martes, 29 de mayo de 2012

CANTOS MALDITOS-CANTO II

No esperes de mí aquel latido cierto,

mis ojos ya no brillan más que en aquella

niebla incandescente que acompaña fuegos fatuos

en el cortejo de la podredumbre.



No esperes el tiempo claro.

Es la hora crepuscular, aquella en que los colmillos

salen de sus cunas, voraces de sangre inocente

y entrañas de fuego.



Y yo soy aquella llama consumida

que va dejando el rastro incierto

de una huellas digitales de ceniza

por aquel camino que conduce al destierro

de una tumba, y al calor del edredón de los gusanos.



Ahora mismo,

Toca el reloj la hora del buitre carroñero,

y mil depredadores se inclinan ante

aquel altar ofrendando vísceras sanguinolentas,

musculo y cartílago.



En ésta hora,

la luna parece un siniestro cuchillo, ensangrentado

tras asesinar por siempre la luz.

Un harén de sierpes baila la danza de los siete velos

bajo el cubil del murciélago vampiro.



Un cortejo de ratas abre paso a los cuatro jinetes.

Y truena sobre nubes negras

el galopar de los caballos malditos, sus cascos acerados

con el frío metálico de la muerte y la caja de pandora,

ahora vacía de aquella esperanza precaria,

llora la imprudencia curiosa que desató todos los males.

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