tasio hacía verdaderos esfuerzos por contener la nausea que le subía desde la boca del estomago; no era buen bebedor y esas caladas del porro no ayudaban nada a su bienestar físico.
Las chicas que les habían invitado a fumar se destornillaban de risa mirando sus apurados esfuerzos por mantener el tipo; sonaba de fondo una canción de moda “Chica de ayer” del grupo Nacha Pop, y más cercano aquél extraño pitido que recorría su cabeza.

     -          ¿Estás bien?  Se te ve pálido.
Una de las chicas le miraba con cierta preocupación, la verdad es que le costaba trabajo mantener la vertical, todo empezaba a darle vueltas y no conseguía contener la nausea.

-          Me marcho a la calle a que me dé el aire, lo siento pero estoy muy mareado, creo que voy a vomitar aquí mismo.
Apenas le dio tiempo a llegar al interior de los servicios del Pub antes de descargar un torrente de vómito líquido en la taza del inodoro. Se acercó al lavabo, y como mejor pudo se lavó la cara y recompuso el pelo.

-          ¿Estás mejor Tasio? Anda, salgamos a la calle, yo también empiezo a estar cansada de éste ambiente.

¿Cómo se llamaba esa chica? Ah, sí, era Celia. Una morena llenita, la más callada del grupo de chicas que el ciclón Ricardo había arrastrado a su paso, por la noche de ese Pub.

-        ¿Seguro que no te molesta? No sé, me jodería fastidiarte la noche.
-        No seas bobo, si quisiera quedarme no estaría aquí contigo ahora, ni tampoco te hubiese propuesto salir juntos de aquí.
Y de ésta manera, empezó una nueva etapa en la vida de Tasio, la era de las novias; el nombre de esa etapa llevaba un solo nombre… Celia; y fue una larga etapa.

Ricardo por el contrario, pasó por el abecedario completo del grupo de amigas de Celia, y cuando se le acabaron los nombres en esa lista, siguió extendiendo sus estudios en el cuerpo de todas aquellas que caían en las redes de su abierta sonrisa, simpática caradura y el asiento trasero de su recién comprado coche de segunda mano. Coche que estrenó al tiempo que su mayoría de edad.

-          ¿Qué vas a hacer ahora tío?
-          ¡No sé, Tasio estoy acojonado! No sé cómo ha podido pasar, estábamos muy pedos, no pensamos en las consecuencias. Pero ya sabes cómo son mis padres, esto les va a cabrear mucho; se supone que tengo que ir a la universidad, pero… la verdad es que quiero a Pepa, es tan parecida a mí, tenemos muchas cosas en común.
-          Eso es lo que me acojona a mí, sois demasiado parecidos.
-          ¿Qué intentas decirme Tasio? Nunca hemos discutido, no me jodas.

Anastasio asistió como padrino a la boda de Pepa Y Ricardo, él y Celia asistieron también al bautizo de la niña de ambos, en calidad de padrinos. Ricardo dejó sus proyectos universitarios y abrió un Pub para ganarse la vida. Una vida que en cierta forma le recordaba a su época de soltería, solo fue cuestión de tiempo que tras cerrar su negocio decidiese “tomar la última” antes de volver a casa.

             Aquellos, no tan maravillosos años.


-          ¡Enhorabuena señor licenciado!
-          ¡Enhoramala señor divorciado!
-          ¡No me jodas Tasio!
-          Sí, sí te jodo Ricardo, estás tirando la vida por la alcantarilla; ¡mírate! trapicheas con drogas, has puesto los cuernos a Pepa hasta reventar tu matrimonio, bebes como un cosaco. Ya no tenemos quince años joder, eres un mierda que se va a la mierda a toda velocidad, con el hígado inflamado, las narices blancas y tú estúpida manía de pensar con la entrepierna en lugar del cerebro cada vez que se te pone una tía a tiro.

Todo sucedió demasiado rápido; sin saber cómo, su puño aterrizó justo en las narices de Tasio, que aturdido cayó al suelo, donde encogido encajó la lluvia de patadas, que con furia le propinó en el cuerpo y la cabeza.
El dueño del local donde hablaban le separó de su amigo caído en el suelo, con la ayuda de algunos clientes. Y de una manera muy parecida a como comenzó aquella amistad, terminó para siempre.
Tasio no le denunció, pero tampoco respondió a sus llamadas, poco después supo de su ruptura con Celia, y supo también que se marchaba a trabajar a Londres como profesor de filología hispánica, para mejorar su inglés y poner distancia entre la reciente separación con Celia.
Su vida por el contrario no cambió en nada, seguía con su Pub, sus excesos y sus trapicheos con drogas. Sus mañanas eran una eterna resaca y sus noches una continua juerga.
Hasta que por fin, una estúpida redada, dio con sus huesos en el juzgado y la cárcel, por tráfico y posesión de drogas, por supuesto perdió su negocio junto a su libertad.
Desde entonces su vida había sido un continuo entrar y salir de distintas prisiones, le costaba encontrar trabajo cuando estaba fuera; y cuando conseguía uno, le costaba muy poco perderlo de nuevo.
Casi siempre sin dinero, durmiendo a veces en cualquier lado, mendigando en ocasiones incluso; empezó a protagonizar pequeños hurtos en casas, o robos en las calles, a punta de navaja escondido entre las sombras de cualquier esquina, acechando a un confiado peatón, robando coches para moverse en la noche de sus juergas y robos.
En sus momentos lúcidos intentaba visitar a su hija, pero siempre encontraba una puerta cerrada y a Pepa amenazando con avisar a la policía.


                                      Un paseo al anochecer.


Sí, diez años, diez años entrando y saliendo de una celda; una vida desperdiciada, diluida entre litros de alcohol, perdida en continuas noches de juerga y malas decisiones.
¿Qué llevaba entre las manos? Ah, sí, aquel maldito periódico que tuvo la mala fortuna de encontrar en la barra del bar donde cenaba habitualmente
-           ¡Tasio, qué razón tenías amigo, perdóname todo!
       Vaya, las 11 de la noche, debería ir pensando en dormir, mañana empiezo a
       trabajar, aunque una última copa   no vendría mal.
      ¿No había dos calles más arriba un club de alterne? La verdad es que no viene    
       mal un revolcón para celebrar el trabajo.

Ricardo buscó en el bolsillo de su ajada chaqueta, aún tenía algunos cigarrillos; encendió uno, se subió el cuello, empezaba a hacer bastante frío, dio una profunda calada a su cigarrillo y exhaló el humo mezclado con el vaporcillo blanco de su aliento en el relente de la noche. Y en esa misma noche se perdió caminando hacia el calor del club de alterne, el frío de unos brazos de pago y el olvido que se esconde en el interior de una botella. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.