martes, 11 de diciembre de 2012

EL AQUELARRE.


 

-          ¡Qué pasada tía!

 

Mario contemplaba cada detalle de aquel viejo cementerio entre los vapores etílicos producidos por algún trago de jack daniels acompañados por marihuana, y la emoción que le causaba su primera experiencia real con el mundo gótico.

Todo comenzó el fin de semana anterior en un pub, Mario llevaba unas semanas inmerso en aquel extraño ambiente, era un chico tímido, no terminaba de encajar en ningún grupo, algo que le había llevado a aislarse. Por otro lado era un apasionado de cualquier tipo de lectura que tuviese sabor a mitos, leyendas, o historias sobrenaturales; le gustaban especialmente Allan Poe, Lovecraft, las leyendas de Becker, Byron o Milton, siempre andaba a la caza de cualquier novedad que pudiese encontrar en Valdemar. Sólo fue cuestión de tiempo que encontrase a Laura entre las estanterías de libros dedicados a ese género. Laura coqueteaba con una de aquellas tribus urbanas, aunque no estaba plenamente integrada en ella, vestía ropas oscuras a juego con sus ojos, no llevaba las prendas características de ese tipo de grupos, ni tan siquiera se maquillaba de manera extravagante. Conectaron casi al instante tras un ligero cambio de impresiones sobre Le Fanu, Bloch, Leiber, Matheson, Maturin, Chaucer y otros parecidos.

Mario le recomendó Los Cantos de Maldoror de Isidore Ducasse y Laura aceptó la recomendación y una invitación para tomar un café y ampliar la conversación; sentados en una terraza y cargados con sus nuevas adquisiciones comenzó aquella amistad que llevó a Mario al

pub donde los conocidos de Laura les propusieron acudir a un cementerio en plenilunio para participar en un ritual de invocación a los espíritus de los muertos, Mario no se sentía muy dispuesto pero Laura aceptó casi al instante y le arrastró en aquella extraña aventura.

 

La verdad es que los componentes de aquel extraño grupo no terminaban de convencerle, no eran exactamente como Laura o él, dos apasionados de las lecturas profundas. Ellos por el contrario demostraban no tener un gran conocimiento de aquellos autores que devoraba con autentica pasión; su rollo era más bien la música Black Metal y la participación en algunos foros y webs de carácter gótico. Sinceramente no terminaba de entender que podía encontrar su nueva amiga en ese grupo. De hecho le parecieron insustanciales y más propensos a la fantasía inspirada por películas de serie B que verdaderos apasionados como ellos de las lecturas profundas y serias de tantos autores consolidados de ese mundo de sombras y contraluces.
 

-          ¡Vamos ratoncitos de biblioteca! va siendo hora de que viváis aquello que solo conocéis por las aburridas páginas de tantos libros. Hoy experimentareis el verdadero contacto con el ángel de la muerte, hoy podréis danzar con los espíritus que vagan por las sombras de la vida cuando la vida duerme, ¡ánimo cobardicas que ya llegamos!  

 

A lo lejos se recortaban las siluetas de estatuas de piedra y mármol, era un viejo cementerio abandonado, perdido en medio de un bosque húmedo y lóbrego por el que parecían no haber pasado los años, una gran verja oxidada se alzaba ante ellos, una vieja cerradura rota invitaba a pasar libremente al mundo silencioso de la muerte, un molesto chirrido sonó como una advertencia al abrir la puerta lo justo para poder pasar a través de ella. Mario no pudo evitar sentir un escalofrío recorriéndole las vísceras, de pronto sintió el calor de la mano de Laura buscando en cierto modo el abrigo de la suya, ambos se miraron unos instantes y asintieron; llegarían hasta el final de aquella extraña aventura a pesar de la reticencia que empezaban a demostrar sus gestos.

El grupo caminó por un sendero flanqueado por cipreses que proyectaban extrañas y sobrecogedoras formas a través de la luz proyectada por la redonda brillantez de aquella luna llena que proporcionaba una visión fantasmática del conjunto funerario.

 

-          El trago del valor chico.

 

Oscar, uno de los componentes del grupo sacó una botella de licor de su largo abrigo de cuero negro, Mario no era un gran bebedor precisamente, tras un largo trago directamente de la botella comenzó a sentir una oleada de calor bajando hacia su estomago y el sabor almendrado característico de aquella bebida en su paladar; una sensación de modorra se apoderó de él, pero al mismo tiempo también comenzó a desaparecer aquella ligera angustia que no le había abandonado en todo el trayecto, pasó la botella a Laura que también dio un largo trago. Antes de darse cuenta un porro de marihuana fue pasando de mano en mano hasta la suya y de su mano fue hasta su boca, - vaya noche y lugar para experimentar con las drogas por primera vez, pensó mientras pasaba a Laura aquel porro.-

 

-          Tranquilos, aún no es medianoche, debemos esperar, podemos divertirnos mientras tanto.

 

Oscar cogió de la mano a una de las chicas del grupo, juntos se tumbaron sobre una lápida donde comenzaron a acariciarse y desnudarse mutuamente, pronto les siguieron los demás componentes del grupo.


-          Yo no he venido a esto, pensaba que ibais en serio, ahora veo que no sois más que unos salidos borrachos.

-          ¿Qué te pasa bonita, eres virgen o una aprendiz de monjita recatada?

-          Lo que yo sea no es cosa vuestra, vámonos de aquí Mario.

 

Mario sintió de nuevo la mano de Laura, esta vez sobre su hombro, asintió y comenzó a caminar junto a ella rumbo a la salida, coreados por las risas del resto del grupo.

El camino de regreso hasta la salida empezaba a cubrirse por una bruma que apenas dejaba distinguir el sendero de piedra, Mario respiro con cierto alivio la verdad es que nunca estuvo muy dispuesto a participar en aquel ritual.

 

-          Mario gracias por acompañarme, para ser sincera la verdad es que soy virgen, desde luego he estado con chicos pero nunca he pasado de tontear, me caes bien pero no soy del tipo de chicas que se acuesta así como así con el primero que llega.

-          Tranquila Laura, lo entiendo, además empezaba a sentirme incomodo en ese grupo de fantoches disfrazados de fantoches. Me da un poco de vergüenza decirlo pero yo tampoco he estado nunca con una chica, hubiese sido mi primera vez y no me gustaría nada recordar algo tan importante entre lapidas y panteones.

 

Un lamento metálico interrumpió la conversación; la puerta del cementerio seguramente, ¿pero, quien más querría venir a estas horas?, seguramente otra pandilla de indigentes no muy distintos de los que acababan de abandonar pensó Mario.

 

-          Tengo miedo.

-          Tranquila, seguramente serán otros idiotas parecidos a los que se han quedado atrás revolcándose entre los muertos. No pasará nada, ya verás.

 

Una figura solitaria apareció ante ellos a pocos metros, la niebla no dejaba ver con claridad, apenas se vislumbraba algo entre los jirones de luz que se colaban por aquella blanca opacidad. La silueta se acercaba a ellos, en su misma dirección; se cruzarían inevitablemente.

 

-          Mario por favor escondámonos hasta que pase, no sé porque pero empiezo a sentir miedo.

 

Con todo el sigilo posible corrieron hasta un panteón de piedra, bordeándolo para refugiarse tras sus paredes, allí pegados a la piedra musgosa conteniendo incluso la respiración esperaron

que pasase de largo aquella figura que tanto les intimidaba.


-          Ha pasado de largo Laura, esperamos un minuto más y salimos pitando, ya estamos casi fuera. Maldita la hora en que aceptamos acompañar a esos chiflados.

 

Con cuidado volvieron a bordear aquel mausoleo camino de la puerta de salida, allí estaba, apenas a dos metros de ellos, entornada; respiraron con alivio ante el final inminente de aquella estúpida excursión de plenilunio. El mismo lamento metálico de aquella puerta les saludó casi con burla mientras se cerraba ante ellos.

 

-          No puede ser, se ha cerrado sola, es imposible, cuesta mucho abrirla, lo vimos al entrar, no corre ni pizca de aire, pero no creo que pudiese cerrarla ni un vendaval.

-          No podéis salir, no esta noche, la puerta permanecerá cerrada hasta el amanecer.

 

Se volvieron asustados, aquella silueta que intentaron esquivar escondiéndose se alzaba ante ellos. Pertenecía a un hombre alto, vestido con un traje oscuro y cubierto con una negra capa española sujeta al cuello por una esclavina con forma de ángel, un ángel no muy distinto del que se alzaba sobre algunas de las lápidas de aquel cementerio.

Sus manos se posaron sobre los hombros de los chicos, estaban frías y húmedas como aquella neblina que rodeaba la noche, sus ojos eran de un color oscuro pero indefinido, con un brillo metálico, acerado e hipnótico.

Volvieron sobre sus pasos acompañados por aquel extraño personaje que en medio de ellos les guiaba con una brazo sobre el hombro de cada uno, no preguntaron nada, no dijeron nada; sencillamente se dejaron conducir hacia su destino, fuese el que fuese. Aquella voz, la mirada

de aquel hombre venció cualquier resistencia que hubiesen querido ofrecer; caminaban sintiendo aquellos brazos como cadenas que ataban su voluntad y la doblegaban al extraño.

 

-          No sintáis temor, vinisteis por vuestra propia voluntad, hoy conoceréis ese mundo por el que os sentís atraídos, sois invitados de honor, la ceremonia no puede tener lugar sin vosotros. Vamos, no hagamos esperar al resto de los invitados, la medianoche se acerca.

 

Pasaron de largo por el claro donde habían dejado abandonados a los góticos de diseño revolcándose sobre lápidas. No eran conscientes del tiempo, ni del camino, es casi como si caminasen sobre aquellos jirones brumosos. De repente se detuvieron ante un inmenso panteón, una angosta escalera de piedra desembocaba ante una cancela metálica custodiada por dos extrañas figuras aladas, dos gárgolas.


-          La ceremonia está a punto de comenzar, pero debéis vestiros adecuadamente.

El extraño cubrió su cabeza con una capucha que pendía de la parte trasera del cuello de su capa. Se acercó a uno de los nichos sacando dos capas parecidas a las suyas, pero de un intenso color rojo.

 

-          Tomad, son vuestras, al menos por ésta noche, ponéoslas.

 

Entraron por un oscuro pasadizo que desembocaba a su vez en otra escalera, esta vez de caracol, que como una serpiente de piedra se deslizaba a través de las profundidades de la tierra. Llegaron a una amplia cripta, cuatro figuras encapuchas les esperaban ante un altar con seis copas de plata que descansaban sobre unos paños bordados con extraños símbolos. Antes de darse cuenta se encontraban formando un círculo que rodeaba el tabernáculo con una copa entre sus manos. Una extraña plegaria en un idioma ininteligible para ellos, un susurro que fue extendiéndose por el interior de sus mentes; voces desconocidas llenas de misterios perdidos en el tiempo cantaban letanías. Aquella invocación subía de tono y ritmo hasta hacerles sentir que se encontraban en un torbellino de palabras, girando en cada una de ellas, sintiendo en cada giro que eran parte de aquello, que siempre fueron parte del rito. Aquel lenguaje comenzó a tomar forma en su entendimiento ahora comenzaban a entenderlo, hablaba de dos sumos sacerdotes perdidos entre milenios, dos elegidos que debían volver de nuevo a ocupar el lugar que les correspondía entre los suyos. Custodios de la muerte, elegidos por Azrael para honrar el descanso sagrado de quienes partían de este mundo y para guiar a quienes debían partir de él.

 

-          Coged el cáliz vacio, debemos llenarlo para concluir la ceremonia.

 

Un tacto frio sobre sus costados, la caricia metálica de dagas ceremoniales pidiendo ser empuñadas para teñirse con la sangre de aquellos impuros que osaban profanar el reino de la muerte. Ante ellos, tendidos desnudos sobre unas mesas pétreas se encontraban sus cuatro compañeros de aventuras nocturnas, no estaban atados, nada les impedía levantarse

físicamente, sin embargo sus aterrorizadas miradas eran testimonio de su imposibilidad de sustraerse de aquella ceremonia. Bajo cada mesa se encontraba un cáliz esperando recibir el torrente sanguíneo que brotaría de los corazones vacios que osaron reírse de aquello que no entendían.

Mario comenzó a entonar una salmodia al tiempo que alzaba la daga sobre el primer cuerpo, Laura le siguió en el rito. Un ritmo vibrante se apoderó de la cripta mientras sus cuatro compañeros encapuchados bailaban alrededor de los altares del sacrificio. Era la hora de la sangre.

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