miércoles, 29 de febrero de 2012

EL BOSQUE.



Enrique se desperezó, estaba muy cansado es cierto pero no podía permitirse el lujo de permanecer demasiado tiempo en aquel claro, se acercó al arroyo para lavarse y llenar su cantimplora, su reflejo en aquellas aguas le intimidó un poco. Parecía haber envejecido diez años en una sola noche, sus brazos y cara estaban surcados por los arañazos provocados por la maleza durante aquella pesadilla nocturna, se frotó con fuerza la cara intentando limpiar aquellos recuerdos tan vívidos; el agua se deslizaba entre sus dedos teñida con la sangre de sus heridas y tal vez con la sangre de alguno de sus amigos, metió la cabeza en la corriente de agua, estaba fría pero necesitaba despejarse, una punzada de dolor en su espalda le hizo percatarse de una herida más profunda; el surco sanguinolento de un zarpazo ardía en su costado derecho, aplicó agua, no tenía otra cosa, lo había perdido todo en aquella alocada carrera incluso el rastro de sus amigos. Se levantó con cierto esfuerzo, le dolía todo el cuerpo, sus músculos estaban agarrotados aún. Sin apenas haber descansado, sin más alimento que el agua que acababa de beber o forma de conseguirlo al menos por el momento tomó la decisión, debía volver al lugar donde acamparon, con las debidas precauciones eso sí. El sol se alzaba lentamente entre las ramas de la arboleda que le había cobijado brevemente, al tiempo que la luna comenzaba a transparentarse en el cielo e iniciaba su descenso.

Enrique comenzó a deshacer el camino de su huida nocturna intentando serenarse, necesitaba tener la mente despejada, aclararse las ideas; de repente sintió que algo le agarraba por el tobillo; mientras caía al suelo aterrorizado intentó volverse con rapidez y las manos preparadas para defenderse lo mejor posible; nada, no había nada sobre él, nada le atacaba; se fijó en su pie y no pudo reprimir una risotada histérica… ¡Una rama caída era su atacante!, bien, le serviría de apoyo y de arma si fuese necesario, era una rama gruesa y parecía muy resistente.



El sol brillaba alto, Enrique había perdido la noción del tiempo junto con su reloj, pero calculó que no podía llevar más de dos o tres horas caminando, no era demasiado difícil volver sobre sus pasos ya que la noche anterior había dejado tras de sí un buen rastro de ramas rotas, hierba pisoteada, jirones de ropa y sangre. Caminaba con precaución atento a cualquier ruido, mirando en todas direcciones, no sabía con certeza cuanto tiempo duró su huida, estaba demasiado ocupado intentando vencer aquel terror que en principio lo dejó clavado en el suelo como a todos sus amigos, justo cuando aquella bestia surgida de la oscuridad se abalanzó sobre ellos desgarrando de un solo zarpazo el cuello de su amigo toño; intentaron enfrentarse a ella pero era demasiado rápida y muy fuerte, se abalanzó sobre otro de sus amigos, Carlos clavándole sus colmillos en la garganta el grito de la nueva víctima propició la huida del resto del grupo en desbandada, cada uno por un lado. Enrique esperaba encontrar el rastro de alguno de ellos, rezaba porque sus amigos estuviesen a salvo y aquella bestia se hubiese conformado con sus dos pobres amigos toño y Carlos.

Necesitaba detenerse, estaba realmente agotado, bebió un poco de agua de su cantimplora y se sentó en el suelo recostándose ligeramente sobre el tronco de un árbol, parecía ser un roble, -que más da- pensó, lo importante es que le ofrecía cobijo con sus ramas; el sol calentaba bastante, debía ser más de mediodía.





-          Cerraré los ojos sólo un momento, lo necesito.

 Una brisa ligera le despertó, al parecer el momento se había alargado dando paso a la tarde. Se levantó, el descanso había surtido efecto, se sentía mejor incluso no notaba demasiado hambre, el dolor de todas su heridas apenas era un recuerdo, incluso el desgarro de su costado era poco más que un latido molesto pero no demasiado doloroso.

Inspiró y su olfato percibió aromas distintos en una extraña miscelánea con sabor a bosque, su oído también se había agudizado y sus pies se encontraban firmes sobre el suelo. Emprendió camino de nuevo, no podía estar muy lejos ya del lugar de acampada; lo malo es que por mucha prisa que se diese llegaría casi al mismo tiempo que la noche aunque por alguna extraña razón no sentía temor.



-          Seguramente Inés, Eva, Rubén o María habrán tenido más suerte, quien sabe si incluso no han encontrado ayuda y ahora me buscan a mí- pensó de nuevo.

De repente se paró en seco, casi por instinto se agazapó entre la espesura en completo silencio, pasaron algunos minutos antes de que la causa hiciese aparición, ¡un conejo! ¿Cómo era posible? ¿Casualidad? ¿Intuición? lo cierto es que había sucedido, no sabía cómo ni porque, pero sus sentidos estaban más agudizados y se notaba más fuerte a medida que transcurría el tiempo, a pesar de no haber comido nada, de no haber dormida apenas unas horas, a pesar de sus heridas y del esfuerzo realizado tanto la noche anterior como a lo largo del día; de hecho la única huella en su ánimo eran los recuerdos y aquel latido rítmico en su herida del costado.

El paisaje resultaba familiar, ya estaba allí, por fin; se acercó con cuidado, atento a cualquier atisbo de peligro, crispadas sus manos sobre aquel garrote que le acompañaba desde el inicio, una mirada casi felina, todo su cuerpo en tensión y preparado; parecía más cazador que presa.



-          ¿Quién anda ahí?

-          ¿Eres tu Inés?

-          ¡Oh Dios, es quique, Eva, es quique!

Enrique se acercó, allí estaba Inés, tendida en el suelo con una pierna entablillada, seguramente fracturada, Eva se acercaba corriendo y llorando casi histérica, se arrojó sobre él aferrándose a su cuello.



-          Gracias a Dios, pensábamos que todos estabais muertos, aquella bestia despedazó a toño y Carlos, les arrastro con ella, Inés cayó en un especie de barranco y yo con ella, se ha partido el tobillo, o eso creo; pero gracias a eso no pudo vernos. No sabemos nada de María y Rubén.

-          Bien, hoy no podemos hacer mucho, casi ha anochecido, todos estamos cansados, además Inés está herida y no puede caminar. Es mejor arriesgarse a pasar la noche aquí, no creo que ese bicho vuelva, además siempre será mejor enfrentarse a él o esconderse en un terreno que ya conocemos.

-          Tenemos comida quique, aquel monstruo no ha tocado nada, tenemos botiquín y tenemos ropa de abrigo y de repuesto si quieres cambiarte.

-          Bien, la verdad es que lo necesito, no he comido nada, pero después picaré algo rápido, primero voy a buscar algo de leña para encender una buena fogata que nos de calor y nos ayude a vigilar, aunque tal vez no sería mala idea dormir en el barranco en que caísteis anoche, allí estaremos más seguros y podemos usar los sacos.




-          ¿Y los móviles Eva?

-          Uno está roto, no encuentro los demás ¿Y el tuyo quique?

-          No sé, debí perderlo ayer noche, intenta preparar algo de comer para todos mientras yo doy una batida por ver si encuentro algún rastro de María y Rubén, o tal vez alguno de sus móviles. Toma, te dejo este garrote, de algo te servirá, tranquilas vale, intentare volver antes de que anochezca completamente.



Enrique se adentro de nuevo en la espesura de aquel nefasto bosque procurando prestar atención a cualquier huella que pudiese indicarle el paradero de sus dos amigos aún desaparecidos, las sombras empezaban a hacer su aparición anunciando la llegada del anochecer, no podía alejarse demasiado.

Unas ramas quebradas y un pañuelo que María llevaba en la cabeza al modo pirata le hicieron adentrarse en un paraje cada vez más abrupto, pero parecía seguir la pista correcta; de repente en el suelo el móvil de su amiga, pisoteado, lo cogió con la esperanza de que no estuviese dañado pero sí, imposible usarlo. Siguió adentrándose en aquel laberinto de follaje y espinos con cuidado de no herirse de nuevo, en el suelo a pocos metros brillaba algo, el reloj de Rubén, sobre su brazo arrancado al parecer de cuajo, Enrique no pudo evitar una nausea y fuertes arcadas, cayó doblado al suelo entre vómitos y lágrimas de dolor e impotencia; estaba claro que Rubén y María habían escapado juntos y juntos habían perecido a manos de aquella siniestra bestia, caminó un poco más esperando confirmar sus sospechas; incluso el aire llevaba olor a sangre reciente, casi podía olerla aún pareciendo imposible. Sin embargo apenas unos cientos de metros más adelante la cabeza de María le contemplaba desde el suelo, su mirada muerta aún tenía tatuado el horror en las pupilas; un aullido agónico salió de la garganta de Enrique, un aullido atormentado, casi lobuno; volvió a caer al suelo, esta vez entre fuertes convulsiones; la sangre parecía hervirle en las venas, un fuerte dolor recorrió su columna vertebral y todas su articulaciones; arriba en el cielo la luna cada vez más brillante parecía burlarse de su dolor, un dolor agónico que parecía reventarle las entrañas; la piel, sentía como su piel se erizaba y endurecía; la cabeza de su amiga muerta  contemplaba desde el suelo aquella extraña metamorfosis que parecía sufrir quique. El dolor era insoportable, el corazón le latía acelerado casi a punto de romperse, una fuerte sacudida casi lo puso de rodillas, cayó de nuevo al suelo, agotado y sin comprender que le estaba sucediendo, otra sacudida, un dolor insoportable en su cabeza, como si alguien le estuviese desencajando la mandíbula. No podía más, sus ojos se cerraron, quedo tendido en el suelo igual que un muñeco roto.

La criatura abrió los ojos recorriendo la noche con la mirada curiosa de un recién nacido, su olfato percibió el aroma fresco de la sangre y carne desgarrada, el corazón bombeaba sangre de manera rítmica, se alzó sobre sus poderosos cuartos traseros, sus patas delanteras terminaban en unas poderosas garras, afiladas como cuchillos de carnicero, abrió sus fauces peludas y armadas con unos inmensos colmillos. Un potente y tenebroso aullido saludo a la noche, tenía hambre y sabía dónde encontrar comida, con una mirada acerada y una mueca malévola volvió sobre sus pasos hacia el campamento donde sus antiguas amigas esperaban 

su regreso.

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