miércoles, 6 de junio de 2018


Llegamos a la capital de Eurasia en vagones de ganado como restos que somos de una antigua civilización, en el apeadero nos esperan guardianes con ginebra y cigarrillos de la victoria. Son aterradores, tras completar su entrenamiento deben demostrar su total lealtad asfixiando a sus padres con una bolsa de plástico y amputar su cabeza tras la muerte para hacer su juramento. Formamos una fila gris y uniforme frente a la pantalla que nos da la bienvenida al nuevo campo, frente a nosotros se abre una fosa común abarrotada de palabras asesinadas en hileras, las cubren con cal antes de arrojar una nueva tanda. Los hornos crematorios funcionan todo el día eliminando libros prohibidos. Siempre es lo mismo al llegar a un nuevo campo; nos obligan a contemplar la ejecución pública   de Aristóteles y Platón, han muerto tantas veces frente a mis ojos desde que todo comenzó que no consigo recordar si estuvieron vivos en alguna ocasión. A las 18:00 está programado el ahorcamiento del David de Miguel Ángel, todos estamos obligados a presenciarlo. Después debemos asistir a la amputación pública de los labios y manos adolescentes de una pareja sorprendida en flagrante delito de beso con agravante de abrazo; las leyes morales prohíben y condenan con dureza todo tipo de manifestación romántica.
La filosofía está prescrita y condenados sus autores, el silencio es un grito espeluznante a través de nuestros labios cosidos con agujas esterilizadas e hilo de decreto ley y autocensura. En el fondo somos cadáveres que aún esperan su turno en el matadero municipal, lo sabemos hace tiempo. Tal vez esa certeza nos da fuerzas para hacer un día más nuestro trabajo de esclavos. Yo por ejemplo me dedico a amputar verdades para acomodar las noticias al gusto del ministerio, la que fue mi mujer (ahora está prohibido el matrimonio) atiende la centralita de denuncias ciudadanas anónimas. En todos los campos hay zoológicos donde son expuestos aquellos que no tienen una utilidad definida para la nueva sociedad, se alimentan de restos de comida y al anochecer se cubren con mantas raídas. Las calles están limpias, el nuevo régimen hace purgas a cada momento, nada puede enturbiar la buena imagen de nuestros gobernantes y siempre se necesita mano de obra esclava para seguir construyendo campos y vagones de ganado. Somos las sombras deshilachadas de lo una vez fue humano, sombras condenadas a vivir entre los alambres espinosos y las cercas que nosotros mismos construimos hace apenas un siglo.

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