viernes, 10 de febrero de 2012

CON VISTAS AL MÁS ALLÁ



¡Qué bonito amanecer! pensó Juan, el cielo aún salpicado de estrellas, perezosas por marcharse tenía un color carmesí que incluso salpicaba aquellos destellos cada vez más mortecinos de las pequeñas luciérnagas estelares; incluso aquella luna cada vez más transparente ante la proximidad del día, parecía haber pintado sus contornos de carmín.

¡Qué bien se estaba allí!, tumbado sobre la hierba, aunque a decir verdad ni siquiera notaba el húmedo frescor del rocío propio del otoño recién llegado al calendario. Era consciente sin embargo de cada sonido, de cada aroma; todo le llegaba de manera amortiguada, como si cada matiz del alba recorriese kilómetros antes de inundarle, ¿inundarle?, sí, esa era la palabra adecuada; sin embargo, al mismo tiempo podía sentir la fuerza con que le llegaban, como en una especie de conexión telepática, jamás en la vida había sentido algo parecido; ni siquiera recordaba en que instante decidió abandonar su coche para descansar y abandonarse de tal manera a la belleza de este amanecer, no conseguía entender que en toda su vida hubiese sido capaz de pasar de largo ante tantas sensaciones.



¿Dónde estará Julia? tal vez debería incorporarse y llamarla pero la verdad es que su cuerpo estaba totalmente aletargado; su mente, sus sentidos toda su capacidad para ver, oír, sentir, estaba más viva que nunca pero al mismo tiempo sentía su cuerpo a miles de kilómetros de distancia de su mente, cognoscitiva ante cada detalle, cada rumor, cada matiz o color y sin embargo incapaz de hacerse obedecer por su cuerpo. Seguramente estará fumando en el coche, o tal vez paseando o liando un porro para fumar, tendida como él mismo sobre la hierba, o sentada sobre alguna roca intentando apaciguarse. Mejor dejarla sola un rato, la discusión que mantuvieron antes de parar el vehículo (aunque seguía sin recordar en qué momento lo hizo) había sido muy fuerte, la verdad es que discutían demasiado y cada vez más subidos de tono, lo normal es que tras varias horas terminasen por firmar un armisticio en la cama tras una dura negociación sexual; ¡le encantaba el sexo con Julia, era sencillamente única! a su lado era capaz de experimentar un placer que nunca pudo conseguir con ninguna otra chica. Julia era visceral, pero también un autentico volcán; apasionada, impetuosa, totalmente liberada de tabúes sexuales; ¡cuántas mañanas tuvo que curarse los profundos surcos dejados por las uñas o dientes de aquella fiera lujuriosa! ¡cuántas noches era capaz de mantenerle en un estado de pura excitación, de dejarle agotado y seco! Desde luego Julia era la mejor, a pesar de sus manías y sus arrebatos viscerales, en cierta forma sus continuas discusiones formaban parte de aquella relación de amor-odio-sexo salvaje y desenfrenado que mantenían desde hace casi un año. Sí, lo mejor sería dejarla a solas, cuando se tranquilizase, seguramente después de un buen rato y buen porro ella volvería y desde luego querría un revolcón salvaje para terminar de apaciguarse.


A lo lejos el sonido de varios vehículos y de alguna sirena enturbiaba su descanso y su conexión casi primaria con cada detalle, que fastidio, quizás debería haber aparcado más lejos, pero claro, la verdad es que no recordaba donde lo había hecho, indudablemente el pequeño estruendo que anunciaba el amanecer de la carretera no dejaba lugar a dudas, no estaba lo suficientemente alejado de ella; una mala decisión que podía estropearle estos momentos y su reconciliación con Julia; aunque tal vez no del todo. Aún recordaba el doble regalo de cumpleaños recibido, consistente en una camisa y un polvo en el vestidor de la tienda donde la compraron; ella se empeñó en entrar a ver cómo le quedaba y también en ayudarle a quitarse la que llevaba puesta, de repente sus manos empezaron a acariciar su torso, a pellizcar sus pezones y jugar con sus largas y bien cuidadas uñas con su ombligo mientras le desabrochaba el pantalón y le acariciaba con lascivia por encima de sus boxer. Allí mismo, apoyándola contra el espejo del vestidor, la tomó casi con torpeza; la verdad es que el miedo a ser pillados fue sustituido por un morboso deseo de serlo, un morboso deseo que le excitó como nunca y al igual que dos adolescentes ebrios hicieron el amor de forma apresurada, casi mecánica; sin embargo la sensación fue muy placentera; desde luego por muy próxima que esté la carretera nada nos impedirá reconciliarnos y hacer el amor, Julia es capaz de todo en cualquier lugar al fin y al cabo es la mejor, por eso sigo con ella.

Se sentía aletargado, espeso, casi como en un extraño trance o duermevela y sin embargo era totalmente incapaz de cerrar los ojos y abandonarse a un sueño reparador hasta que ella le despertase; dispuesta, exigente, lasciva y apaciguada. Sí, un pequeño sueño, a pesar de los cada vez más cercanos y estruendosos sonidos que parecían provenir de aquella maldita carretera comarcal. Era su regalo para Julia, su regalo de aniversario; un fin de semana completo en un complejo de turismo rural; en cierta forma la discusión comenzó por ese motivo ya que no podía explicarla que ese fin de semana era parte del regalo, pero no todo; escondido entre el equipaje, de hecho en su estuche de aseo personal, Juan llevaba un anillo, uno muy especial ya que iba acompañado de una petición formal; pero eso sería el sábado por la noche, durante una cena encargada de antemano, una cena con un ambiente propicio para sus intenciones. Julia por supuesto lo tildó de básico, de poco romántico, y… estalló la guerra;

todo se solucionaría, estaba seguro; como también estaba seguro de la reacción y respuesta que recibiría; al fin y al cabo ella era así y él estaba seguro  de no quererla de otra forma. Con todas sus manías, con su vena lunática y sus arranques viscerales; a pesar de que fumaba como un carretero, marihuana incluida, no la cambiaría por nada, por nadie. Julia llenaba su vida le daba sentido; de hecho la vida era una aventura diaria a su lado. Cada día, cada hora, era una sorpresa que llegaba envuelta en un ramillete de emociones, estar con ella era saborear la vida al límite, vivir plenamente, sentir y saber que todo tenía sentido, que todo cobraba forma; y para Juan ese todo tenía nombre propio ¡Julia!.



-          ¡Allí está, es increíble que haya llegado tan lejos!, no se mueve, tiene la cabeza abierta, totalmente abierta.

¿Quién era ese idiota que le miraba fijamente? ¿Tanto le cuesta a la gente dejar tranquilos a los demás?

¡Un momento, que hace! le metía un extraño artilugio en la boca, aunque él no sentía nada en absoluto, si podía ver todas las maniobras de esa gente.

¿Qué ocurre, por qué giran a mí alrededor, por qué se inclinan sobre mí y me molestan?

¿Acaso no ven que estoy sencillamente tumbado, disfrutando del silencio del campo?


-          ¡Es inútil, está muerto, creo que murió justo al salir despedido por el cristal delantero!

y si no hubiese sido así, la caída por el barranco acabo de rematarle; tiene masa encefálica esparcida por toda la ropa y alrededor de su cuerpo.

Les veía mover los labios, pero no era capaz de escuchar sus palabras, ¡qué curioso!  era capaz de percibir el sonido de una brisa que no sentía, escuchaba incluso el que emitían aquellas plantas movidas por la brisa, el canto de algunos pájaros  madrugadores que volaban a lo lejos o escondidos entre ramas, espiaban aquel corro humano que se había formado sobre él. Podía ver las nubes moverse en el cielo cada vez más azul aunque con tonos violáceos, podía verlos moverse a su alrededor y gesticular, sin embargo sus palabras llegaban como un confuso eco, era incapaz de entender nada.

¡Hey, que hacen!.Una mano cada vez más grande se acercaba a sus ojos, de repente todo se oscureció. El ultimo sonido que pudo percibir fue el de una cremallera que se cerraba a su alrededor.

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