domingo, 20 de marzo de 2011

HISTORIA DE ROGELIO.

HISTORIA DE ROGELIO.
Un Relato Corto
(Tan corto, como su infeliz protagonista)

Rogelio era un hombrecillo mediocre e ignorante, mezquino; una medianía en todos los aspectos de su vida, y de su carácter; un hombrecillo frustrado que por alguna extraña razón parecía estar encantado de haberse conocido. Rogelio había pasado toda su vida odiando en los demás, todo aquello qué él pensaba merecer y se le negaba; era tal la ceguera qué le anegaba, tal su resentimiento envidioso; que era incapaz de darse cuenta del simple hecho; de la sencilla realidad de su propia vida. Rogelio poseía dos bonitas casas, una en la ciudad y otra en el campo; económicamente no era rico, pero tampoco era pobre; aunque no fuese la suya una existencia de lujos, tenía lo necesario y algo más, para vivir con dignidad desahogada. Podía decirse de nuestro Rogelio qué tenía “calidad de vida”, si su insensatez avariciosa le permitiese darse cuenta de la realidad. La vida había sido dura con él, como podría haberlo sido con cualquier otra persona de clase media trabajadora, y también más generosa que con otros en sus mismas circunstancias; pero el fanatismo ignorante y la envidia, forman una mezcla peligrosa, y en ese aspecto nuestro amigo Rogelio era un Cóctel Molotov.
Rogelio había defraudado a su manera todo lo posible, llegando incluso a lo delictivo para conseguir dinero extra; desde algo tan execrable como cultivar plantas de marihuana para lucrarse con los beneficios de su venta, pasando por trabajar al mismo tiempo qué percibía el subsidio por desempleo temporal; a sabiendas del perjuicio
que el uso fraudulento de las garantías sociales causa a la sociedad, o incluso comprar objetos robados.
Curiosamente él jamás pensó estar haciendo algo malo, eran simplemente unas de tantas formas en que “un pobre trabajador podía ganarse el sustento”, jamás sintió la necesidad de excusarse ante nadie, y menos aún, ante su propia conciencia. Un comportamiento que dejaba mucho que desear, y desde luego un ejercicio de hipocresía farisea, más que deleznable en alguien que se llenaba la boca con palabras de las que no conocía apenas el significado: Honradez, Dignidad, Libertad o Tolerancia.
Lo cierto es que el pobre Rogelio destilaba mezquindad y bebía en exceso; además de ser una continua excusa, una interminable apología de sus malogrados intentos; todo era justificable “a su entender”, todo lo que él hacía, decía o pensaba; por supuesto nunca tuvo o hizo intención alguna de aplicar la misma vara de medir en sus semejantes.
Nuestro amigo Rogelio sentía, (aunque sin saber porqué motivo) un odio visceral hacia todo aquello que oliese a iglesia o clero; la poca lucidez de su cerebro relajado no le permitía mucho más qué… “la lorica repetición de rancias consignas”.
Un comportamiento típico del sectarismo suele ser el de descargar las frustraciones propias contra aquello que se desconoce o se envidia; la desfachatez iletrada es la mejor universidad de la intransigencia, y el pobre Rogelio siempre fue un alumno aplicado en dichas asignaturas.
Nacido en el seno de una familia humilde, había trabajado duro desde su precoz adolescencia, al igual que tantos en sus mismas circunstancias, igual que sus propios hermanos o casi todos los vecinos de su municipio. Pero nuestro amigo Rogelio, “tan solidario y sentido”, tenía una amplia conciencia social que empezaba y terminaba justo en su propio ombligo, y la verdad, nunca tuvo demasiados escrúpulos.
Era también una persona tozuda, fruto en parte de su carácter, pero también de su cortedad de luces; intentar, no solo razonar con él; si no, simplemente mantener una conversación sensata, inteligente, o educada; era un imposible, cómo intentar coger
“la luna, saltando”.
Los años pasaron por quien nunca fue más qué un niño; un niño, en la actualidad, de pelo blanco; un niño malo y resentido con la vida, un niño ya jubilado por su edad, y frustrado por sus propias suspicacias, un niño amargado; envenenado su interior por su siempre correosa envidia, hacia lo ajeno.
Un infeliz, que morirá sin saborear la placidez que disfrutan aquellos que dan gracias, y viven conformes con aquello que les ha tocado en suerte. Nuestro amigo nunca fue demasiado aficionado a la cultura, y como consecuencia de su propia ignorancia jamás llegó a conocer esa cita tan sabia como sencilla:
“NO ES MÁS FELIZ QUIEN MÁS TIENE, SI NO, QUIEN MENOS NECESITA”
Moraleja: El ignorante, al igual que el cornudo, es la última persona en enterarse de su desgracia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.