lunes, 4 de junio de 2012

NUNCA SOY MÁS YO.




Bienvenida, añoraba aquellos
soliloquios otoñales en cualquier
estación del año,
 los largos paseos abstraídos.
Añoraba pasear escuchando la existencia:

El lamento de los árboles inquietos.
El murmullo cotidiano de las voces ajenas.
Las canciones del viento.
El coro cristalino de las aguas peregrinas.
La letrilla del silencio reflexivo.
El caminar del minutero existencial.
La tonadilla solemne de los pasos anunciados.
El tiempo necesario para enamorarme de un poema.
La balada de la noche melancólica.
La cognoscencia de la vida.  

Y es qué nunca soy más yo
que en aquellas ocasiones en que cuelgo
del perchero la llamada inconveniente
del bisbiseo pertinaz
y salgo a tripular  cometas orladas con tu nombre.

Bienvenida, añoraba tu presencia prudencial.
Tras salir del torbellino de la visita casual
del folklore de palabras y los gestos precoces del eco
llamaste a la puerta sin tarjeta de visita,
como sueles hacer cuando necesito  compañía.

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