miércoles, 6 de junio de 2012

COMENZASTE A LLOVER.



Respiro y el aire lleva tu nombre,
te inhalo en pequeñas dosis
y en ellas me asaltas con la atracción
que nace de dentro hacia fuera.
Perdona la cobardía de unos versos
que forman telarañas metafóricas
por miedo a escribir precipitadamente el nombre propio
de tu sonrisa y tal vez algún adverbio de tiempo,
del tiempo que se nos escurre entre los dedos
cuando no existe más reloj que las esferas
de tu mirada,
del tiempo necesario para acortar distancias,
del tiempo en que los labios hablan
callan las palabras y sobran las certezas
que tal vez niega la prudencia.
Pero fíjate hoy sin darme cuenta
comenzaste a llover al final de la tarde,
es cierto, y el dulce repiqueteo de tus palabras
intensifica los aromas en cada gota de la sangre
alborotada, casi tanto como cuando practico
espeleología en la humedad de tu boca
o me da por subir a la cima de tus ojos oceánicos.

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